sábado, 18 de enero de 2014

EL DEDO DE RODRIGO


Los Remedios, convento y raíz (1)


         El llamado Barrio de Los Remedios es una gran criatura sin memoria. Nació consciente y con todas sus facultades básicas normales. Supo donde estaba y lo que quería ser de mayor. Creció y creció como un niño rico estrenando ayas y mentores con demasiada frecuencia, recibiendo extrañas enseñanzas que fueron convirtiéndose en un completo galimatías. Tal desorden confundió su entendimiento, llegó a olvidar sus primeras ideas y optó por ir tan encogida de hombros que estos le tapaban los oídos.

         Ya adulta, cada vez que se mira en el espejo del río, el mismo que regó las tierras de la huerta que fue, le asalta la inquietud de una interrogante que es siempre la misma: ¿Quién soy yo...? Se ve tan distinta que le cuesta identificar sus genes lo que complica la amnesia vital que padece.

         En la medida de nuestras posibilidades, pocas desde luego, nos gustaría ayudarle. Y lo primero que se nos ocurre es la lectura que de sus orígenes encontrará en los escritos de tres de los historiadores fundamentales de la cultura trianera: Justino Matute, González de León y Madoz. En sus obras registraron la propiedad de los terrenos que ocupa, nombres de barrios antiguos y los oficios que practicaron los que fueron los más directos ascendientes de sus actuales vecinos, historias de conventos y de monjes que hallaron en este suelo el refugio de la Cruz y la paz del rezo, recogidos en la magnificencia de obras de arte que les ayudaron a comprender la gloria a la que aspiraban; crónicas de molinos de pólvora que saltaron por los aires, de astilleros emprendedores y de puertos de muelas de molinos de donde zarparon gigantes de la navegación (el río podría hablarle de esas epopeyas, pero ha sido tanto su desinterés...).

         Mas recurramos a los ancestros y detengámonos ante el convento que fue su origen cuando ya no ejercía la piedad y a lo peor por eso, por tener un padre jubilado de su oficio, le vino la anormalidad. El sitio tuvo un primer vecino trascendente, el ermitaño que levantó la primera capilla donde la gente del puerto veneraría a una imagen de la Virgen del Carmen, porque ella era el remedio para los males de la navegación. En 1526, diez años después de la llegada de los frailes de la que sería Casa Grande de la Victoria -convento vecino donde fray Diego de Pérez encendía el fervor de toda Sevilla con sus predicaciones-, ya se reza allí a la Virgen de los Remedios que tardaría de disfrutar de casa digna, pues el 20 de octubre de 1603 un vendaval derriba la campana del edificio matando a uno de los frailes de la reducida comunidad de carmelitas descalzos, y dos años más tarde la cofradía de Mareantes acuerda en una de sus actas la entrega de sesenta ducados a los frailes del convento de los Remedios, así por su pobreza como por habérseles caído la casa...

         El edificio actual se comenzó a construir en 1632, más alejado del río, pero su altar no se consagró hasta el año 1700. A fines de ese siglo se levantan las dos naves colaterales de la iglesia, obra de José Echamoros, Maestro Mayor Municipal. González de León lo situaba en 1830, diciendo que hacía punta o cabo por donde terminaba el barrio por esta parte. Añadamos que sor Teresa de Jesús fue huésped en esta casa, un convento que era saludado con salvas de artillería en la partida y, especialmente, al regreso de las travesías de las naos al Nuevo Mundo en acción de gracias. Con el paréntesis de la invasión francesa mantuvo su monástica actividad hasta la ex claustración general de 1835. En el año 1879 refiere el historiador Ana de Valflora: “Es muy nombrada la huerta de este convento por la abundancia y buen gusto de sus naranjas y limones...”.


Ángel Vela Nieto (del libro “Triana, sitios y costumbres”).


         

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