El último Curro Puya
Hasta
ahora... Y contemplando el paisaje taurino del que fuera gran solar del toreo,
especialmente en sus mejores épocas, va a ser difícil que aparezca un sucesor
que sería el primero del siglo XXI que detente este título de adalid gitano y
mito flamenco-taurino, con los méritos necesarios. Francisco Moreno Vega,
“Curro Puya”, iba a cumplir los ochenta años cuando por su físico -tan
entrenado- y, de manera muy señalada, por su carácter amigable y jovial, parecía que tenía sellado un complot con el
tiempo... “Curro, me llevas diez años y parece que te los llevo yo”, le dijimos
más de una vez a sabiendas de que no era lisonja para animar su veteranía en el
mundo porque él tenía asumido su estupendo estado, propio, por otra parte, de
mucha gente de su raza y miembros de su familia (recuerdo a su tío Pepe).
Sevillano
de los que se recrean en cada rincón de la ciudad; trianero de la Cava de los
herreros en permanente ejercicio de su identidad; torero allá donde su sombra
se posara; maestro en el dominio del arte más complicado para fortuna de los
ilusionados muchachos que han pasado por su sabiduría y su duende en la Escuela
de Tauromaquia; querido, muy querido... Curro, de manera increíble y en tan
sólo unas jornadas de zozobra por la calle San Jacinto, nos ha dejado
(madrugada del 21 de octubre), víctima de la peste epidémica que se está
asentando en la nueva centuria con su traicionero veneno. ¿Curro, muerto? No
puede ser... Sí, y ahora que en el Altozano han vuelto a compartir cartel en un
mano a mano Joselito y Belmonte recobrando la plaza del sol
del arrabal famoso lo mucho que tuvo de foro taurino, como si aún anduviera por
allí Calderón con su amigo el quincallero comentando la última corrida de
Antonio Montes. Echamos de menos a Curro el viernes a la hora de la
inauguración de una exposición de la que hubiera disfrutado
extraordinariamente, porque allí estaban todos los que, con él, pudieron ser
figuras en los cincuenta y sesenta, los que conformaron la que catalogamos
“generación perdida” del toreo trianero. Otra historia.
“A mi me
llaman Curro Puya/ por la tierra y por la mar,/ y en llegando a la taberna/ la
piedra fundamental”. Muchas veces le recitamos la famosa letra flamenca a modo
de bienvenida cuando cumplía con una de las paradas en sus paseos diarios por
las dos orillas. Llamarse así, anunciarse “Curro Puya” en los carteles,
fue su primera muestra de valentía, un reto, un peso y una responsabilidad que
quedó justificado cuando, como triunfante novillero, lo trajeron a hombros
hasta su casa desde la catedral de las plazas. Y aunque un primo suyo también
lo lució, estaba la presencia eterna de su tío, mártir de la torería, aquel
Francisco Vega de los Reyes, una de las máximas figuras de la llamada edad
de plata de la historia de la Fiesta. Y, más allá del tiempo, pervive la figura del mítico
“Curro Puya”, diestro ante los toros y el cante, al que se le atribuye esta
tarjeta sonora de presentación en forma de cante añejo con la que abrimos el
párrafo.
Los
periódicos han repetido los datos de su carrera artística como novillero
prometedor, marca de la casa, al que una gravísima cornada en la plaza de las
Ventas de Madrid le privó de tomar la
alternativa y decidirse, tras la dura recuperación, por vestir de plata,
ejerciendo junto a primeras figuras hasta su jubilación. Por ello nos centramos
en el recuerdo personal y, enseguida, lo vemos en la calle Rodrigo de Triana
mostrándonos las fotos de su paso por el mismo lugar en su trono de matador
victorioso para el programa “De Calle” (Sevilla TV); o codo con codo, como en
un paseíllo, alternando con José María Susoni y José Rodríguez El Pío
en un bar de Adriano y ante carteles que los anunciaban en la Maestranza (¡vaya
terna!), dedicado a otro capítulo de la misma serie; o entre los “30 toreros de
Triana” que Antonio Badía retrató en una exposición sorprendente; o en uno de
los mejores momentos de su última etapa vital: cuando en la noche inaugural de
la Velá de Santa Ana de 2011 fue homenajeado, entre el beneplácito y felicidad
de sus vecinos, como Trianero de Honor, nombramiento que refrendaba el
cariño y respeto que se le profesaba.
A estas
alturas de la vida no conseguimos acostumbrarnos a que ni el barrio ni nuestra
calle se parezcan a lo que fue; pero menos aún asumimos que los soportes
humanos que aún restan de la pureza de Triana se desmayen para siempre, porque
son insustituibles... ¿dónde otro Curro Puya como el que hemos tenido la suerte
de tratar como amigo...?
Ángel Vela Nieto
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