sábado, 6 de noviembre de 2010

DE CERCA: LA TRIANA QUE ELEGÍ


La foto que ilustra esta entrada es un pequeño símbolo de la Triana de hoy: es la Ronda con una obra sin terminar y las naranjas en el suelo, que no se han recogido a tiempo, lo que impedirá que se abra el azahar cuando el momento llegue. Me gustaría ver una Triana resplandeciente, una Triana que fuera espejo de civismo y que hiciera honor a su historia, que fuera, a la vez, amada y respetada. Pero las cosas son así.

Es verdad que no nací en Triana. Es verdad que no soy "trianerista" al uso. Es verdad que pienso que no es necesario mantener medias verdades para sustentar el tópico. Es verdad que creo que Triana no necesita tópicos, sino realidades. Realidades del presente y del pasado.

Es verdad que no nací en Triana. Mis lugares de juego no fueron sus calles, sino las salinas de San Fernando, los fuertes napoleónicos, mi azotea en la calle Carraca, el camino hacia mi colegio, la Academia Maura, donde estaba mi querida señorita Mariángeles...Es verdad, no nací en Triana pero elegí vivir en ella. Uno no elige donde nace pero sí puede elegir donde va a vivir. En este caso, yo elegí Triana y lo hice por varios motivos: el primero, porque es lo más parecido a Cádiz que he encontrado, con permiso de La Habana; el segundo, porque tiene mar, aunque no se le note, pues en el río suben y bajan las mareas y hay olor a sal de vez en cuando; el tercero, por sus gentes, porque son abiertas al infinito, acogedoras y generosas con su tiempo y con sus cosas. Prueba de ello es que mis compañeros de blog, que tienen un ADN trianero indiscutible, me hayan permitido formar parte de este colectivo bloguero. Así que, es verdad, no nací en Triana, pero la he elegido para mí y para mi hijo, que es, él sí, un trianero de pura cepa.

Por eso me duele tanto Triana y su abandono. Por eso me imagino a veces, como en un sueño, que tuviera en mis manos la posibilidad de cambiar las cosas: de limpiar sus calles y plazas, de arreglar sus jardines (todos esos montones de árboles de más de cien variedades según he aprendido hoy de Rafael Martín); de tener presente su legado histórico, por un lado y de hacer que la vida marche al ritmo que se necesita, porque estamos en el siglo XXI y nada de eso es incompatible. Y es que en Triana cabemos todos. Incluso cabría un teatro, con su programación; un auditorio; una casa de la cultura activa y llena de propuestas, ese Museo de Cerámica con el que sueña Ángel Vela o esa recuperación de su historia y sus personajes como persigue Emilio Jiménez...

En Triana cabemos todos y, aunque en mis sueños aparece la casa de mi infancia, mi calle y el sonido del carnaval, luego la realidad me muestra donde estoy, por elección, aquí, en este lugar único, en el que las esperanzas son posibles.


Caty León Benítez

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