¡Qué viene San Valentín!
Conocimos
a San Valentín gracias a Galerías Preciados donde, decían las malas
lenguas, tenía intereses doña Carmen Polo, la esposa de Franco. Fue el primer
gran almacén que llegó a Sevilla trayéndonos la modernidad de las grandes orbes
en el arte de la venta, el de las plantas altas y las secciones especializadas...
y de algo que llamó poderosamente la atención, las escaleras mecánicas. Y tras
los mostradores una legión de muchachas airosamente uniformadas, gozosas de
saberse afortunadas y casi todas con rostro de Conchita Velasco. Por
Galerías supimos que el santo-cupido tenía toda la cara de Jorge Rigaud,
un veterano galán, sabio en amores, que nos llevó por el Madrid del cine de
1959 en un autobús de dos pisos conducido por Tony Leblanc.
Los
jóvenes de ahora creen que San Valentín es un invento de El Corte Inglés,
y es que quizás no sepan que cuando el gigante español (a pesar del nombre), se
quedó con Galerías, tras una breve pugna competitiva con claro vencedor, entre
los bienes iba el santo más rentable. Creo que el “día de la madre”, “del
padre” y del espíritu santo, que sin duda es este mártir desconocido para
las parejas hasta que llegó el mencionado Jorge Rigaud, son frutos del mismo
inventor. Pero, ah, “el día de los enamorados” nos marcó tanto que tuvo
que volver San Valentín tres años después en agradecimiento a tanto
fervor y -claro- para que no decayera el ánimo de compra los 14 de febrero. De
todos los santos a los que conocimos en películas éste fue nuestro patrón aun
en tiempos en que no estábamos ennoviados, porque los muchachos de
aquellos años éramos una suerte de candidez romántica influenciada por el mismo
medio, el que llaman Séptimo Arte, y por la música, la inigualable y
cautivadora música de los sesenta.
En
nuestros recuerdos están aquellos rostros de muchachas, graciosamente femeninas
y a la vez distinguidas, que inundaban de alegría el entorno de la también
romántica fuente de la plaza de la Magdalena a la hora del cierre de la tienda.
Cuántas Mabel Karr, María Mahor y Katia Loritz, y qué
bella legión de Conchitas Velasco... Ellas eran la causa de que San Valentín
mantuviera sus adeptos en Sevilla; no había más que observar la cantidad de
muchachos que las esperaban: novios, pretendientes, admiradores, amigos; las
niñas de Galerías eran una comunión de delegadas del santo en nuestra ciudad
que, luego, se hacían ver por las tabernas del “torito” gozosas en su
reunión, sentadas sobre tronos de madera y sabiéndose miradas. Dos vasitos de
aquel endulzado vino acompañado de avellanas en bares de las calles Álvarez
Quintero o García de Vinuesa, adobados con una canción de Salvatore Adamo
escapada de cualquier aparato de radio... ahí, entonces, indefectiblemente,
aparecía en la puerta y en clásica pose Jorge Rigaud con su sonrisa satisfecha
y su halo celeste, con su abrigo oscuro y su paraguas a modo de bastón, pero
sólo a la vista (nublada) de los enamorados.
Ahora
hemos vuelto a ver imágenes de aquella película dándonos cuenta de que la tuna
que aparece en recital callejero en la última escena, interpretando la popular
canción que grabaron las Hermanas Serrano, no va cantando, sino sólo
desfilando con sus llamativos saltarines pandereteros; truco cinematográfico
del que no nos apercibimos las veces que vimos la película en los cines de
verano. Sin duda era muestra de que no estábamos más que para atender las
llamadas de nuestro San Valentín, cautivos de sus prerrogativas, enganchados en
rostros de vecinitas en cercanas sillas de enea; o absortos mentalmente en el
de aquella muchacha que conocimos en un guateque el domingo pasado que
nos cautivó con su finura y que, bailando la canción “Mis manos en tu cintura”
(en Francia “en las caderas”), tras la consabida pregunta, aquella de “¿estudias
o trabajas?”, ella respondió orgullosa y perfecta: “Trabajo en
Galerías...”.
Ángel Vela Nieto
Qué magnifica entrada y qué magnifico cartel, con su toque sicodélico y todo, anda...Recuerdo que iba a Galerias a la Magdalena, a pasearme en las escaleras mecánicas. Tiempos.,. José Luis Tirado.
ResponderEliminarNo había entrado en el blog desde hace algún tiempo...No he podido enterarme de la muerte de Rafa Martín. Lo siento muchísimo, muchísimo. No he tenido ocasión de conocerle personalmente, ni siquiera sabía de su enfermedad. Ahora no sé muy bien qué decir, salvó que tenía un don, una sensibilidad especial en lo que hacía. Solamente enviar un abrazo fuerte a su familia, que estará destrozada, y a sus amigos. Por desgracia, entiendo muy bien cómo se sienten ahora, la soledad, el desánimo, la pena...
ResponderEliminarY, bueno, estoy tan despistada que he escrito mi comentario sobre Rafa en una entrada que no era...bueno, ya entenderéis mi despiste...
ResponderEliminarClaro que si, Caty... Nos alegra ver su nombre de nuevo en este blog. Mucho ánimo.
ResponderEliminarAhora me doy cuenta de un "su" que no es nuestro tratamiento. Lo dicho, Caty.
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