De vez en cuando hemos tenido ocasiones satisfactorias de ver cómo la tradicional cerámica trianera continúa siendo referencia del trabajo bien hecho, de cómo un arte menor se agiganta en manos de hombres que supieron hacer de un soporte tan delicadamente duradero materia artística digna de exponerse en museos; de cómo una actividad humilde y mal pagada movió las poleas de una industria poderosa que fue santo y seña de la Triana activa de los siglos de mayor esplendor de esta ciudad, incluídos las tres primeras décadas del que aún respiramos. No hace mucho leímos una referencia de la “Colección Vicente Carranza”, del museo que este caballero, fervoroso coleccionista, mantiene en Torrelodones.
Pues entre sus piezas más admirables y valiosas figuran series de azulejos trianeros del siglo XVIII, compitiendo en plasticidad y donosura con otras procedentes de todo el mundo, especialmente de centros productores nacionales como Teruel, Manises, Talavera y Alcora.
También comprobamos que el atrayente rincón que forma la fachada de “Cerámica Santa Ana”, expuesta a la vista de los visitantes interesados en la fama artesanal del arrabal, no pasa desapercibida entre quienes aprecian las cuidadas labores del barro, quedando reflejada en artículos periodísticos que son aldabonazos en la conciencia plana de muchos que, por obligación y responsabilidad, deben proteger y alimentar a esta artesanal manifestación, la que mayor fama dio a Triana fuera de ella. Si, porque los “Jóvenes ceramistas” y “Los amigos de la cerámica de Triana”, junto a los talleres inmediatos a los “Cuatro Cantillos”, que es el corazón alfarero del barrio, más las firmas de pintores actuales que continúan añadiéndole prestigio, no son suficientes.
Si Triana como núcleo vecinal de marcada identidad mereció la atención de Justino Matute, el gran cronista sevillano que nos legó su historia fundamental, la industria principal de este lugar autóctono y legendario gozó de la atención y el esfuerzo de José Gestoso, un estudioso iluminado por su afición y su cultura que dejó escrita “la biblia” de la cerámica trianera; nos referimos a la obra “Historia de los barros vidriados sevillanos” (1903), título que, con todo respeto y admiración para el maestro, no nos deja nada satisfechos, porque la cerámica de Sevilla es la de Triana que es el centro productor reconocido, el nombre propio, la marca de origen, como ocurre con Manises o Talavera -ya citadas- que también poseen sus particulares características y que, en ningún caso, han sido estudiadas como productos de Valencia o Toledo (véase en el citado libro el “registro de olleros” y se comprobará que se trata de un censo exclusivo de artífices trianeros, nacidos o afincados). Si los profesores Rafael Doménech Martínez o Alfonso Pleguezuelo Hernández, especialistas en la materia y autores de concienzudos trabajos monográficos, no han hecho demasiado hincapíe en este detalle, será porque no lo creen interesante; a nosotros nos ocurre lo contrario, porque nunca entenderíamos que nos hablaran del “jamón de Huelva”, de las “mantas de Cádiz”, de “la carne membrillo de Córdoba” o de “los mostachones de Sevilla” por muchos “sinónimos” que se crearan modernamente. Doctores tiene la iglesia a los que a veces no entendemos.
No es fácil compendiar cuanto se ha escrito sobre la cerámica artística trianera, que es mitad técnica heredada, olvidada y redescubierta, y mitad inspiración. Los árabes la practicaron con profusión industrial y reconocida calidad gráfica y metódica, aunque el reconocimiento de su importancia llegara en época cristiana, principalmente a partir del siglo XVI. Desde Niculoso Pisano -italiano avecindado en Triana- hasta Vigil, Orce o Kiernam, pasando por el decisivo Soto y Tello, recorre nuestra cerámica su esplendente y dilatada “edad de oro”, aunque tuviera que sobreponerse al decadente siglo XIX merced a los estudios del mencionado Gestoso, secundado por industriales y artesanos locales. Las obras monumentales son demostraciones permanentes de las labores de las fábricas del arrabal.
En la primavera de 1985, la Caja de Ahorros de Granada organizó en el “hermoso” edificio del Colegio de Arquitectos una exposición titulada “Ceramica de Triana”. En el catálogo el citado profesor Pleguezuelo escribe un artículo en el que, no obstante, se inclina por la expresión “cerámica sevillana” porque la otra -argumenta- “se deriva más que de un hecho comprobado históricamente (¡!), de ese mundo costumbrista decimonónico que dio fortuna a dicha denominación (cerámica trianera) que al correr del tiempo quedaría como sinónimo de sevillana entre coleccionistas, anticuarios o curiosos del tema”. Desde luego, estamos necesitados de una buena lección del profesor quien, añadamos, amplió este trabajo cuatro años después en el que se aprecia una principal variante en la portada donde se lee: “Azulejo Sevillano”.
Casi con el mismo título (“El Azulejo Sevillano”), aparece en 1988 un estudio bellamente ilustrado de los procedimientos, artistas e industriales realizado por el investigador melillense Rafael Doménech, quien sin entrar en definiciones “justifica” el título en una sucesión de nombres trianeros (aquí de nuevo nuestra admiración), tal y como ocurre con el libro fundamental de Gestoso.
Ahora permanece abierta al público la muestra “Cerámica de Triana”, sorprendente nombre porque el comisario es el repetido profesor Pleguezuelo y nos podemos creer que la intitulación haya sido impuesta por los propietarios de las piezas, los hermanos Carranza del museo de Torrelodones que nombramos al principio, lugar donde están expuestas con su auténtico nombre de origen, lo que desdice del argumento del profesor cuando desorienta al personal con eso de “sinómimo de sevillana”. El escenario del certamen es el laberíntico convento de San Clemente; no dudamos de que era el sitio idóneo, pero me apuesto lo que sea a que si se hubiese celebrado en la “Casa de las Columnas” al cabo de sus días se hubiera tenido mayor respuesta popular. Los trianeros, a riesgo de marearnos, estamos obligados a visitar esta exposición y regresar a la plaza del Altozano ojeando el magnífico catálogo.
(El señor Pleguezuelo la sugerido, oportunamente, que se cree un museo de la cerámica de Triana en Sevilla. Muy bien, pero en Triana. Es sólo por cuestión de supervivencia de una labor que sobre su historia vive un presente soñando el porvenir. Pero no vale ahora la discusión sobre tan quimérico asunto... a no ser que los hermanos Carranza, en un gesto eternizante de generosidad, leguen la colección a la Ciudad con el deseo expreso de que sea expuesta en su sitio. Por soñar...).
Ángel Vela Nieto
(Fotografías: Emilio Jiménez Díaz)
(Fotografías: Emilio Jiménez Díaz)
Nota: Este artículo fue publicado en El Correo de Andalucía, en la sección dominical “La Cruz de San Jacinto, el día 5 de mayo de 1996.
Angel Triana una vez más es ninguneada por los políticos de turno y por los gurú de la cultura a la carta que tanto se lleva hoy.quieren borrar nuestra historia y adjudicarnos la imagen de barrio que dejaron los viajeros románticos, y borrar de un plumazo toda la aportación a la cultura realizada por triana y los trianeros.Y lo peor de todo es que nos entregamos a todos los que vienen de fuera a servirse de Triana.
ResponderEliminarAngel,no son los hermanos Carranza, sino padre e hijo(el hijo murió y por eso las salas de la exposición llevan su nombre).
En 1996 eran los hermanos Carranza los titulares de la famosa colección; uno de ellos es el Carranza que conocemos. Los datos están en el catálogo de aquella exposición en San Clemente. Está claro que lo que he tratado de demostrar es que la reclamación de un museo de la cerámica en Triana no es de ahora. Osea, que han pasado alcaldes de todos los partidos sin prestarle la más mínima atención a la idea. Y ahora es un proyecto de verdadero milagro.
ResponderEliminarCreo que un museo de la cerámica en Triana sería de justicia y, además, algo emblemático que atraería a muchísima gente.
ResponderEliminarVisitaremos la exposición.
ResponderEliminarCiertamente Triana y los trianeros bien merecen un museo de cerámica.