Son
las siete de la tarde y en la calle todavía manda el sol, los aparatos de aire
a duras penas consiguen crear un microclima en los hogares. Verano sevillano,
el de siempre. Sin embargo, en la piscina de Galisport no se está mal, el
remojo y el botijo son viejos inventos que todavía responden. Hay nadadores que van de un extremo a otro sin
parar, hombres y mujeres, jóvenes y maduros, cuerpos de fresa y de chirimoya
que se desplazan hacia delante o hacia atrás en busca de cualquiera sabe. En la
primera calle ha comenzado un curso de aquagym, una rítmica monitora se va
moviendo al son de una música alegre para indicarle a las alumnas los
ejercicios que deben realizar. En el otro lateral, la última calle está ocupada
por dos o tres personas que se limitan a realizar simples ejercicios mientras
van andando y por algunas más que reciben unos chorros de agua en la espalda.
Por allí han coincidido dos hombres, ambos con anchos bañadores de cuadros,
imagino que los típicos de la pasarela matalascañas, y unos gorros apretados
sobre las cabezas, que esconden el poco pelo que les queda.
Desde que han puesto
la música los dos han dejado de moverse por la piscina y no le quitan ojo a la
monitora. Al rato uno de ellos comenta: ¡Que forma más bonita de aprender a
nadar!. El otro se ríe, lo ha entendido perfectamente. Igualito que yo,
continúa, que aprendí de chico en el río, entonces me tiraba desde el puente
sin saber nadar porque estaba seguro que mis hermanos mayores me sacarían, como
siempre. El agua les llega al pecho y siguen con las miradas fijas hacia el
otro extremo de la piscina, hipnotizados por los movimientos de la incansable
sirena, aunque no sé si con la falta de gafas y las probables cataratas son
capaces de ver claro a esa distancia. La de gente que se tragó el río le
responde el otro, al tiempo, no tienen prisa para hablar, ni casi para nada, ha
sacado los dos brazos del agua para poner más énfasis a lo que ha dicho, sus
manos, como si estuvieran moviendo las fichas del dominó, giran en el aire. Sí
que es verdad, con la de veces que yo me he tirado del puente y ahora me da canguelo
hasta asomarme. Se callan y se miran por primera vez. Uno de ellos se dirige
hacia las escaleras para salirse del agua, el otro estira brazos y piernas,
pero ambos continúan echando la vista hacia el otro costado de la piscina. Lentamente
los recuerdos de una vida pasada comienzan a hundirse, recuerdos en blanco y
negro, alegrías y tragedias que pesan mucho para permanecer tanto tiempo a
flote…
Rafael
Martín Holgado.
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