De bares y tabernas
Los
barrios populares sin bares y tabernas no son nada. En las zonas distinguidas
los bares están dentro de las casas, con barrita y todo, pero no hay color.
Porque nada como sentarse en un taburete común y anclarse bien pegado a la
barra y, a ser posible, en el extremo donde mejor se vea y menos te vean. Y si
algo te preocupa tienes a mano, y gratis, al único psicólogo capaz de
entenderte y hacerte olvidar las penas; si, ese amigo que habitualmente te
llena el vaso sin necesidad de que tu se lo pidas será tu psicólogo de guardia.
Y de los
barrios populares, Triana. Decía Galerín, aquel reportero genial de El
Liberal, que Triana tenía plaza de abastos, cuartel de la guardia civil y cinco
o seis tabernas... en cada calle. Algunas veces hemos comentado el origen del
gusto por la calle del trianero; la culpa, el río. Raro el año que no se salía
de madre y llegaba con su húmeda y desabrida incursión hasta el último rincón
de la sala y alcoba llevándose los pocos mueblecillos de la casa, así que
apenas había una silla donde sentarse, y si la había qué se hacía sentado entre
cuatro paredes con una mujer tenazmente empeñada en que su modesta vivienda
aparezca radiante. Si te quedabas para hacerle compañía -los niños siempre
jugando en la calle- te echaba a escobazos. Así que del tajo a la calle, y en
la calle, la taberna.
En otros
tiempos a las esquinas más populares del barrio se les denominaba con el nombre
de la taberna o bar que la ocupaba: la Esquina Cuesta, la de Maldonado, la de
Berrinche, la de Carlos, la del Centro Castilla, la del Chachi... “coja usted
la esquina Berrinche y cuando llegue a la esquina Maldonado tire...”. De oca en
oca, y así se llegaba a la Roma que fuera si el orientado no hacía parada en
cada esquina. En nuestro libro “Triana, la otra orilla del flamenco” le
dedicamos el espacio que merecen estos lugares parroquianos donde el pueblo se
encontraba a si mismo, se hacían amigos y algunos de ellos alcanzaban el grado
de compadres que era el máximo galón en este ejército de gozosa paz. En la
taberna si se gritaba era para exclamar ¡ole!
Cada bar
o taberna en estado puro era en Triana una escuela de baile y un desahogo hecho
cante; las dos Cavas y la calle Castilla, principalmente, eran regueros de ecos
que se entrelazaban en un cante sin fin que empezaba en la tarde del sábado y
acababa en la del domingo. En la Cava de los gitanos se bailaba más que se
cantaba; en la de los civiles y por Castilla era al revés, pero la fiesta, la
misma: hombres con el sudor seco del trabajo duro del tejar o la fábrica,
necesitados de sacudirse su suerte en unas horas terapéuticas de olvido de todo
lo ingrato. Hasta que llegaba el más pequeño de la familia, enviado por la jefa,
y te tiraba de la chaqueta con el definitivo argumento de que la comida se
enfriaba y que ya era hora de tirá pa el cuarté.
¿Nombres distinguidos de bares y tabernas?
Incontables. La tipología bien cubierta en su escala de rango y condición,
desde la vulgar tasca vinatera al Altozano Bar, así en plan americano, donde se
podía tomar el mejor café y saborear refrescos exóticos. Un día algunos esaboríos
colgaron un cartel que decía: “Se prohíbe el cante” y, claro, hacerle eso a
los trianeros era pecado mortal y
sentencia de muerte.
Con el
tiempo, algo ha cambiado el ritual; ahora se canta poco, muy poco; signo de
modernidad. Ya no cantan ni la radio ni la tele; ahora se habla, se discute de
fútbol o de política, pero ahí andamos en la anhelada paz del bar, acodado en
la esquina estratégica contándole al amigo que nos sirve nuestras cuitas
mientras por la calle -la misma donde naciste- circula gente desconocida; pues
que circulen, que a nosotros nos basta con los que, cada día, nos juntamos en
nuestro bar siguiendo el consejo de la sangre. Y hasta el más parao,
posee un bar, su bar, lleno de amigos y algún compadre. ¡Ah, el bar..., que
gran invento!
Otro día
hablaremos de los veladores.
Ángel Vela Nieto.
Una vez más tendremos que recurrir a la célebre frase de Manuel Torre: ¡Hay que sabé istinguí! Últimamente están abriendo muchos bares ( perdón, por si alguien me corrige, lo que abren son restaurantes porque bares en las ZAS no se pueden abrir)que no se adaptan para nada a lo que has descrito, Ángel.
ResponderEliminarEs que antes los que despachaban eran todos del barrio, amigos de siempre; hoy son empleados de cadenas extrañas que suelen rotar por otros establecimientos. Ahora es difícil hallar a ese tabernero psicólogo...
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