viernes, 6 de septiembre de 2013

EL DEDO DE RODRIGO

   

 El cantarero de Lebrija


            Llegó a Triana al grito del trabajo. Acababa de cumplir el Servicio Militar en Caballería, en Madrid, y estaba decidido a abrir sus horizontes. A pesar de su juventud era maestro cantarero, oficio del barro muy de su pueblo, Lebrija, y no se lo pensó. Sevilla latía frenética ante la pronta inauguración de una exposición internacional y trataba de presentarse como se le exigía. Las innumerables obras dentro y fuera del que sería recinto ferial de la Exposición Iberoamericana, demandaban que los tornos de los alfares y los hornos de ladrillos de los tejares funcionaran a toda presión. Y Triana era toda barro y humo. En el pueblo le aseguraron que no le faltaría el trabajo en el arrabal sevillano. Y a Triana llegó con todas las dudas, los miedos y la ignorancia del sitio y de su gente.

          Se bajó en la estación de Cádiz y, andando y cargado con su maleta, fue, de pregunta a pregunta, directo a la calle Alfarería hospedándose en una fonda en la misma calle, frente al almacén de loza y cristal que, al poco, se convertiría en casa de vecinos, la llamada Casa Grande. Dejó la maleta encima de la cama y bajó para aprovechar la hora del almuerzo. En la primera reunión en el comedor, al lado del propietario que lo acogía, ya tenía asignada su rueda como si también la Providencia se hubiera sentado con él. El que llegaría a ser tan amigo que hasta lo bautiza de nuevo llamándolo Juan en vez de Ángel, como era su nombre, era familia de los Galochas, importantes y antiguos industriales tejareros. Era sábado y quedaron en la mañana del lunes para la entrevista.

            El nuevo alfarero de Triana había dejado a su novia en el pueblo y, después de la larga ausencia vestido de militar, no estaba dispuesto a estar mucho tiempo lejos de la que quería para madre de sus hijos, por tanto volvería al pueblo para casarse en cuanto pudiera. Tenía día y medio por delante así que, con toda la tranquilidad del mundo, se dispuso a empezar a conocer el barrio que lo acogía. La tarde lo saludaba plena de luz primaveral y, ya familiarizado con su cuarto en aquella casa honda y antigua, hundida varios escalones bajo el nivel de la calle, salió a la principal de Manuel Carriedo camino de la plaza mayor de Triana que era la del Altozano. Aún quedaba parte de la vía porticada en la que se intercalaban hermosos edificios de novísima construcción y donde mandaba el tranvía en su sonoro y portentoso discurrir. La gente, de aquí para allá, andaba confiada a pesar de que, a veces, el tráfico de toda clase de vehículos se colapsaba buscando cada uno su camino. Tendría que ir haciéndose a ese trajín lejos de la paz ambiental de su pueblo, aunque tenía bien asumida su experiencia madrileña.

          Su mirada, queriendo abarca el ancho paisaje, fue recorriéndolo como si quisiera grabarlo en la memoria. Estaba ante un Altozano renovado que también estrenaba nuevas casas y hasta una Capilla de airosa arquitectura frente a la que llamaban “Estación de los vapores” en cuya fachada lucía un reloj público de doble esfera. Era la Triana que dejaba de ser pueblo para insertarse en el mapa de la ciudad.

         Avanzó por un tramo del puente y, apoyándose en la baranda, se recreó en la vida del río; sí, el Guadalquivir a la altura de Triana tenía vida propia que a veces se hacía espectáculo al que no le faltaban espectadores. Tomaba posesión de su nueva patria mientras repetía mentalmente un nombre: Juan. Su posadero, quizás por comodidad fonética o, simplemente, por caprichosa licencia con un joven recién llegado, lo había rebautizado. Era la prueba irrefutable de que empezaba una nueva vida.

Ángel Vela Nieto      

               

4 comentarios:

  1. jimenezjb6/9/13, 20:25

    Y aquella nueva patria, que cautivó a aquel intrépido cantarero, sigue acogiendo a sus hijos, nietos y bisnietos, a los que inculcó un infinito amor por Triana.

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  2. En Triana nadie de los que llegaron buscando un futuro fue forastero...

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  3. Hermoso relato, Ángel. Tambien trajo cosas a Triana, aportando la riqueza de la fuerza del trabajo y la ilusión, y, después la semilla del talento de quien nos regala estas entradas tan luminosas. Un abrazo.

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  4. Gracias, José Luis Tirado -enorme poeta- por tu lectura y tus atenciones a las cosas de tu barrio.

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