viernes, 17 de mayo de 2013

EL DEDO DE RODRIGO



Rocieros de infantería


            Va de recuerdos. Pongamos como fecha los años cincuenta que igual que en los cuarenta varió la vida muy poquito desde el primero al último año de la década; el mismo gris y las mismas carencias. Fueron los años de mi niñez, mi patria (“la infancia es la patria del hombre”, sentenció un poeta). Y Triana, mi patria física, era todavía un pueblo cercado en su forma de arco de amplios espacios abiertos para el disfrute de los niños, y unas costumbres festivas de siglos para que los mayores se olvidaran, siquiera por unos días, de esas estrecheces que he mencionado y poner un poco de color a sus vidas.

            Estaban la comitiva de los Reyes del Ateneo, la Semana Santa y la Feria, aunque ésta sólo diera para un paseo hasta el Prado de San Sebastián para contemplar la diversión ajena como si fuera propia. Y lucían las Cruces de Mayo, más asequibles y disfrutables; la salida en procesión de alguna imagen de gloria que favorecía el paseo por el barrio e invitaba a la cervecita –sólo una- en la calle San Jacinto o el Altozano… y el Rocío. ¡Ah, el Rocío!, una fiesta para todos porque se partía en dos, el Rocío de caballería (a caballo o “transporte”) y la siempre fiel infantería acuartelada y con día de permiso. Los primeros eran los principales protagonistas, los que podían presumir de circunstancias que les permitían embutir las carnes en el distinguido uniforme y desahogar su buena suerte rociando sus coplas desde el estruendo del primer cohete de salida del Simpecado.

            ¿Y quiénes iban a ser los de la infantería acuartelada en día (o mañana) de permiso”?, pues los que se tenían que conformar con el espectáculo de ver pasar a los primeros, los afortunados, los rocieros de galones, cuyo Rocío llegaba adonde tenía que llegar, mucho más allá del Patrocinio o de la Pañoleta, y a los que no volveríamos a ver en una semana. De niño y algo mayor viví este tiempo rociero reducido a la contemplación de la salida y el regreso, o sea, en plena infantería cuartelera. Estaba, como la mayoría de los trianeros de los corrales, en mi función de activo animador de la rutilante maravilla; incrustado en la masa en un apretado tramo de acera de San Jorge o Castilla, aplaudiendo a los protagonistas de caballería y transportes, admirado de tanta gracia en los adornos de las carretas y en la belleza de las muchachas ataviadas como la Virgen de la romería mandaba, explosivas en su gracia y en sus cantes. No faltaban rostros de cine, estrellas deslumbrantes con la jerarquía de sus palillos repicando y que sólo volvían a su barrio en esa fecha, lo que alimentaba la curiosidad. Y recuerdo que los chiquillos los acompañábamos hasta los límites patrios, el que marcaba la capilla del Cachorro.

            Los presumidos, que los había como es natural, podían, mientras sujetaban al animal, soltar las riendas de todas sus ansias de verse como galanes del cine, admirados, envidiados y hasta aplaudidos por tantos vecinos encendidos y conocidos en su mayoría. Los de mi patio siempre fuimos de infantería, de la clac, que una vez pasada la ola de colores volvíamos al marengo y al cinc del corral, pero con la esperanza de que en una semana el espectáculo -gratuito- se repetía en la tarde-noche por los mismos escenarios. Sólo que sabíamos que algunos de los cruzados regresarían pareciendo soldados de un ejército en retirada. Y así hasta el último cohete, porque parece inimaginable el Rocío sin cohetes…

            Pues nada, otra cervecita en el Cañaveral y para el cuartel o el cine de verano… Y que viva el Rocío, la fiesta para todos los “cuerpos” militantes.

Ángel Vela Nieto

4 comentarios:

  1. La esencia, el sentimiento, la memoria de los recuerdos...plasmado en el texto con hermosura, gracia, belleza...y podría seguir, pero lo voy a resumir, con tu permiso, Ángel:
    Has descrito fielmente a nuestra ¡TRIANA!
    ¡VIVA TRIANA Y SEVILLA!

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  2. Rafael M.H.17/5/13, 20:31

    Una década más tarde, a mediados de los sesenta, yo andaba por allí cerquita, porqué nací y vivía en frente de Payán. Para el niño que no quiero dejar de ser el paso de las carretas era un tiempo muy desconcertante: quería formar parte de la fiesta, igual que todos mis vecinos, regimiento de infantería Castilla 65 (ahora 55), que bajaba a la puerta a disfrutar, como tan bien narras, pero los cohetes me daban un miedo horroroso y acababa casi siempre escondido debajo de la cama. Y mi madre que ya por entonces me animaba: qué tipo tiene mi niño, cuando seas mayor, tú torero, que en la plaza no tiran cohetes. Ole.

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  3. Hace tiempo que me "licencié", pero el Rocío en Triana siempre tendrá esa doble manera de sentir la fiesta. Y se respira una sensación de vacío en el barrio durante los días de la romería; parece que todo, o gran parte, se paraliza... Todo queda para cuando pase el Rocío como si la ciudad entera se trasladara a la aldea...
    Gracias como siempre, Mari Carmen -me gustaría saber de dónde sacas el tiempo para darte tanto a los demás-. Y mi joven y prometedor amigo Rafael: Hay una película que me gusta mucha que se titula "El guardían del Paraiso, de Fernán Gómez; en una escena sentencia un personaje muy taurino (Antonio Riquelme): "Donde se ponga un toro que se quite to er mundo...". Pues donde se ponga un cohete que se quite el toro..., digo yo.

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    1. Pues repartiendo mi tiempo, buscando el hueco, intentando aportar cosillas...si se tiene voluntad, nada nuevo, Ángel.
      Gracias a tí.
      Saludos desde Gines.

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