Los Remedios, convento y raíz (1)
El
llamado Barrio de Los Remedios es una gran criatura sin memoria. Nació
consciente y con todas sus facultades básicas normales. Supo donde estaba y lo
que quería ser de mayor. Creció y creció como un niño rico estrenando ayas y
mentores con demasiada frecuencia, recibiendo extrañas enseñanzas que fueron
convirtiéndose en un completo galimatías. Tal desorden confundió su entendimiento,
llegó a olvidar sus primeras ideas y optó por ir tan encogida de hombros que
estos le tapaban los oídos.
Ya
adulta, cada vez que se mira en el espejo del río, el mismo que regó las
tierras de la huerta que fue, le asalta la inquietud de una interrogante que es
siempre la misma: ¿Quién soy yo...? Se ve tan distinta que le cuesta
identificar sus genes lo que complica la amnesia vital que padece.
En la
medida de nuestras posibilidades, pocas desde luego, nos gustaría ayudarle. Y
lo primero que se nos ocurre es la lectura que de sus orígenes encontrará en
los escritos de tres de los historiadores fundamentales de la cultura trianera:
Justino Matute, González de León y Madoz. En sus obras
registraron la propiedad de los terrenos que ocupa, nombres de barrios antiguos
y los oficios que practicaron los que fueron los más directos ascendientes de
sus actuales vecinos, historias de conventos y de monjes que hallaron en este
suelo el refugio de la Cruz y la paz del rezo, recogidos en la magnificencia de
obras de arte que les ayudaron a comprender la gloria a la que aspiraban;
crónicas de molinos de pólvora que saltaron por los aires, de astilleros
emprendedores y de puertos de muelas de molinos de donde zarparon gigantes de
la navegación (el río podría hablarle de esas epopeyas, pero ha sido tanto su
desinterés...).
Mas
recurramos a los ancestros y detengámonos ante el convento que fue su origen
cuando ya no ejercía la piedad y a lo peor por eso, por tener un padre jubilado
de su oficio, le vino la anormalidad. El sitio tuvo un primer vecino
trascendente, el ermitaño que levantó la primera capilla donde la gente del
puerto veneraría a una imagen de la Virgen del Carmen, porque ella era el
remedio para los males de la navegación. En 1526, diez años después de la
llegada de los frailes de la que sería Casa Grande de la Victoria
-convento vecino donde fray Diego de Pérez encendía el fervor de toda Sevilla
con sus predicaciones-, ya se reza allí a la Virgen de los Remedios que
tardaría de disfrutar de casa digna, pues el 20 de octubre de 1603 un vendaval
derriba la campana del edificio matando a uno de los frailes de la reducida
comunidad de carmelitas descalzos, y dos años más tarde la cofradía de
Mareantes acuerda en una de sus actas la entrega de sesenta ducados a los
frailes del convento de los Remedios, así por su pobreza como por habérseles
caído la casa...
El edificio actual se comenzó a construir en 1632, más
alejado del río, pero su altar no se consagró hasta el año 1700. A fines de ese
siglo se levantan las dos naves colaterales de la iglesia, obra de José
Echamoros, Maestro Mayor Municipal. González de León lo situaba en 1830,
diciendo que hacía punta o cabo por donde terminaba el barrio por esta parte.
Añadamos que sor Teresa de Jesús fue huésped en esta casa, un convento
que era saludado con salvas de artillería en la partida y, especialmente, al
regreso de las travesías de las naos al Nuevo Mundo en acción de gracias. Con
el paréntesis de la invasión francesa mantuvo su monástica actividad hasta la ex
claustración general de 1835. En el año 1879 refiere el historiador Ana de
Valflora: “Es muy nombrada la huerta de este convento por la abundancia y buen
gusto de sus naranjas y limones...”.
Ángel Vela Nieto (del libro “Triana, sitios y
costumbres”).
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