En cada cultura hay objetos, animales, montañas a los que se le da un significado especial. En Sevilla pasa eso con el albero y con el azahar. Ambos se han convertido en símbolos sevillanos, se sienten como algo muy nuestro porque se encuentran en un espacio y en un tiempo que nos resultan mágicos, especiales, diferentes. Los naranjos tienen su origen en el sudeste asiático, pero en Triana no parecen extranjeros. Los encuentras en cualquier calle, siempre presentes, cargados de fruta viva, exuberantes, frescos, o blancos de nieve perfumada, místicos, sensibles, preparados para el ajetreo primaveral.
Los naranjos amargos no necesitan adornos ni bombillas para lucir con elegancia. Ni engañan a quien los conoce. Basta mirar sus hojas y fijarse en el pecíolo alado que tienen para identificarlos.
En el Barrio León las cortas calles forman parte de un silencioso bosque de naranjos viejos, donde el caminar se hace más lento, también el tiempo y puedes pasear de noche, solo, con las manos en los bolsillos, sin pensar casi, como un chiquillo que, tras cada esquina, busca esa luna nueva para terminar su primer poema de amor.
En cuanto crecen meten sus ramas sin vergüenza por cualquier ventana, pero esta vez los naranjos han sido podados con poco cariño y demasiada prisa, están feos, desgarbados, han perdido la gracia con sus alargadas copas.
En la antigüedad, alrededor del solsticio de invierno, cuando los días comienzan otra vez a ser más largos, muchas sociedades realizaban fiestas y rituales para celebrar el renacimiento del sol. Con la llegada del cristianismo se cambió simplemente el sujeto de adoración pero continuaron los festejos y las celebraciones. Algunos naranjos quieren aportar su ofrenda particular y tienen por navidad una segunda floración. Se cargan de flores blancas, pero falta algo en esta fría atmósfera, no suenan tambores, ni hay labios besados de miel. Poco importa, con disimulo me guardo un par de flores en la mano, me acerco a ti y te abrazo para que me huelas entre los dedos y soy feliz porque veo como, sorprendida, se encienden tus ojos y me sonríes.
Rafael Martín Holgado.
Los naranjos amargos me traen el recuerdo de mi infancia, pues, en la calle Ancha de La Isla, donde estaba mi colegio y mi academia de mecanografía, había muchos naranjos amargos y las naranjas caían en determinados momentos para ser usadas por los niños que nos las tiraban... Como siempre, los artículos de Rafael tienen un delicioso aroma y unas fotos preciosas.
ResponderEliminarGracias, Caty, confieso que también les he dado ese uso, pero sólo si me cansaba de jugar con las naranjas a falta de una pelota de plástico.
ResponderEliminarSí, recuerdo que era muy agradable ver al Blandino, el Ramírez, el Enriquito y unos cuántos "prendas" más de mi colegio, darle patadas a las naranjas hasta despanzurrarlas y, a continuación, tirárnoslas a nosotras, Loli, Paqui, Manoli, Lucy, Mamen, Tere, Purichi...para intentar alcanzar nuestros vestidos tan monos, que habían cosido las madres.
ResponderEliminarEn mi plaza han plantado naranjos en medio de los setos y también bordeándolos, pero han crecido poco, están todavía muy enclenques... También sé que por Guillena hay muchos naranjales de naranjas amargas que vienen a comprarlos la gente de los viveros de la provincia de Cádiz. Lo sé porque la familia de mi madre tiene unos enormes viveros (Inversur) en el Barrio Jarana, junto a Puerto Real, y vienen por aquí a comprarlos.
Los naranjos del Barrio León están cambiando su fisonomía. Las copas se están volviendo alargadas, cuando lo natural de un naranjo es la copa redondeada, además están creciendo demasiado con lo cual, en parte, se pierde el característico olor del azahar. Sin embargo y a pesar de la mala poda a la que están sometiendo a los naranjos del Barrio León, este no se puede concebir sin los naranjos.
ResponderEliminarLos naranjos y los naranjazos... me quedo con el azahar.
ResponderEliminarUno de mis lugares preferidos en mi pueblo es la Plaza de Andalucia en primavera cuando rompe el azahar y su suelo se cubre de blanco, pareciera que estuviese nevada...
El año pasado recuerdo que el azahar no terminaba de brotar, un día lo comentamos unos amigos, y al día siguiente Sevilla se despertó cubierta de él.
Tendremos que dar otro paseo en primavera cuando el Barrio esté colmado de azahar y sus esencias nos llenen los pulmones de recuerdos de vivencias y emociones de otras primaveras ya pasadas.
El azahar es mágico porque en el sur marca la primavera, la fiesta en la calle, la alegría del sol, los días distintos. Tiene muchos significados. He querido, sin embargo, resaltar las naranjas, los bellos que están los árboles, que como este año de lluvias, se han cargado de fruta. Estamos tan acostumbrados que no nos damos cuenta del impacto de una naranja. Tan grande, con ese color, tan sensual... Y últimamente cada vez las quitan antes. Dejádmelas ahí colgadas un poquito más, que todavía no estorban.
ResponderEliminar¡Cómo se disfruta leyendo los artículos de Rafael!
ResponderEliminarSólo le falta un poquito de incienso, un olor a cera y unos tambores a lo lejos y te mete de lleno en una noche lejana de Lunes con alquien de la mano enseñándole un paso lleno de luz acariando esos naranjos que, dejando caer esas flores blancas, van formando una alfombra para esos pies cansados que vuelven de la gente del Barrio León.
Los artículos de Rafa son una delicia, una maravilla que debemos leer y releer. Es la continuación, mejorada, de aquellos imborrables artículos de otro Rafael: Rafael Laffón.
ResponderEliminarMuchas gracias a Paquito y a Emilio, son vuestros comentarios los que me recargan las pilas para seguir escribiendo.
ResponderEliminar