Empieza el curso. Ramoncito y yo merodeamos por el contorno de la barriada a la espera del milagro de la aparición de un niño de su talla. Las guarderías los enclaustran, desde tan chicos (qué pronto los atan a las obligaciones), y se hace difícil hallar un camarada, nene o nena, con el que compartir el columpio o la pelota. Así que si por un casual surge uno entre las prisas de la Ronda de Triana, Ramoncito corre como un poseso a su encuentro. Qué escasos están los amigos...
La otra mañana nos vimos arrastrados por unos amiguillos hasta la misma puerta de una guardería. Y mientras las empleadas recibían a las nerviosas mamás y abuelas con sus pequeños, Ramoncito se coló para exclamar en seguida: “¡Te bonito ezto...!”. Tan falto de compañía matutina se encontró de pronto con una legión alborozada y cercada de juguetes y colorines. “¡Ramoncito!”, le gritaba yo un poco azorado por su intrepidez de solitario; hasta que una cuidadora lo sacó de la mano sin reconocer si era o no de los suyos. No sabemos lo que hubiera ocurrido con él de haberse quedado. Ramoncito lo mismo reparte besos que empujones, así que hay que hacerle un marcaje muy estrecho que es la causa de mis sudores y agujetas.
Pasamos, luego, por la librería “Novalis” y no se olvida de repetir cuando mira el escaparate... “¡El libo de abu, Tiana...!”, y nos vamos para ayudar a la carrera de las agujas del reloj a una de nuestras cafeterías; allí me hace sacar la cartera para jugar con ella; extrae las fotos, las tarjetas y las va colocando sobre la mesa cuidadosamente como si hiciera un “solitario”. Mientras surge de su boquita una gota cristalina por mor de la dentadura, él ni se inmuta porque ahí está el abu al quite.
A la salida, el gran suceso de la jornada: una niña disfruta de los pocos días de libertad que le queda y en la “plaza de las piedrecitas” (Don Pedro Santos) ha montado su puestecito de conchas de mar, artículo de temporada; “Tienda de Carlota”, ha escrito en un folio con su incipiente caligrafía. Y allá va Ramoncito pero, eso sí, siempre con el “beno día” por delante, y se sienta al lado de la tierna comerciante. Manosea las conchas, coge y curiosea las cajitas coloreadas donde se lee con letras desiguales: “negras”, “blancas”. Toda una organizada sección de planta baja. Ramoncito me vuelve a pedir la cartera, se la doy y extrae de ella dos pegatinas que le guardo de “Hellow Kitti” (o algo así) y las pone en las manos de la paciente vendedora: “Oma, nena”; pretende un trueque, pero la otra parte no está por la labor. Así que saco una moneda y de pronto a Carlota le sale un cliente formal y una sonrisa. Ramoncito elige su conchita y la moneda va a parar a Caja... “¡Ya tengo un euro veinte!”, exclama triunfante la minúscula industrial, al par que Ramoncito, también sonriente, examina minuciosamente el artículo adquirido, no le vayan a dar gato por concha.
La verdad es que el tiempo pasa rápido con Ramoncito, pero no sé qué será de nosotros cuando el curso escolar nos deje sin niños, aunque le saquen dos cuartas a su estatura. Yo, por mucho que me agacho, no alcanzo a ver desde su altura, por eso no es raro que se valga de cualquier excusa para alzar los brazitos... “¡asco, merda de pedo!”, la cercanía de una moto o cualquier fuerte ruido. La verdad es que si yo fuera Ramoncito no me expondría en un mundo de gigantes y me quedaría en el sofá haciendo puzzles que se le da tan bien.
Leyendo tu esrito Angel, imagino la felicidad que te porporciona tu nieto y la ternura y paciencia con la que tú debes tratarlo.
ResponderEliminarEn algún lugar he leido o escuchado ( no recuerdo cuándo ni donde) que los niños miden el amor de las personas por el tiempo que le dedican.
Cuando Ramoncito sea un hombre sus paseos con su abuelo lo acompañarán siempre en una rincón privilegiado de su alma.
Amigo Ángel, nunca he visto a Ramoncito los sábados en "El Ancla"; no estaría de más que algún sábado nos acompañara y que junto con Elena sean los dos tertulianos más jóvenes. Seguro que será un bonito recuerdo para ambos.
ResponderEliminarEntennecedor tu relato Ängel, te ha salido un gran cuento infantil, con protagonistas verdaderos, que junto con la ilustración huele a brasero y alhucema, a chimenea de casona,a tarde otoñal. Yo, antes que tú, lo he vivido y lo vivo -como padre-piyayo circunstancial- ese sabor agridulce que te deja la mirada triste, atrás, de tu nieto al perderse detrás de una puerta porque no quiere desprenderse del calor y la seguridad que le da tu mano. Siempre me he quedado un rato con los brazos en jarra y la mirada como un láser taladrando la puerta. ¡Que pronto empieza la doma,coño!.
ResponderEliminarLa verdad es que el tiempo pasa rápido, Ángel, pero no sólo con tu nieto, sino para todos. Les vemos crecer, perder la inocencia, la ternura, y pretendemos que sigan siendo siempre como ahora mismo es Ramoncito. Gran utopía la que sufrimos padres y abuelos. Mejor disfrutarlos como son ahora mismo, antes de que la prisa que tienen por crecer nos ofrezca esa realidad que no queremos que llegue nunca. Pero llega. Muy bueno el relato. Saludos. José Luis Tirado Fernández
ResponderEliminarGracias, amigos por la lectura y los comentarios. Escribir de Ramoncito es como escribir del nuevo ser que somos llegada la edad en que a veces hasta eres invisible en tu casa...
ResponderEliminar¡Ah, la ternura, Elisa! Los niños y los viejos son fuente y sed de ternura. Ojalá Ramoncito recuerde nuestro paseos y a lo mejor -si no hay mucha "meda de pedo" o ruidos asustantes en la ruta que me haga llevarlo en brazos, lo acerco al Ancla para que se reencuentre con su amiguita Elena.
A mi me pasa también, Antonio, cuando lo despido en el ascensor y veo su carita seria; me consuela que pasada la fugaz noche de nuevo lo llevaré de la mano por su "Tiana".
Yo, José Luis, tengo claro el objetivo: seré niño mientras él lo sea y quiera la Providencia, claro. Tengo la suerte de verlo siempre igual, y de aquí a que acabemos de leer las pilas de tebeos que le tengo reservadas (trataré de que la "pley" esa no lo capture). Así que queda mucha felicidad por delante.
Además, hablar de Ramoncito es hacerlo de la Triana y los trianeros de hoy.
Nos ha encantado, como todo lo que escribes, querido Abu. La vida está llena de buenos momentos y con abuelos como tú es auténticamente maravillosa. Te queremos mucho Abu.
ResponderEliminarSí que te he salido bonito, Abu. Yo no conocí a ninguno de mis dos abuelos, aunque sí recuerdo que me enganchaba con Pepe, el vecino de arriba, y lo acompañaba a comprar el periódico a Eliseo y después a la taberna de Florentino (no fiarse mucho de estos nombres, que mis recuerdos comienzan a mentir) Pero tengo una duda, ¿la relación con Carlota es puramente comercial o hay tema con la broker? Por cierto, hoy ha llegado el libro de Dicenta, te lo acerco el sábado al Ancla.
ResponderEliminarMe he reído con tu comentario, Rafael. Carlota no parece nombre de niña y si de gran empresaria; lo del "tema con la broker" habría que analizarlo; Ramoncito tiene dos años y la "broker" es toda una empresaria de más de un lustro de presencia en este mundo. La diferencia de edad proporcional es bastante mayor que la que existe entre la duquesa de Alba y su "loco" enamorado. Pero hoy todo es posible.
ResponderEliminarGracias por el libro de Dicenta (estamos tras la pista de una misteriosa bailaora gitana de la Cava).
Por otro lado, sólo conocí a un abuelo y estaba a 80 kilómetros de la Cava de los civiles; lo traté cuando se puso enfermo e íbamos -andando- con mi madre a verlo al hospital de Las Cinco Llagas, en la Macarena.