viernes, 30 de mayo de 2014

EL DEDO DE RODRIGO

Ballesteros en su bar. Del archivo de Manuel Cerrejón, extraido del libreto "Triana Cantaora"


Casa Ballesteros (Joaquín y Antonio Ballesteros)


Joaquín Cosme Baeza (1915-1967) nació en la calle Castilla número 96, la casa donde palpitaría una de las tabernas más flamencas de Triana, Casa Ballesteros, existente desde que su tío, Joaquín Baeza Ballesteros, decidiera convertir la antigua tienda de comestibles de su padre, Joaquín Baeza Portela, en taberna (entonces número 92 de la calle) a principios de los años veinte.

El conocido como Joaquinito Ballesteros fue allí, además del regidor, el animador habitual, ya en los años cuarenta, de tantas reuniones y su cante siempre era esperado con interés. En una de estas ocasiones, noviembre de 1963, se le grabaron unas soleares en un magnetófono, cante que Manuel Cerrejón incluye en uno de sus trabajos, Triana cantaora, y que, por razones de edad, no da la dimensión de su categoría interpretativa. A los artistas hay que grabarlos en su mejor momento, pleno de facultades, de lo contrario queda una idea equivocada de su altura. Cuando falleció Joaquín Ballesteros su amigo El Arenero le dedicó esta soleá: Ya se murió Joaquinito/ Joaquinito Ballesteros,/ que cantó por soleá/ mejor que to el mundo entero.
La popular taberna fue hasta la muerte de Joaquín ágora de tradición flamenca arraigada en el hemisferio payo de Triana. La enorme afición y buen estilo interpretativo del que hacía gala y a quien no le iba a la saga su hermano Antonio, dio nombradía en Sevilla a la taberna primordialmente en las décadas de los cuarenta y cincuenta. Antonio, oficinista de profesión, era de carácter serio y sus cantes anhelados por lo sobrios y ajustados, derivaban por los sones más dificultosos, mientras que Joaquín era un muestrario sonoro de los palos alfareros. La clientela estaba compuesta de grandes aficionados por lo que el cante surgía espontáneamente. Se unía a ellos Manolito El Pintor que trabajó allí de camarero. Mairena, Chocolate y cuantos cantaores atravesaban el puente, visitaban a los Ballesteros.

La taberna de Ballesteros no era sólo sitio de gachós… “Nosotros nos íbamos a cá Ballesteros y nos tomábamos cuatro copas y nos entraba unas ganas de fiesta… Empezábamos con las palmas y allí no había ni gitanos ni gachós, tos nos jaleábamos y nos pegábamos nuestros cantes y la fiesta no acababa nunca…” (El Titi, entrevista de 1986. Revista “Triana”). Y entre ellos El Chocolate, que si no estaba por la Cava había que buscarlo en Casa Ballesteros... Y ya que hablamos de Chocolate, recordemos que llegó a Sevilla con seis años de edad; aquí, naturalmente, se hizo hombre y cantaor... “Recuerdo que Triana y la Alameda marcaban la diferencia. Las gentes de Triana siempre han sido muy orgullosas y pocas veces venían a Sevilla; para escucharlos había que cruzar el río, y también tenían a gala que nunca ponían la mano a los señoritos, aunque eso fue al principio, después todo cambió”. De los que él escuchaba en Ballesteros si alguno puso la mano en fiesta de cuarto o señoritos fue la excepción. Chocolate aprendió y grabó (lo escuchamos en un programa de televisión) las soleares de casa Ballesteros, cante que adornó con un exultante y sentido ¡viva Triana!

Y recordemos lo que era para El Arenero la taberna de su amigo Joaquín: “Allí hemos pasao ratos de ensueño, porque allí estaban los güenos afisionaos, iban los periodistas, la gente de la radio y hasta Antonio Mairena daba una vueltecita pa escuchá y disfrutá del ambiente. En menos que cantaba un gallo daba alegría como había treinta que se estaban creciendo por soleá, por seguiriyas y por tonás...”. (A Emilio Jiménez Díaz en El Correo de Andalucía).

Dio la parroquia de Casa Ballesteros hasta para un equipo de fútbol; Joaquín era muy aficionado y en su casa se funda el Castilla F.C. bajo la presidencia de Guillermo Pickman, cuñado de Joaquín y tan trianizado, tan bohemio y flamenco, que nada había en él de su distinguido rango. Y entre los futbolistas Antonio El Arenero y los Tudela, soleaeros de la casa. Es fácil suponer cómo y dónde celebraba el equipo sus triunfos o donde despejaban las penas de las derrotas deportivas. Y también surgió en su festivo ambiente una peña humorística, la de los “Sin Belleza”, cuyos componentes estaban, como es de suponer, entre los parroquianos menos agraciados; fue su primer presidente un buen cantaor, El Sopera. Y para que no falte de en Ballesteros latía una tertulia taurina a la que solía asistir (¿por los toros o por el cante?) el faraón Curro Romero.

Seriamos injustos si no abundáramos en la personalidad de Antonio Ballesteros (1911-1974), eclipsada por el brillo personal de su hermano Joaquín. El laureado poeta trianero Juan Lamillar escribió sobre “los silencios de Antonio Ballesteros”; Lamillar, sobrino de la esposa de Antonio, heredó de él varios libros, un bastón de bambú y una pluma. Y da fe, desde sus recuerdos de adolescencia, de su discreción y su señorío, cualidades que le impidieron ser más expresivo en su cante, contrariamente a su hermano. A finales de los sesenta “era una máscara muda para el cante” después de la muerte de Joaquín. “Enfermo conservaba su elegancia, una elegancia que yo -cuenta Lamillar- encontraba entonces demasiado refinada para un ex-flamenco, y que venía de antiguo pues ya en la Triana de los primeros cincuenta se comentaba, por insólitos, sus camisas rusas, sus trajes a medida, sus cigarrillos filipinos, su elegancia realzada por una leve cojera que le da, además, derecho al título de caballero mutilado de guerra”. Había estudiado Magisterio y fue hasta su jubilación administrativo de la Compañía Exportadora de Filipinas. Juan Lamillar vio en su casa tarjetas y saludas firmados por un poeta que entonces no conocía: Jaime Gil de Biedma. Tuvo inclinación por las joyas, los taxis y la cerveza. “La flamenquería de mi tío se me aparecía demasiado confusa, pero pronto corría a restaurarla su mujer, excelente narradora oral, y comenzaba a contar las juergas interminables de la golfería de Triana, las reuniones de aficionados que duraban tres días, las esposas (ella misma) buscando a sus respectivos en un peregrinaje por tabernas y reservados”.

Ángel Vela Nieto. De "Triana, la otra orilla del flamenco (2)".

3 comentarios:

  1. Impagable estos documentos que quedarán recopilados en este nuevo libro que estamos deseando ver. Me gustaría añadir a la historia de esta auténtica Universidad del Flamenco de Triana que uno de sus asiduos fue Emilio Abadía, auténtico maestro de los cantes de Triana, sobre todo de la Soleá, con esa forma de cantar tan brillante.

    ResponderEliminar
  2. Testimonios impagables y fiel retrato de aquel hombre que mantuvo tal ambiente cultural. Torería, flamenco, poesía y de regalo hasta deporte. Yo también estoy deseando tener el libro. Un saludo. José Luis Tirado

    ResponderEliminar
  3. Gracias, amigos. Ahí estamos ultimando el montaje de la enorme información gráfica que llevará el libro. Y tomo nota de lo de Abadía, cantaor que va en un epígrafe acorde con su categoría.

    ResponderEliminar

*/