jueves, 25 de julio de 2013

EL DEDO DE RODRIGO

     

 Manolo Pacheco


            Ahora que contemplar una foto puede causarte daño; ahora que hay más ausencia que presencia en un grupo sonriente y joven; ahora que es mejor dejar el blanco y negro idealizado en la memoria estando, como estamos, ante el resplandor de la Velá cuando toda Triana se reviste de pueblo contento de serlo, cateto y sabio, de camisa blanca y falda ilusionada relucientes como el mismo puente ya engalanado, como la lámina quieta del río a la espera de los héroes de la cucaña… ahora que pesa la nostalgia como pesan los dulces sueños que no podemos retener al despertar… recordamos a los amigos que alcanzaron el Mar y nos dejaron aquí navegando a contracorriente apenas sin fuerzas ya.

            La Velá de hace veinte años fue la última que disfrutó el inolvidable Manolo Pacheco, compañero en aquella “redacción” de mármol de Casa Cuesta sobre la que se componía, página a página, las revista “Triana”, último destello romántico de un barrio que se deshacía en cada trianero viejo. Cuánto echamos de menos a Manolo Pacheco, y cuánto necesita Triana su mirada enamorada contemplándola en los atardeceres desde la otra orilla hasta que el Padre Creador, en el que depositó tanta fe, lo cubría en una ceremonia de luces bajo la misma capa de arrebol… “Va la tarde perdiéndose en el juego/ de la luz y la sombra. Ya se asoma/ por el pretil del patio una paloma/ fugitiva del sol y de su fuego…”. Sólo Emilio Jiménez pudo cantar como él a Triana sirviéndose de la ajustada armonía del soneto, su instrumento preferido.

                Tengo delante una carta de Manolo escrita en 1983 (treinta años, ya), corrían entonces malos vientos ante la Cruz de San Jacinto y él nos daba ánimos… “Triana se muere, desaparece. Será pronto un recuerdo. Es la manifestación fatalista de muchos trianeros, de muchos sevillanos. Y yo, trianero hasta más allá de la muerte, física y psíquicamente trianero, una gran herencia que recibí de mis padres, puedo asegurar a todos los pesimistas, a los pasivos, a los apocalípticos, a los tristes conformistas que Triana, el barrio más famoso del mundo, no morirá, no desaparecerá jamás…”. Era así de apasionado, así su entrega. Y puede resumirse en este párrafo el legado espiritual de Manolo Pacheco. Leyéndolo, resuena poderoso en mi mente el eco de su voz rotunda, que hasta en eso me recordaba a Fernando Fernán Gómez, y lo veo, siempre sonriente, como un D´Artagnan entre aquellos mosqueteros que en Triana eran muchos más que tres o cuatro, esos amigos tan importantes, tan maestros, con los que me juntaba –joven y recién estrenado como padre- las tardes de los viernes con una copita de “Canasta” entre un mar de papeles, semillas del siguiente número de nuestra revista.

            Tuve la suerte de acercarlo al ilusionado grupo y de eso salimos todos ganando, porque ante el papel no sólo sabía puntuar las íes, sino que pasaba del verso más sentido y perfecto a la prosa con chispa e ingenio. Rimaba lo profundo, resumían trascendencia sus versos; se destornillaba el engranaje de su gramática cuando por versatilidad y guasa socarrona, jugaba a ser el cómico de la “redacción” con artículos que parecían destinados a “La Codorniz”. Así era su sal y así era su sangre. Y este es el valor que perdimos.

            Estará con nosotros en el Hotel Triana, la noche mágica del pregón, cuando vuelven todos los que conformaron el mapa de pureza de un lugar eterno.


Ángel Vela Nieto.     

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