jueves, 18 de abril de 2013

EL DEDO DE RODRIGO



Manuel Cagancho (1)



            Manuel Rodríguez García, herrero como toda su estirpe, nació, según datos publicados y repetidos, en la Cava Nueva número 20, el año 1846 en su día muy señalaito, el 26 de julio, día de la Patrona Santa Ana, algo de lo que suponemos presumiría toda su vida. Hijo de Antonio Rodríguez Moreno, primer Cagancho, y de María de la Concepción; asentemos el nombre de sus abuelos paternos: Manuel Rodríguez y Rita Moreno. Casó con María Vargas Flores con la que tuvo a su hijo Joaquín en 1871.

            Quien mejor conoció a este Cagancho, hombre y cantaor, fue su pariente Fernando el de Triana: “Manuel era un hombre noble y honrado a carta cabal y tenía a quien salir, pues me consta que tanto el padre como el hijo murieron sin tener una pelea y no saber lo que hay de las puertas de la cárcel para adentro. Cosa rara, ¿no es verdad?, pues así era, aunque su aspecto parecía decir lo contrario”. Y lo retrata: “Era un gitano cobrizo, de ojazos reventones y pómulos salientes, pero de una simpatía y una modestia que lo hacían acreedor de ser distinguido por todas las personas que tenían la suerte de tratarlo; y luego cuando salía cantando con aquella voz machuna de temple brusco y de gran potencia, esforzando las notas más y más hasta coronar los cantes, daba una sensación de tragedia por el gesto realizado; y para qué decir que presencié muchas veces que al terminar los cantes de este gitano de pura raza, los otros gitanos que le acompañaban y muchos gachés que por fuera le escuchaban, pagaban su arrebatador delirio con romperse la ropa y echar por alto todos los cacharros que tenían por delante. Esto era la compensación de aquella obra magna e inimitable. Cuando más solía ocurrir el destrozarse la ropa  de entusiasmo, era al cantar el gran Manuel esta seguiriya: Al Señor de la insinia/ le ayuno los viernes,/ porque me ponga al pare de mi arma/ donde yo lo viere. Esto no había -continúa Fernando- quien fuera capaz de escucharlo sin estremecerse y experimentar una sacudida de nervios que sólo con el vino se aplacaba”.

            Y aunque fuera difícil verlo fuera de Triana, sólo pasaba el puente para ir al Baratillo a vender su producción herrera, Fernando el de Triana nos dejó una anécdota del señor Manuel Cagancho que tuvo como protagonista a un niño insomne de un pueblo cercano al que el cantaor dejó frito dedicándole la nanarroro. Esta historia que tuvo su repercusión en Sevilla, la amplía Pepe el de la Matrona en sus recuerdos, señalando que unos amigos trianeros, concejales del Ayuntamiento, lo llevaron a un bautizo a “Villanueva la Riscal” (así lo reproduce Ortiz Nuevo) y el niño con su llanto no lo dejaba cantar; se acercó a la criatura, le cantó una nana y lo durmió. Así que cuando un niño en Sevilla no paraba de llorar se decía: “Van a tener que llamar a Cagancho”.

            ¿No estuvieron los Cagancho nunca presos? Leamos lo que monta Núñez del Prado. Asegura el polémico escritor que Manuel conoció la cárcel y que cantando carceleras su voz era como una serpiente de hierro. Y añade que le gustaba cantar esta toná: Me sacan del calabozo/ me llevan a otro más malo/ donde no se diquilaban/ ni los deitos de las manos. Y sobre circunstancia tan especial Saavedra Fajardo concreta y crea la polémica: “Tío Antonio y su hijo Manuel Cagancho, cantaores excepcionales de tonás y seguiriyas, dio la casualidad que por cualquier asunto de la justicia fueron recluidos en el penal de Belén de Granada. La prisión establecida por rara ironía en un antiguo convento, estuvo situada en la calle Molinos. Cantaban estos gitanos de manera asombrosa aquello de Ni el color de la albahaca,/ ni la frescura del río,/ templan el fuego que tengo/ en el corazón metío. El alcalde de la cárcel recibía continuas recomendaciones para que dejasen libre por unas horas a los dos gitanos, en continuas llegadas de turistas de relieve. Y así se les concedía licencia especial para salir a cantar al Hotel Siete Suelos, y tras dejar oír el misterio jondo de sus cantes, volvían a ser encerrados en el bien custodiado penal hasta otra llegada de turistas notables”. Pues a pesar de estos prolijos detalles que Félix Grande transcribe en “Retablo Flamenco” (Peña flamenca de Córdoba, 1977), Fernando el de Triana, que conocía (y quería) bien a los Caganchos, niega –ya lo hemos visto- que tuvieran nunca problema con la justicia, y nada tiene que ver con la delicada cuestión que Manuel cantara también esta letra: Cuando llegó la justicia/ y mi casa registró/ mi compañera llorando/ y yo metío en el colchón.

Ángel Vela Nieto. 
Del libro “Triana, la otra orilla del flamenco”.
             
           



   


1 comentario:

  1. Jose Luis Galvez Cabrera Manuel, te completo un poco los datos biográficos de los Cagancho. Los abuelos paternos de Antonio Rodríguez Moreno "Tío Antonio Cagancho" fueron Manuel Juan Rodriguez y María Flores Rojas, ambos de Triana. Además Joaquín Rodríguez Vargas (Triana 1871), hijo de "Manuel Cagancho" y por tanto Nieto del "Tio Antonio Cagancho" estaba casado con Amparo Ortega Bermúdez (Triana) que era hija de "El Fillo hijo", Francisco de Paula Ortega Vargas (Pto. Sta. María 1829) y por tanto nieta de "El Fillo padre", Antonio Ortega Heredia (San Fernando 1807). Por todo lo anterior se da la circunstancia curiosa de que Joaquín Rodríguez Ortega (el famoso torero "Cagancho"), hijo de los mencionados Amparo Ortega Bermúdez y Joaquín Rodríguez Vargas, era nieto y bisnieto de cuatro grandes cantaores: por parte de padre de los "Caganchos" (Antonio y Manuel) y por parte de madre de "Los Fillos" (el padre Antonio y del hijo Francisco de Paula)

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