lunes, 17 de febrero de 2014

EL FAROL DE MARCHENA

RAFA MARTÍN  EN “DESVELANDO TRIANA”


Durante los meses de Julio y Agosto de 2012, tuvo lugar, en el Castillo de San Jorge,  una exposición sobre la Velá de Santa Ana: “DesVELAndo TRIANA”; en ella pudimos contemplar numerosas fotografías, carteles y otros documentos sobre la fiesta más representativa de Triana. Como colofón se publicó un libro que, además del material expuesto,  recogía las vivencias de diversos  trianeros ilustres en esta fiesta. Uno de estos fue nuestro querido Rafa Martín que, impulsado por Ángel Vela, nos dejó publicado este texto que tituló PAIS DE CUCAÑA y que a continuación reproducimos:

PAIS DE CUCAÑA


La mente del hombre tiene un poder infinito, le permite dar significado a todo los que sus sentidos perciben, es capaz de memorizar infinidad de datos e imágenes y se afana sin miedos en explicar aquello que ocurre a su alrededor, pero cuando no le queda otro remedio huye por el camino de la fantasía para crear mundos lejanos e irreales, lo mismo inventa animales monstruosos y cuevas de fuego habitadas por demonios, que es capaz de imaginar la eterna juventud en hermosos vergeles. Muchos de estos pensamientos y quimeras terminan anclados en la memoria del pueblo en forma de cuentos, mitos y fábulas, como aquella leyenda medieval que describía la existencia de un imaginario país donde no hacía falta trabajar porque sobraba la comida, había ríos de leche y de vino, las mesas siempre estaban repletas de embutidos y cochinillos asados, las gambas y los cangrejos colgaban cocidos de los árboles. Este edén de glotonería era conocido como el País de Cucaña y algunos estudiosos creen que esta leyenda dio nombre a un juego muy antiguo, que consistía en atrapar la comida que se colocaba en el extremo de un largo madero.

En Triana, a finales de julio, se instala la cucaña, pero el palo no se coloca  en vertical, como en muchos otros pueblos de Europa, sino que pende de un barco, sobre el río, que es de las pocas veces que se torna protagonista principal del barrio. Son muchos los resbalones y caídas que se producen porque el tronco se embadurna de sebo para dificultar el paso de quienes se deslizan por la madera con la intención de atrapar la bandera que está enclavada en el extremo, aquellos que lo consiguen se ganan unos cuantos euros, mientras el resto de los participantes se sienten bien recompensados con el baño que se han dado.

La cucaña tiene muchos seguidores, pero la mayoría no son de palo, sino de barandilla y zapata, de esos de vamos a ver la cucaña, sentraña, Triana y olé, se apalancan en un buen sitio donde haya sombra y nada les moleste la vista, y con el impetú incansable de los comedores de pipa, van mirando un intento tras otro sin desmayo, sonríen con algunas caídas, sienten dolor ajeno cuando los golpes superan la entrepierna, se aventuran a comentar si el siguiente participante lo logrará o no, “fíjate, fíjate que éste llega seguro”, plaff, remojón, “que pena, lo poquito que le ha faltado”, y terminan aplaudiendo cuando alguno atrapa la bandera. Mirar la cucaña engancha porque tiene emoción de los juegos simples, esos que no necesitan reglas, donde parece fácil ganar y el premio se consigue de inmediato, a uno le gusta que triunfe el más hábil, quien contiene las ansias locas por llegar y sabe cuándo debe de estirarse sin pensar en una caída que no ocurrirá. Alguna tarde me ha parecido que hasta Belmonte, tan quieto como siempre, ha dejado de contemplar por un instante su redondo cielo de albero y ha bajado la cabeza para ver como la chavalería se divertía jugando a la cucaña.

Este año, con los cincuenta recién cumplidos, puede ser un buen momento para estrenarme en la cucaña, quizás necesite algo de entrenamiento pero llegaré en forma porque me siento más querido que nunca, va por ti, mon amour, así que, por favor, traedme una buena nao, aunque deis la vuelta al mundo para encontrarla, que no será la primera, o uno de aquellos veleros con diez jamones por banda y un trinquete que no veas, como sebo untarle hasta hartaros pringaitas del Morapio, la banderita rojiblanca, un capricho, y si caigo, poco importa, que el río callado sabrá cogerme, pero si trinco, alegría, habrá convite, que conozco un país de cucaña con montañas de menudo y chicharrones, donde mana el aceite como oro viejo y en su vega florecen friturillas de pescado, pavías y calentitos, dicen que en vez de barro, la lluvia modela loza fina para las colas de toros bien toreados, que del aire se cogen codornices asadas en un momento, casi sin pedirlas, que los caracoles bailan dentro de las ollas, ¿será posible?, lebrillos de gazpacho cuelgan de los naranjos en el verano y en un río de manzanilla juegan al corro unos delfines, suenan guitarras, puede que aparezca alguien que cante, un país de cucaña, que no me faltes.

Artículo publicado por Rafael Martín Holgado en el libro-catálogo “Desvelando Triana” en el verano de 2012.
José Luis Jiménez

2 comentarios:

  1. Sólo un buen escritor es capaz de enfocar un artículo sobre la cucaña de la forma que lo hizo Rafael. Tenía unas cualidades fuera de lo normal que creo no fueron conocidas como merecía. Él tampoco se prodigaba y, por eso, quisimos comprometerlo sabiendo que aceptaría cualquier tarea relacionada con su amado barrio.
    Qué escritor hemos perdido...

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  2. ...y si caigo, poco importa, que el río callado sabrá cogerme...
    Ese hombre sabía escribir; creo que era un genio y lamento no haber tenido trato con él, aunque a través de vuestros comentarios sé que debió de ser tan grande como autor que como persona. Deseo que el río de las alturas celestiales le haya acogido y que esté gozando de esa otra Triana en la que todos deseamos morar algún día. José Luis Tirado.

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