Van pasando primaveras y cada vez
cuesta más trabajo vestirse de nazareno. Uno lo hace todavía con ilusión, pero
como disfruta realmente es viendo a su hijo con el antifaz levantado correteando
entre las filas, dando caramelos sin parar. Ahora toca enseñar lo que uno
aprendió de pequeño, transmitir el cariño por unas imágenes y la pasión de
vivir la Semanasanta. Continuar
el milagro de transformar pan duro remojado en vino y miel en la esencia
gastronómica de unas fiestas.
Con un niño pequeño resulta muy
agradable acercarse a los barrios, como por ejemplo El Cerro, y disfrutar de la
explosión de júbilo que se vive por sus calles. No paran de darte estampitas y
caramelos. Este barrio obrero que creció en torno a las fábricas de hiladuras y
telas de Andalucía, se encontraba psicológicamente tan lejano a Sevilla, que el
12 parecía más un interurbano que un autobús de la capital y al bajarse los
componentes de una pandilla, uno echó mano de su paquetillo de cigarros y los
otros le recriminaron, en Sevilla ni se
te ocurra fumar.
Pero eso quedó bien atrás en el
tiempo y cada martessanto se plantan con la Cruz de Guía en La Campana y pasean la Virgen de los Dolores por
todo el centro de la ciudad. Como tiene que ser, porque la SemanaSanta es una
tradición que se reinventa cada año, como tiene que ser.
UNA NECESIDAD
Me hace gracia cuando alguien se
me acerca para decirme: ¿A ti te gusta la Semanasanta ? Hombre,
eso se le pregunta a uno de Burgos, por ejemplo. Para los que vivimos aquí, la Semanasanta no es una cuestión
de gusto, es una necesidad que sentimos.
Si paseas por el centro seguro
que tarde o temprano te acercas a la esquina de García de Vinuesa para respirar
el incienso dulzón, que como un veneno deseado nos va engrasando los huesos
paralas bullas y parones imprevistos.
No nos cansamos de los tambores,
que le vamos a hacer, nos atraen en tiempo de Gloria y hasta cuando están
ensayando. Pero llega un momento en que la Semanasanta parece una
pesadilla de la que no se puede escapar. El otro día escuchando el duelo de
trompetas de un western, sin querer me trasladé a la Plaza del Cristo de Burgos,
totalmente a oscuras, abarrotaita de gente, sonaban.
Ya sé que todos los años es lo
mismo, pero faltar uno es como si me quitaran un trozo de vida. Aquel año aprovechamos
la semana de vacaciones para viajar a Siria con unos amigos. Como antídoto,
para no olvidar lo que en Sevilla estaba pasando, tuve la ocurrencia de
llevarme tres docenas de torrijas, así sentiría en la lejanía el sabor de mi
tierra. El Viernessanto estábamos visitando el teatro romano de Bosra y
coincidimos con cientos de escolares que subían y bajaban por los graderíos sin
parar, que llenaban la platea y nos pedían sonrientes hacerse fotos con
nosotros. Desprendían unas ganas de vivir contagiosas. Al salir escuchamos el
canto del muecín desde una mezquita cercana, la voz me hace pensar en TRiana y
le escribo el siguiente mensaje a un amigo: Estando tan lejos suenan quejíos
conocidos. Llaman a la oración y parece una saeta. Al instante responde mi
amigo: “Ahora mismo tengo a la
Esperanza delante de mí y le están cantando. Que más da que
sea gitana o mora. Alá es grande”.
Hoy, muchos de aquellos niños que
conocimos, probablemente, empuñen un arma sin saber para qué, caerán una vez,
quizás dos, pero a su lado no encontrarán cirineos, serán azotados con las
malditas armas químicas, bombardeados sin ningún miramiento, porque la calle
donde nacieron y donde jugaban hasta no hace nada, hoy es un calvario.
Cada día señalaíto se juntan
todos en la casa donde se criaron: dos hermanas y dos hermanos más los hijos de
cada uno. Todos vestidos con la túnica negra y el cordón que el padre les ha
ido anudando, el mismo ritual de cada año, después les ajusta el cuello de la
camisa y la capa sobre los hombros. Se ve que disfruta cuando, por último, les
pone bien la medalla para que se vea la cara de la virgen y les coloca los dos
orificios del antifaz delante de los ojos. La madre no para, nerviosa como
todos ellos, de moverse de un lado para otro, lo misma guarda caramelos en los
bolsillos de los pequeños, que prepara las bolsas con los bocadillos y el agua
para ellos. Se preocupa apenada por los que van descalzos y antes de salir va
comprobando como les queda de larga la ropa. Por fin se asoman a la terraza
para despedirlos y contemplan orgullosos como los suyos se encaminan hacia la
iglesia, felices, porque van a acompañar Al
gitano de la cava
Que resuenen por el
barrio
flamencas las
cornetas
y palpiten los
tambores elegantes.
Viernes Santo,
tradición
que se me hinche el
corazón
Bonito recuerdo de Rafael...
ResponderEliminarQuerido Rafa: ayer volvimos a vivir otro Viernes Santos; otro día grande de nuestro Barrio con el Puente y el Altozano como puntos de encuentros de todos los trianeros: los que estamos, a los que echaron y regresan en estos días especiales y a los que, como tú, siempre estarán presentes y vigilantes desde esa diáspora celestial. Desde la madrugada hasta las 2 de la tarde el protagonismo fue de Pureza, San Jacinto y la Cava de los Gitanos; allí como todas las mañanas del viernes me llevó la Esperanza, mi corral, mis padres y los familiares y amigos con los que compartimos tantos momentos. Pero a partir de esa hora todo el protagonismo lo adquiere Castilla, Callao y San Jorge donde una vez más pudimos compartir ese pequeño paseo acompañando a tu cristo. Gracias amigo.
ResponderEliminarEsta primavera está siendo especial para mí, tal vez he ido agudizando los sentidos para apreciar toda la belleza que me rodea, el perfume de las freesias de mis macetas, el colorido de los geranios que cuelgan de las paredes de mi patio o esa nube de azahar que envuelve a cada naranjo por las calles. Y ahora, al llegar la Semana Santa, no dudaba que este año saldría “El Cachorro” en su Viernes Santo.
ResponderEliminarEs por eso que esta mañana visité el Blog de Triana y me sorprendí con este Pregón desde el Cielo, este regalo que nos hace Rafael y que agradezco a su esposa Regine que nos haga llegar.
Este Pregón yo también lo llamaría “última lección”. Por un lado, porque nos transmite de forma magistral esa unión perfecta entre tradición y fe de la Semanasanta , con su enfoque personal, poético y a la vez tan de a pie, que es imposible no escuchar su susurro de voz desde el cielo recitando cada párrafo… Por otro lado, porque esta entrega supone un gesto de generosidad total, y porque nos muestra una actitud ante los momentos más difíciles, donde se aferra por completo a la vida, afrontando nuevos retos, nuevas inquietudes y siempre desde sus propias experiencias.
Gracias de verdad por esta inesperada y última lección, porque sin duda me ha enriquecido profundamente.
Rosa Pérez Gago