Llega septiembre y nos obligan a ponernos con rapidez en marcha, como si las vacaciones hubieran durado una eternidad y para compensar tanto descanso, lo tuviéramos que pagar ahora con sudores añadidos, por un lado son los anuncios para aprende inglés, alemán o chino, y el reclamo de los cursos para obtener el título de secundaria o de técnico en jardinería paisajística, auxiliar de clínica, animador sociocultural, preparador de preparadores, por otro lado los gimnasios que apelan por tu salud, las danzas del mundo, la iniciación al yoga, lo que sea, pero algo hay que hacer en este nuevo tiempo que comienza.
Cuando nuestros antecesores, esos monos peludos de hocicos prominentes y pequeños cráneos, pasaron a ser bípedos se encontraron con dos hermosas herramientas, digitales desde cierto punto de vista, con las que comenzar a manosear todo lo que encontraban a su alrededor, no tenían el fino tacto de lengua y labios, pero, en cambio, sí eran muy prensiles. Para sostener el cuerpo erguido se modificó un poco el esqueleto, sin embargo no parece, a la vista de la cantidad de personas que se quejan de los insoportables dolores de espalda, que se resolviera muy bien el asunto, si nos hubiera creado algún dios lo que habríamos ahorrados en masajes y nolotil. De los diferentes cambios que se produjeron para poder estar de pie, fue crucial el estrechamiento que sufrió la pelvis, fundamentalmente porque a partir de entonces, por un lado el parto se convirtió en un auténtico martirio y, por la otra parte, los niños no podían terminar todo su desarrollo en el interior de la madre y salían prematuros, indefensos, incapaces de valerse por sí mismo, muy al contrario que las crías de otros animales, que tras su nacimiento echan a correr por el campo. Sin embargo, lo que parecía un gran inconveniente para el futuro de la especie, se transformó en una gran ventaja, esos pequeñajos quedaban al cuidado de sus padres, quienes no sólo lo alimentaban y se preocupaban de ellos, sino que comenzaban a transmitirle la cultura, el conocimiento.
Hoy en día queremos tanto a nuestros hijos que esa primera etapa de aprendizaje la alargamos hasta el infinito, mientras más sepa mi niño, mejor, lo que pasa es que trasladamos casi toda la responsabilidad de este nuevo proceso a maestros y profesores, en quienes muy pocas personas parecen confiar, yo educo a mi hijo como me da la gana, pa eso soy su padre y tú, ni se te ocurra reñirle, que bien lo resumió una de mis filósofas preferidas, por mi a…dr…a, ma – to.
Los alumnos y los maestros van pasando, con más o menos alegría, pero la vieja tapia permanece, otra vez reluciente tras el toque de pintura, vencida hacia adentro, quizás empujada por las raíces de esos grandullones que sombrean el estrecho trozo de calle que resta.
Ay, quien pudiera seguir aprendiendo toda la vida, sentarse en un viejo pupitre, nada de portátiles, esos chismes los dejamos para jugar en casa, y pasarse unas cuantas horas escuchando al maestro, o absorbiendo toda la sabiduría que los viejos han almacenado y que dejamos tan alegremente escapar, quien pudiera quedar impregnado de sus vivencias para transmitirlas a las siguientes generaciones.
Por cierto, me enrollo tanto que casi se me olvida, nuestro distrito ha abierto el plazo de inscripción de los talleres socioculturales, casi cien, este año no hace falta hacer colas, las plazas se adjudicarán por sorteo y se pueden entregar las solicitudes, por duplicado, antes del 21, te sentirás como en los brazos de tus padres, no lo olvides.
Rafael Martín Holgado.
Qué alegría, Rafa: "nuestro distrito" existe. Yo la última vez que tuve noticias de ellos fue durante los días señalaitos. Y, ¿sigue estando al frente del mismo el Sr. Pérez? Iré a enterarme del contenido de esos "talleres socioculturales"; yo en el último taller que estuve, era para arreglar el coche, ya ha cerrado; presentó un expediente de regulación de empleo. Menos mal que estos talleres del distrito están en auge.
ResponderEliminarPor la puertecilla retratada han entrado legiones de chiquillos desde que el colegio existe, va para los ochenta años. Yo fui uno de ellos. Tras él, la portera en su casita y el patio terrizo del recreo. Luego el "cara al sol" y la leche en polvo... Esa puerta es mucho lo que recuerda. Merece el homenaje de la luz en su fachada.
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