Para las pandillas de jóvenes la Semanasanta comienza a
horas muy tempranas, casi después de comer, pues en esos primeros años sienten
la obligación de ver cada día todas las cofradías que salen. Buscan las
esquinas para escuchar marchas y mientras llegan los pasos les gusta contarse
anécdotas y hacerse preguntas para demostrar lo que cada uno sabe. Son capaces
de estar viendo por la calle Cuna a la Virgen de La Palma , de fijarse en el hoyuelo que tiene y en
las cinco lágrimas que le bajan del cielo, en las bambalinas tan ligeras que
lleva; es posible que la sigan un par de chicotás para recrearse en los mil
detalles del techo y perderse entre las hojas de acanto, que brotan retorcidamente
de su manto bordado; para correr después como locos y coger al Cristo de la Salud por el puente de los
bomberos, y ver como se le derrama la sangre por el pecho con un pavía en una
mano y un cartucho de papas fritas en la otra, ¿qué les vamos a hacer, si están
en la edad del crecimiento?
En estos maravillosos años de
juventud la vida te sorprende y te parece nueva a cada instante, brilla
intensamente como los dorados barrocos bajo el sol. Comienzan también los
primeros escarceos amorosos y la espera para ver la salida de alguna cofradía favorece
que dos jóvenes se lancen tímidas insinuaciones, pero los cuerpos se saben bien
cerca y cada roce, cada ligero contacto se amplifica hasta hacerles sentir cada
átomo de esa otra piel que está tocando la suya. Sobre ellos los azahares
abiertos perfuman la noche que se llena de intrigas con la suave luz
crepuscular. Aparecen los primeros varales y se escuchan los gritos del capataz
que son una curiosa mezcla de órdenes y piropos. Los jóvenes se miran porque comienza
a sonar su marcha preferida, medias zapatillas negras asoman por el faldón
delantero con cada paso, la virgen avanza lentamente, pero también se bambolea
con elegancia y gracia cuando la música se hace más íntima e insinuante, se
conjuntan ritmos y sentimientos con las miradas a una imagen que parece cobrar
vida. Se funden lo sagrado y lo profano en una atmósfera de éxtasis que hace
estremecer a muchas de las personas que participan de este instante: algunos con un silencio especial, otros hablándoles
de tú a tú a la virgen, hay quien roza con sus dedos las flores o el manto y
quienes aguantan alguna lágrima o simplemente aprietan un poco la mano de la
persona que tienen a su lado.
Ahí está la Virgen
con
su carita tan sevillana
cargaíta de claveles rosas,
vestida
como una dama
¿quién
te puso ese pañuelo,
quién
el tocado de blondas?
Me
pierdo en tus encajes
y al
llamarte se me llena la boca
Virgen
del Dulce Nombre
quiero
mirarte a los ojos
hasta que la luna se esconda
Para salir de
la plaza él y ella se han agarrado de la mano casi sin querer, como para no perderse,
pero ya ha pasado la bulla y ninguno quiere soltarse, se miran y se sonríen.
Hablan muy despacio porque todas las palabras que se dicen van cargaítas de ternura. Caminan lentamente
por calles que no conocen, pero Sevilla son siete revueltas preñadas de
primavera, y al momento están en otra plaza de naranjos escondidos y tambores
que no callan, de incienso por el aire y cera en la calzada. Y le suplican a la
luna que no termine esta noche, que no se acabe la magia…
Muchas de estas vivencias están
ya guardadas en esa parte de la memoria, donde comienzan a mezclarse los años y
los lugares, donde los recuerdos en blanco y negro se acumulan bajo una leve
capa de polvo, que los convierte en viejas fotografías cargadas de encanto,
pero casi olvidadas. Sin embargo, aquella primera vez que salí con mis amigos a
ver la madrugá permanece bien viva en
mi cabeza.
Vamos caminando deprisa por unas
calles vacías y en silencio, dormidas, pero todo cambia a medida que nos vamos acercando
al altozano. Un bullicio impaciente ocupa todo el espacio y se presiente que
algo grande está a punto de suceder. Nosotros queremos ir hacia el centro y
vamos atravesando a duras penas entre los diferentes corros que se han ido
formando, como si fuéramos unos nazarenos que llegan tarde a la iglesia. Tanto
contacto nos va dejando en la piel jirones de esa alegría compartida y al cruzar
el puente una neblina fría nos deja empapada la piel del viejo salitre marinero.
A lo lejos se ve venir la Cruz de Guía, apenas quedan
huecos, pero conseguimos colocarnos en el lado bueno para verle la cara al
Señor. Van pasando los nazarenos casi sin detenerse, la noche se ha hecho más
negra, nada se escucha y el loco frenesí que traíamos se nos va diluyendo, como
las gotas gruesas que caen de los cirios en alto.
Los destellos de luz de las
máquinas fotográficas comienzan a romper la oscuridad en ráfagas breves y el Señor,
todavía lejos, aparece y desaparece como un fantasma. Ya lo tenemos más cerca,
se escuchan varias saetas, que se suceden sin fin, se van solapando los quejíos
anónimos, se encadenan los gritos de dolor con las promesas y los piropos cantados,
pero el Señor no puede detenerse con todos y camina, camina, camina… Tenemos al
Gran Poder encima cuando nos empujan hacia delante porque quieren dejarle más
espacio, desesperados intentamos abrirnos paso para meternos hacia dentro de la
acera, pero es imposible. Lo intentamos una vez, y otra, siempre delante del
Señor que avanza y avanza sin pararse.
De pronto, siento un brazo que me
agarra por detrás, es mi amiga, que consigue colocarme a su lado y me quedo
casi tumbado, mirando al cielo, siguen las saetas y los flashes fotográficos,
entonces veo su cara sobre la mía, completamente iluminada, cara de hombre
gastado, dolorido, sin fuerzas ya, que te mira para recordarte el mensaje que
no quieres oír. Se hace la sombra, de la tragedia, pero otro fogonazo me clavan
esos dos ojos de dulce tristeza y desazón, y descubro que su perfil tierno
guarda un dolor imposible de soportar. De nuevo la noche apagada y siento
entonces el frío verdadero de la madrugá,
en la pared de enfrente está la silueta que camina, y camina; otro flash y veo
su mano, que apenas se agarra a la cruz, mano trabajadora, cansada de aferrarse
a la vida. Y el Señor camina, avanza… ¡Qué pronto se está alejando! Y se va rodeado
de su nube de luces y sombras, de llantos y saetas…
Cuando escucho a
alguien decir:
“¿Tú te has fijado
bien
cómo anda el Gran
Poder?”
Yo siempre pienso lo
mismo,
“¿Que cómo anda el
Gran Poder?
Muy ligero, que yo lo
sé,
muy ligero, que no lo
olvido.
Al año siguiente nos fuimos a la
calle Feria, donde nos esperaban otras sensaciones. La noche se torna suave
cuando se llena el espacio de capas blancas y terciopelo. La luz y la alegría
fluyen por las ventanas y las puertas abiertas, un sentirse macareno flota por
cada rincón, dentro de cada zaguán. Ellos conocen y hacen la historia, esta
noche en palacio sólo trabaja el palanganero y al condenado se lo llevan tres
romanos con plumeros.
Suenan las cornetas a
verdad,
A metales añejos
y copas de
aguardiente,
como si el tiempo se quedara
dormido un año tras
otro
en las duras boquillas
El Cristo preso de
manos
no quiere más sentencias
y vuelve tranquilo la
cara,
sus cien cirineos le
siguen
por donde quiera que
vaya
Ya llega, están anunciando
nerviosos, intranquilos, desesperados, pero se encuentra un poco lejos todavía.
Se oye el bullicio que se acerca y que va creciendo como una ola infinita,
tiembla el suelo, se desmorona el sentido de la razón, las caras se desencajan
en una sonrisa que duele, la multitud comienza a moverse como un todo hacia
delante y hacia atrás, preparada para recibir a la Reina en su seno. Ya está
aquí, exultante, victoriosa, cara de niña con lágrimas de pitiminí, dulce la
pena que te cautiva. Cuando la tienes ante ti te atrapa y no quieres dejar de
estar a su lado, pero se escapa su mirada cuando el paso comienza a doblar y la
ves de perfil entre varales que bailan, la quieres seguir pero no es posible.
Más adelante cinco o seis magdalenas no pueden contenerse: Macarena, Macarena, Macarena, la aplauden sin parar y le
lanzan piropos sin pudor, los gritos se van mezclando con un llanto mudo de
sufrimiento, quien niegue que esas mujeres están rezando no conoce Sevilla.
Continuara....
Pregón inconcluso de Rafa Martín Holgado cedido a este blog por Régine Nicaise Fito.
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