"El Perlo" en "El Ancla". Junio de 2012. |
El juego de la infortuna
José
Luis Jiménez y Elisa me recogieron de las puertas de El Serranito de la
Ronda de Triana a las ocho y media de una mañana especialmente fría, aunque el
día que amanecía era un 23 de diciembre. Llegamos al cementerio después de
templar el estómago con un café; allí, junto a la entrada de la capilla,
estaban Pepa Montes, Ricardo Miño, Antonio Fernández-Cachero y Antonio Díaz acompañando
a la hermana de El Perlo y algún
familiar o vecino, un pequeño grupo que no se vería aumentado ni en una sola
alma más. Llegó Eugenio en su último paseo; entraron el féretro en el pequeño
templo de las despedidas para el responso que ofició un veterano sacerdote, tan
helado como nosotros, que se había informado de quien era el finado mostrándose
afectuoso y condoliente con los familiares y hasta nos animó a todos con algún
comentario flamenco.
No
suponía esfuerzo de concentración contar los asistentes al acto postrero de un
viejo cantaor y poeta gitano de cuerpo exhausto, pero de mente viva hasta el
último suspiro... Un hombre impar, generoso, sensible, artista en suma, que
había conocido medio mundo cantando y bailando en las troupes de grandes
figuras del flamenco y la copla; poeta tardío y venturoso, empecinado navegante
por el ancho y tormentoso océano de los
versos desde su no lejano puerto oscuro del analfabetismo; un hombre ejemplar
con alma de niño que se confesaba infortunado, ser humano y artista de suerte
esquiva. Nos decía adiós quizá desengañado de la vida, pero confiado en la
justicia divina; iba a reunirse con su venerada madre, la que fuera jonda
cantaora de la Cava, y con su hermana Encarnación a la que despedimos nueve
meses atrás. ¿Hombre de mala suerte? Tendría que llegar el 2013 para que la
muerte se lo llevara después de sufrir la pérdida de quien lo acompañó durante
tanto años y a la que cuidó en su larga enfermedad con mimo de santo. Así que
estábamos en decir el número de personas que se juntaron en la capilla del
cementerio. Seguramente lo habrán adivinado: 13, ni más ni menos.
La
verdad es que El Perlo no hizo nada por prevenir esta triste circunstancia;
nunca se preocupó de ponerse medallas, de sacar pecho y exhibir con orgullo sus
ricos argumentos, su atinada inspiración como compositor de letras y músicas
para coplas que lucieron en voces famosas; para nada presumió de los adornos de
los que fue capaz de cubrirse desde el menos cero de su gramática y alfabeto,
que no de su natural facilidad para la creación a la que no pudo darle forma
escrita hasta que se reveló contra la Sociedad General de Autores porque le
devolvían sus composiciones por las faltas de ortografía. Y con esa candidez no
se puede andar por este mundo egoísta y falso. Porque, además, podía haberse
hecho visto y oído en los medios de comunicación con tanta historia para
contar, pero se limitó a salir a diario de su casa atildado y elegante, pero de
una manera natural, sin afectación; ni siquiera llevaba con él una cartera de
cuero como depósito ambulante de los libros de su autoría que ofrecía a sus
amigos, sino que yacían en el azul humilde de una carpeta de cartón.
Esta
falta de promoción, de escaparate, tuvo el resultado que se esperaba a la hora
de atraer a tanta gente que le conocía al séquito postrero. Pero, por otro
lado, Eugenio Carrasco Morales El Perlo era una especie de bicho raro,
caso único de cantaor gitano que se recicla en entusiasta de la poesía y que
pretende vivir de sus creaciones, agotada su voz por una cruel enfermedad. Un
viejo calé de pobre cuna que escribe en versos, que menciona a los clásicos
como amigos, que lee y estudia, que domina la técnica de la rima y su
nomenclatura... no puede ser más que un tipo extraño, y a lo peor lo verían así
demasiados ex compañeros de la flamenca profesión, posiblemente hasta los de su
Cava, los de aquella “Triana Pura”, grupo al que no perteneció porque no
contaron con él... Mala suerte, la misma que le acompañó en Madrid durante
mucho tiempo, porque no era lobo para aquellos bosques encrespados donde había
que luchar por la comida en el tiempo de todas las carencias. No estaba hecho
para competir. Y hasta algún gracioso, con malas entrañas, le colocó el
sambenito de gafe; y era mucha la guasa cruel de las fiestas, los señoritos y
el vino.
Trece
personas en un día helado de 2013 compusimos el séquito que acompañó a El Perlo hasta su tumba después de
un largo y pesaroso recorrido por entre huecos de nichos de muertos
desalojados, bocas negras que clamaban contra la moda de la incineración. Pobre
Perlo, seguramente lo que más lamentaría es no haber concluido el libro que
preparaba para un concurso, otro más. Con 88 años y todavía tenía esperanzas de
triunfar con rotundidad entre camaradas del verso y, de paso, ganarse unos
duros que ayudara en la precaria economía de su casa.
El
hombre puro que nos hacía partícipe de su poesía recién nacida no verá en manos
ajenas el poemario que dedicaba a su particular “Platero”, un burrito de
parecido nombre -“Barquero”, se llamaba- que hizo las delicias de su niñez
cuando con él acompañaba a su padre en el acarreo de materiales que daba de
comer a la familia, y al que acicalaba con esmero en su patio de corral de
vecinos del Monte Pirolo. Entonces fue feliz...
Ángel Vela Nieto
Te confieso, Ángel, que me entró una especie de escalofrío cuando, a la salida del cementerio, me hiciste la cuenta de los asistentes al funeral... soy muy supersticioso.
ResponderEliminarEsa humilde carpeta azul que acompañaba a Eugenio fue testigo mudo de su fallecimiento, tal vez cosas del destino. La última tarde que Elisa y yo vimos a Eugenio fue precisamente la del desenlace y en su mesilla del hospital estaba su carpeta azul. El día antes su hermana la llevó porque queríamos repasar su listín de teléfonos ya que Eugenio me encargó que avisara a sus amigos de cuál era su estado; tenía empeño en despedirse de ellos. Repasé la carpeta y además de una relación de nombres y números de teléfonos casi ilegible encontré diversas cartas anunciando concursos de poesía a los que nuestro amigo se presentaba a todos, era infatigable.
El destino puso a 13 personas en su funeral y a su inseparable carpeta azul en sus últimos días de vida, así de caprichoso es.
Me quedo con esa imagen donde Eugenio, en la Cava de los Civiles, viste de blanco y charla con un amigo mientras toma una copa de manzanilla. Tal vez hablaba de una de sus novias, de su burrillo "Barquero", de la calle Diana o de aquel hijo que añoraba y que nunca tuvo.
Yo me quedo con la imagen de Eugenio feliz en El Lope de Vega cuando gracias a Dios, perdón, gracias a Ricardo Miño, Ángel Vela y José Luis Jiménez, con la colaboración que nunca olvidaré y siempre habrá de agradecer mi corazón, pese a ser (porque es mi obligación de ciudadana y entiendo que la de todos aunque algunos prefieran, por diversos motivos, eludir la suya) muy crítica con la gestión de cualquier político de este país (entre los que destaco por cercanía por supuesto a los de la ciudad que habito), del Ayuntamiento de Sevilla en las personas de los responsables del Distrito de Triana (su Delegado Curro Pérez y su Director Manolo Ale), así como de los medios que a disposición del evento se dispusieron (Teatro, personal del teatro, imprenta, difusión…). Por supuesto gracias también a todos aquellos, que dieron la difusión y publicidad adecuada al acto (periódicos, radio, bloggers…) . Y gracias, por encima de todo, A LOS ARTISTAS QUE AQUEL DÍA ACUDIERON A DAR SU INCONDICIONAL APOYO A EUGENIO “EL PERLO DE TRIANA”.
ResponderEliminarGracias a todas estas personas y circunstancias Eugenio pudo disfrutar ese 20 de noviembre de 2012 del homenaje que se merecía y pudo hacerlo antes de irse para siempre que es lo importante.
Pienso que los homenajes y reconocimientos no sirven de nada (más que para el regocijo del propio ego de quienes los organizan, y el lavado de aquellas conciencias que lo precisan) cuando se hacen a título póstumo.
Me quedo con esto, y con algo que José Luis no querría que contase, pero que mi conciencia me dicta que comparta. Una imagen entrañable de José Luis y Eugenio en el Hospital San Juan de Dios, unos días antes de marcharse. José Luis con toda la paciencia, cuidado y cariño que puede reunir un buen amigo (su Gran Amigo le llamaba él) daba de comer a Eugenio, que casi no podía tragar, con una jeringuilla. Yo los miraba desde los pies de la cama y pensaba que en ese momento, aunque fuese uno de los últimos de su existencia, la vida le regalaba a Eugenio la oportunidad de conocer en su persona el inmenso amor y ternura de un buen hijo para con su padre. El amor de ese hijo que soñó y nunca pudo tener.
Firme y enternecedor tu comentario, Elisa. No sé dónde he dejado patente, porque es de justicia, la suerte de Eugenio por encontrar a José Luis cuando más necesitaba un amigo de verdad..., también a ti, claro, que lo secundas en todo.
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