Lo que nos dejó la Velá
Podía haber
sido como aquellas Velás que, de tiempo en tiempo, tenía que restaurar don Aurelio Murillo desde su consistorial
rebotica, cuando veía que la cuesta
abajo de su fiesta más querida podía acabar en el fondo del mismo río nutricio
de sus juegos y sus risas. Entonces reunía en cabildo a las fuerzas vivas de su
palpitante alcaldía y soltaba la proclama: “Hay que echarle un salvavidas a la
Velá; Sant´Ana y Triana no se merecen este escarnio, esta patente y desastrosa
falta de respeto a las tradiciones de los pueblos”. Y, en seguida, repartía las
delegaciones quedándose con la más dura, la de visitar comercio a comercio
animando a la colaboración, tarea tan ingrata que a veces llegaba al mantel sin
ganas más que de dejar descansar a su estómago, delicado órgano que, al fin,
quedó muy afectado.
Siempre se
notó la mano amorosa de don Aurelio y su fiel y animoso equipo en los “días
señalaítos”. El Ayuntamiento, cicatero con una manifestación festiva abierta a
la ciudad, se aprovechaba de que, de toda la vida, la mayor parte de su coste
salía de la caja de las tiendas de Triana y, por lo visto, entendía que así
tenía que ser… ¿no quieren fiesta…? Daban el alumbrado y facilitaban la
presencia de la Banda Municipal –desde su fundación- para que diera la nota de
apertura, al par que una lección musical de las más clásicas partituras dedicada
a quien estaba alejado de ese placer, el pueblo más sencillo, más humilde. El
Ayuntamiento alumbraba lo que don Aurelio y su equipo organizaban sobre la
avenida de agua y el Altozano en honor de la titular de la Real Iglesia y como
homenaje a sus convecinos.
Podía haber
sido como aquellas Velás inolvidables, pero hay que añadir que se rozó la
banderita. Sorprende, además, que esta reforma profunda llegue en tiempos que
dicen de arcas telarañosas. Hay a la mano fotos de otros años y no hay más que
comparar. Las casetas en su estético uniforme exterior se han revestido de una
clase que antes no tenían; se ha demostrado que cuando se quiere, se puede; que
es cuestión de agudizar el ingenio y de entusiasmar a quienes están dispuestos
a esforzarse, generosamente, por un lugar que lo merece por lo que representa. Casetas y su ambiente, con el paseo de Betis,
es lo sustancial, y el programa de festejos, accesorio. Y en eso que
catalogamos como sustancial, se rozó el “pleno Aurelio”. Pero –lástima de
“pero”- de nuevo quedó demostrado que la política no tiene sitio entre la
Triana que sabe lo que festeja. Lo dejamos bien sentado en uno de los libros
sobre la historia de la Velá: las casetas de los partidos políticos aparecían
como extraños invitados, más preocupados de agasajar a sus jefes que a
Sant´Ana; más devotos de banderas y retratos ajenos que de Naranjito o Gracia, la
que grabó el himno de la Velá que nunca he escuchado en el real trianero.
Se acabó el chimpúm verbenero, martirio de los que
pretendían echar un vistazo, al menos, al conjunto de casetas, y sembrador de
odio de los inocentes –y también privilegiados- vecinos de la calle. Se acabó
la irrespetuosa botellona que se
adueñaba, como cualquier día, de todo el trayecto y se le rescata para el paseo
familiar. Pero –otro dichoso “pero”- faltó la rúbrica sobre el cielo, el
autógrafo del barrio que sabe disfrutar de lo suyo: los fuegos. Hay que hacer
un esfuerzo; sin ese refrendo, luminoso y sonoro, la Velá se deshace desvaída,
triste. Y la gente vuelve a su casa sin los felices reflejos en el rostro del
arte de los coheteros.
Estimo que
este año han quedado afianzados los pilares para la construcción de una Velá
acorde con su categoría: Fiesta de Interés Turístico de Andalucía. Ahora hay
que esperar que la Junta también se lo crea.
Ángel Vela Nieto
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