El
cantarero de Lebrija
Llegó a
Triana al grito del trabajo. Acababa de cumplir el Servicio Militar en
Caballería, en Madrid, y estaba decidido a abrir sus horizontes. A pesar de su
juventud era maestro cantarero, oficio del barro muy de su pueblo, Lebrija, y
no se lo pensó. Sevilla latía frenética ante la pronta inauguración de una
exposición internacional y trataba de presentarse como se le exigía. Las
innumerables obras dentro y fuera del que sería recinto ferial de la Exposición
Iberoamericana, demandaban que los tornos de los alfares y los hornos de ladrillos
de los tejares funcionaran a toda presión. Y Triana era toda barro y humo. En
el pueblo le aseguraron que no le faltaría el trabajo en el arrabal sevillano.
Y a Triana llegó con todas las dudas, los miedos y la ignorancia del sitio y de
su gente.
Se bajó en
la estación de Cádiz y, andando y cargado con su maleta, fue, de pregunta a
pregunta, directo a la calle Alfarería hospedándose en una fonda en la misma
calle, frente al almacén de loza y cristal que, al poco, se convertiría en casa
de vecinos, la llamada Casa Grande. Dejó la maleta encima de la cama y bajó
para aprovechar la hora del almuerzo. En la primera reunión en el comedor, al
lado del propietario que lo acogía, ya tenía asignada su rueda como si también
la Providencia se hubiera sentado con él. El que llegaría a ser tan amigo que
hasta lo bautiza de nuevo llamándolo Juan en vez de Ángel, como era su nombre,
era familia de los Galochas, importantes y antiguos industriales tejareros. Era
sábado y quedaron en la mañana del lunes para la entrevista.
El nuevo
alfarero de Triana había dejado a su novia en el pueblo y, después de la larga
ausencia vestido de militar, no estaba dispuesto a estar mucho tiempo lejos de
la que quería para madre de sus hijos, por tanto volvería al pueblo para
casarse en cuanto pudiera. Tenía día y medio por delante así que, con toda la
tranquilidad del mundo, se dispuso a empezar a conocer el barrio que lo acogía.
La tarde lo saludaba plena de luz primaveral y, ya familiarizado con su cuarto
en aquella casa honda y antigua, hundida varios escalones bajo el nivel de la
calle, salió a la principal de Manuel Carriedo camino de la plaza mayor de
Triana que era la del Altozano. Aún quedaba parte de la vía porticada en la que
se intercalaban hermosos edificios de novísima construcción y donde mandaba el
tranvía en su sonoro y portentoso discurrir. La gente, de aquí para allá,
andaba confiada a pesar de que, a veces, el tráfico de toda clase de vehículos
se colapsaba buscando cada uno su camino. Tendría que ir haciéndose a ese trajín
lejos de la paz ambiental de su pueblo, aunque tenía bien asumida su
experiencia madrileña.
Su mirada,
queriendo abarca el ancho paisaje, fue recorriéndolo como si quisiera grabarlo
en la memoria. Estaba ante un Altozano renovado que también estrenaba nuevas
casas y hasta una Capilla de airosa arquitectura frente a la que llamaban “Estación
de los vapores” en cuya fachada lucía un reloj público de doble esfera. Era la
Triana que dejaba de ser pueblo para insertarse en el mapa de la ciudad.
Avanzó por
un tramo del puente y, apoyándose en la baranda, se recreó en la vida del río;
sí, el Guadalquivir a la altura de Triana tenía vida propia que a veces se
hacía espectáculo al que no le faltaban espectadores. Tomaba posesión de su
nueva patria mientras repetía mentalmente un nombre: Juan. Su posadero, quizás
por comodidad fonética o, simplemente, por caprichosa licencia con un joven
recién llegado, lo había rebautizado. Era la prueba irrefutable de que empezaba
una nueva vida.
Ángel Vela Nieto
Y aquella nueva patria, que cautivó a aquel intrépido cantarero, sigue acogiendo a sus hijos, nietos y bisnietos, a los que inculcó un infinito amor por Triana.
ResponderEliminarEn Triana nadie de los que llegaron buscando un futuro fue forastero...
ResponderEliminarHermoso relato, Ángel. Tambien trajo cosas a Triana, aportando la riqueza de la fuerza del trabajo y la ilusión, y, después la semilla del talento de quien nos regala estas entradas tan luminosas. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias, José Luis Tirado -enorme poeta- por tu lectura y tus atenciones a las cosas de tu barrio.
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