domingo, 28 de septiembre de 2014

EL DEDO DE RODRIGO

Últimos días de una exposición singular: la que ofrece el polifacético artista Manuel Machuca en la Casa de la Provincia. Machuca es un estupendo cantaor que sabe plasmar en imágenes su forma de sentir el flamenco. A continuación el texto que preparamos para el tríptico de su presentación.


Manolo Machuca, artista



Marín Prieto fue un pintor modelo de la bohemia más libertaria que llegó a Triana, allá por los años veinte, para hacer de la Cava su patria y de los gitanos los modelos ideales de su inspiración. Manolo Machuca tiene mucho de aquel singular pintor, lo que ocurre es que nuestro artista llegó al flamenco, base de su empeño creativo, por la difícil y providencial vía del cante. No se conformó en cantar, en conocer los cantes y disfrutar de ellos para hacerlos regalo a sus amigos, sino que quiso materializar su pasión dándole formas plásticas. Ahí nace el pintor y surge, prodigiosa, su obra que, como sus fandangos o soleares, ofrece con la sencillez de quien sabe que el mérito es del índice divino que lo señaló.

Estamos ante un artista sin sujeciones ni ataduras, fiel a su afán por la más absoluta libertad desde el sosiego que le proporciona el oficio que le da el sustento, canta cuando le apetece y pinta o dibuja lo que quiere, lo que le pide el alma, y lo hace con el más puro de los estilos, el suyo propio, el del autodidacta absoluto, esos que beben en todas las fuentes donde el agua les sabe dulce. La Providencia fue generoso con él en el reparto de la sensibilidad y sentido de la belleza; lo hizo buen dibujante que es la base imprescindible y sobre ella crea la hermosa arquitectura de su obra, una obra donde el flamenco se entrona en rostros, gestos y figuras que cantan o bailan, que miran o expresan sensaciones.

Un artista se completa cuando no necesita firmar su obra para que se le distinga, y Manolo Machuca ha sabido labrarse el camino para alcanzar esa meta. Ahora, creado el poso, van surgiendo los frutos que, más temprano que tarde, le llevarán a ocupar el lugar que merece en el panorama de la pintura andaluza.



Ángel Vela Nieto.

lunes, 22 de septiembre de 2014

EL FAROL DE MARCHENA


TRIANA, LA OTRA ORILLA DEL FLAMENCO (II), 1931-1970


Como agua de mayo esperábamos este nuevo regalo de Ángel Vela:  el segundo libro de lo que pretende ser una trilogía de título “Triana, la otra orilla del flamenco”; esta vez recoge la historia flamenca de este arrabal desde 1931 a 1970. Un trabajo excelentemente documentado con fotografías inéditas y muchísimos relatos obtenidos de viva voz de los mismos protagonistas.

Si ya escribir una obra literaria  supone un gran esfuerzo, imagínense como se incrementa este cuando se trata de  la historia flamenca del lugar que es la cuna de este arte;  y no sólo estamos hablando de horas de trabajo. Tras una primera presentación fallida el pasado 15 de Julio, esta vez con el libro presente –  doy fe de ello- se producirá una nueva presentación el próximo jueves 25 de septiembre a las 20.30 horas, en el Hotel Ribera de Triana, en la plaza de Chapina.

Allí estaremos, claro que sí, amigo Ángel. Tenemos que contribuir comprando esta nueva joya que nos has regalado y que te ha tenido tan preocupado durante todo el verano. Ha sido un parto largo y complicado pero con un final feliz que ha terminado alumbrando un  nuevo libro que añadir a tu ya amplia lista que no deja ninguna duda acerca de quién es el  historiador que más ha contribuido en clarear la interesante y envidiada historia de Triana. Aquella que comenzará a escribir,  hace  unos 425 años,   Francisco de Ariño  desde el Altozano - estamos hablando de los “Sucesos de Sevilla de 1592 a 1604”-  aunque no vieron la luz hasta 1873 en una edición ampliamente prologada por el también  ilustre trianero Antonio Maria Fabié;  previamente, en 1818,  Justino Matute nos regaló el “Aparato para escribir la Historia de Triana y de su Iglesia Parroquial”; primer libro que recoge una buena parte de la  historia de nuestro Arrabal. Y ya  no es hasta finales del siglo  XX cuando Manuel Macías aporta más luz con nuevas crónicas del arrabal que nos deja  en varios libros – destacamos “Triana, el caserío”- y en incontables artículos de la revista Triana. Pero rápidamente Ángel Vela recoge el testigo de Macías y su obra crece exponencialmente en los últimos años: los anales de La Velá que constituyen por si solos una gran enciclopedia histórica de Triana,  la historia del cine trianero, los personajes y lugares emblemáticos del barrio, la Triana taurina y un sinfín de artículos y  entrevistas repartidos en revistas, prensa escrita y en programas de radio y televisión. No podía faltar la historia flamenca del Barrio más flamenco, convirtiéndose este en  un libro imprescindible para quienes tanto amamos a Triana y al arte Flamenco.


José Luis Jiménez

viernes, 12 de septiembre de 2014

EL DEDO DE RODRIGO


El Coco de Triana

             Juan Manuel García Moreno, El Coco, nació el 19 de noviembre de 1932 en el cogollo de la Cava de los gitanos, Pagés del Corro número 130, un corral de veinte vecinos gitanos y gachés. Fue el primer varón después de tres hembras y antes de un puñao de hermanos hijos del matrimonio compuesto por Juan Manuel García García y Bella Moreno Filigrana; el padre con un cuarterón, la madre gitana trianera de hondas raíces como lo decantan sus apellidos y que, además, sabía lo que era el cante. De niño, y por la mañana bien temprano, se asomaba para ver si en la esquina de Villa Troya había aparcado algún coche; si era así es que dentro había fiesta; muchas de las que se generaban en la Europa acababan en la Cava...

             El Coco, niño gordito, que siempre estaba en casa de su abuela, en la calle Diana, ya había sido motejado; el padrino, su tío, Manolo El Pioja, que tenía debilidad por él y que repetía “ay, mi coquito...”. La verdad es que más de una vez le dijeron “po vaya un Coco ma guapo...” . Crecido en el compás de los calés, empieza a destacar en los cantes de fiesta que adoba con gracia y técnica. No olvida El Coco que no fue un camino de rosas su vida de artista, ni de chiquillo porque alguna vez tuvo que soportar la guasa y las borracheras de algunos señoritos, ni de mayor cuando tenía que cumplir con su trabajo en el Puerto sin apenas haber dormido y habiendo tenido que beber por gaje de oficio.

               Más de una vez escuchó cantar a El Maní que paraba en la taberna que uno de los Gitanillos abrió en una esquina del callejón de Cisne, y allí, en la puerta, se sentaba cuando ya estaba atacado por su enfermedad, y hasta cantó con él siendo aún un chiquillo. Uno de sus espacios gustosos fue la taberna La Ladrillera, asiduo del cuarto en las fiestas de altura. Toda una gloria escucharle aquello de viva el Madrid calesero mientras acariciaba nubes con las manos Juan Montoya. Las canciones de la Piquer o Juanita Reina o los ecos morenos de Machín pasan por el filtro festero de la rotunda voz de El Coco en auténticas creaciones; es lo que le gusta, la copla, el cuplé, para hacerla cante por bulería. La Piquer y Caracol, sus ídolos. Fue soldado en Jerez donde se ennovió con una gitanita que endulzó su ausencia de Triana. Apegado al trabajo seguro ejerció, como hemos apuntado, de obrero del Puerto, no supo de la profesión del cante, salvo cuando atendía la llamada para una fiesta o cuando lo reclamaba su amigo Curro Vélez para cantar en su tablao del Arenal.

          En varias ocasiones tiraron de él para Madrid; tenía edad de jugarse el porvenir y se fue a saludar a Gitanillo de Triana para ver si podía trabajar en su sala de fiestas y ocurrió que el torero-empresario lo mandó a su socia, Pastora Imperio. El joven e ilusionado aspirante llegó a la casa y llamó… “¿Quién es?”, preguntó Pastora. “El Coco”, contestó inocente el trianero… “¿El Coco…? Pue te va a abrí...” (hay que imaginar la contestación). Creía el cantaor que estaba aún en la Cava y la gran Pastora que se trataba de un golfo con ganas de guasa. En Madrid asistió a la celebración del bautizo de Coral, la hija de Curro Romero, con Paco Rosa y El Niño de Aznalcóllar. Hubo quien dijo que en el cuplé por bulería había tres maestros, La Niña de los Peines, El Chaqueta y El Coco de Triana.

           El Coco, como a él le gusta que le llamen, cumplió seis quinquenios como obrero portuario, enviudó y se quedó con el apoyo de sus tres hijos que le ayudaron a vencer el hondo escollo. Pasado un tiempo recobró la alegría, las ganas de cantar y de vivir gracias a otra compañera que, como la primera, no es gitana, que lo cuida como su bonhomía merece en una casita en Tomares. La paradoja de la vida de El Coco es que se llevó toda su vida cantando y no fue conocido hasta que, ya jubilado, se decide a viajar con el grupo Triana Pura, desgajado del mítico Triana Pura y Pura de principios de los ochenta, para convertirse en uno de los abuelos de España y disfrutar de éxitos como “El probe Migué”.

            Ya metidos en los ochenta y con cinco hijos a los que siempre quiso ayudar, disfruta de una paz bien ganada. Hasta hace poco aún estaba dispuesto a alegrarle una festividad a quien lo llamara y hasta perteneció a la última formación de Triana Pura que grabó un disco dedicado a Lola Flores. Siempre gustó de pasear por su barrio en un repetido recorrido preñado de nostalgia que ahora le cuesta repetir con asiduidad. Señalemos que en 1986 viajó a Madrid junto a otros componentes de la inicial Triana Pura y Pura para participar en la Cumbre Flamenca de aquel año.

Ángel Vela Nieto. Del libro "Triana, la otra orilla del flamenco (1931-1970)".



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