domingo, 14 de noviembre de 2010

DE CERCA: BABEL EN BUS


De la vida real: Durante algunos días he ido a Tomares en autobús desde Triana. El autobús tiene una estupenda parada delante de la Expo, frente al ambulatorio del Cachorro. Ahí paran todos los autobuses del Aljarafe y las tres o cuatro paradas que hay siempre están llenas de gente. Esta mañana he vivido una experiencia que comparto con los lectores de este blog:
He subido al autobús. He saludado con un “hola” a la chica que ocupa el asiento de al lado. La chica no me ha contestado, ni siquiera me ha mirado. Luego he observado que llevaba puesto unos auriculares. La mayoría de los jóvenes que van en el autobús tienen puesto auriculares, yo diría que todos. Así que ninguno oye y menos aún, escucha, nada de lo que ocurre.
Me he sentado y, de pronto, he reparado en algo que me ha sumergido, directamente, en tierra extraña: todo el mundo hablaba idiomas diferentes al mío: ruso, rumano, ucraniano, yo qué sé, todos los idiomas imaginables y desconocidos. Nadie hablaba en castellano, ni en inglés, ni en francés. Las mujeres del autobús, pues eran mujeres casi todas, acuden a trabajar a los chalets de la zona residencial de Tomares. Ninguna habla castellano (o español, si quieres llamarlo así). Era un batiburrillo de acentos en el que no reconocía nada, ni una sola palabra, todos se intercambiaban comentarios que yo no entendía, no sabía lo que decían, ni porqué se reían, ni si hablaban de problemas o de dichas, nada.
Me di cuenta de que allí solamente había dos extraños, dos trasterrados de la lengua, dos personas ajenas: el conductor y yo.
Esta mañana hacía fresco y estaba dispuesta a continuar en el autobús hasta la última parada, justo la que llega a la puerta del Instituto. Pero una extraña sensación, cierto vacío, cierta soledad, me hizo bajarme en la primera parada, justo al pasar el IKEA, para andar una caminata agradable bajo el fresco de la mañana. En mi paseo reconocí un mundo cercano, casas, negocios, formas que me son familiares y eso me reconfortó.
Entonces pensé en toda esa gente y en su día a día. En todas esas horas y lugares en los que ellos son los extraños, los ajenos, los diferentes. Me vino a la cabeza, también, que en mi Instituto hay treinta y nueve nacionalidades de cinco continentes. Y entonces desapareció el vértigo de sentirme fuera y me prometí a mí misma aprender, en cuanto pueda, algunas palabras para poder, al menos, saludar a mis estudiantes extranjeros en su idioma.

(Ilustración: Beatriz González García es esa chica rubia que lleva un ramo de flores en la mano. Es el día de su boda en el consulado de España en un país africano. Sus compañeros de trabajo en una ONG de cooperación internacional están a su lado. Ella es periodista, hija de maestros, alumna mía y alguien que ha decidido que Babel es su territorio)


Caty León Benítez

6 comentarios:

  1. Rafael M.H.14/11/10, 21:33

    He conocido a tres familias de emigrantes sevillanos que vivieron más de treinta años en París. Les fue bastante bien en el aspecto económico, pero no fueron capaces de aprovecharse del hermoso lugar donde vivían, ni contagiarse un poquito de la cultura vecina. Su única ilusión era volver lo antes posible, su ídolo Indurain (un español venciendo a los franceses), sin embargo a sus hijos les daba verguenza hablar conmigo en español.
    Ahora viven en Sevilla sin amigos y los nietos crecen en aquellas tierras lejanas.

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  2. Hay una cuestión muy compleja en el tema de la emigración y no me refiero a los problemas económicos sino a lo que tú mencionas, Rafael, es decir, a la imposibilidad de adaptarse al lugar donde uno vive y a estar anclado en la perpetua nostalgia de lo que fue. Es una actitud que genera muchas tristezas innecesarias.

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  3. Elisa Santos14/11/10, 23:34

    No os ha pasado alguna vez estando en otro país de vacaciones que encontráis a un español y se os acelera el corazón?

    Aunque no creas en el patriotismo, como es mi caso, es algo inexplicable.

    "Imagine there´s no countries", decía Lennon, sería maravilloso...

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  4. Rafael M.H.15/11/10, 18:21

    Tienes razón Elisa, cuando voy paseando por París a los españoles se nos reconoce de lejos y no sólo por los chillidos que pegamos y porque solemos ir en grupo numeroso, sino que tenemos caras de españoles.
    Y si le damos la vuelta al tema de la emigración, es decir, ¿qué pasaría si nuestro barrio se llenara de emigrantes o de madrileños, por ejemplo? Nos sentiríamos fatal, lo mismo que te pasó en el autobús, Caty, necesitamos extrañamente de nuestra gente. No soy racista y es fácil de decir porque convivo muy poco con ellos. Espero que con el tiempo nos vayamos abriendo, pero me parece que además de la globalización se está dando un proceso de recuperación de la cultura más localista. Cuando perdemos las señas de identidad nos agarramos a lo que sentimos más nuestro, que puede ser desde una corrida de toro, a la camiseta roja de un equipo de furbo o a una simple cruzcampo.

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  5. Todo tiene un proceso.
    Quizás mi opinión sea diferente y genere controversia, pero he residido año y medio en Barna y seis en Madrid . Por lo tanto he convivido y trabajado con personas de diferentes nacionalidades. Si uno abre la mente y absorve todo aquello que le puede ser útil en la vida diaria llega a ser enriquecedor. Lo negativo, es colocar etiquetas, o pensar que hay un tipo de inmigración de 1ª, 2ª ó 3ª ( dependiendo de el nivel económico, social, cultural....). Haciendo un paralelismo ( tal vez absurdo ), en éste país ha sucedido y suele suceder incluso entre personas de distintas regiones o comunidades autónomas.
    Felicitar a Caty por el artículo.
    Quizás sea mentalidad, hábito o costumbre.

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  6. Rafael M.H.16/11/10, 9:07

    Claro que el contacto con otras culturas es enriquecedor, estoy casado con una francesita y tanto ella, como su cultura, me están modelando continuamente. (Besitos, mi amor). Simplemente quería resaltar lo difícil y lento que resulta el proceso de mestizaje entre culturas, aun cuando estemos en la mal llamada era de la globalización.

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