lunes, 10 de febrero de 2014

EL DEDO DE RODRIGO


El día de la nevá


         Ocurrió el día 2 de febrero, festividad de la Candelaria, del año 1954. Sevilla amaneció vestida de un extraño blanco algodón después de andar la noche anterior probándose, con helada parsimonia, el traje que le prestara para la ocasión singular cualquiera de las ciudades amigas del norte de Europa. Y amaneció una Sevilla nórdica como si fuera una ensoñación que esfumaron los celosos rayos del sol del día siguiente, deshaciendo el encanto como en un cuento de hadas. Fue un regalo climatológico que los niños celebraron hasta la extenuación, liberados por el fenómeno de las obligaciones colegiales. Familiarizados visualmente con los juegos de nieve a través de los almanaques de Navidad de los tebeos de humor, pudieron con estos Reyes tardíos modelar graciosos muñecos, guerrillear a bolazos limpios, patinar sin patines y cuanto aprendieron en las felices viñetas de Pumby, Pulgarcito, TBO o Jaimito. Y así gozaron el día hasta que los calambres del destemple de un enfriamiento carnal lo fueron acercando a la calidez del hogar y a las mantas “antihielo”.

         Aquel día se agotaron los carretes fotográficos en Sevilla. Todos los aficionados se afanaron en captar aspectos de su casa, de su calle o de cualquier monumento de la ciudad intentando perpetuar su nórdico disfraz; al fin y al cabo febrero tiene fama de loco y es tiempo de carnaval. Los periódicos locales dedicaron al hecho insólito, y quizás irrepetible, páginas completas de información gráfica pareciendo que se reflejaba una jornada de fiesta, fuera del calendario, que la Naturaleza había otorgado por los sufrimientos que la caló hacía soportar cada año; un presente que hizo realidad los sueños de tantos sevillanos que jamás habían contemplado la nieve más que en barra o sobre un idílico paisaje de cine.

         Por el suceso supimos, viendo al Cid y a su también mítico caballo revestido de blanco, que la estatua era obra de una mujer norteamericana llamada Anna Hyatt Hungtinton, tan buena artista como generosa, pues fue regalada a la ciudad ilusionada de la pre Expo del 29. Y como por la glorieta del Cid, las cámaras recorrieron palmo a palmo el parque y los lugares históricos... Juan José Serano Gómez, el destacado fotógrafo y reportero gráfico, expuso en los escaparates del estudio que compartía con su hijo en la Avenida, una curiosa colección de panorámicas realizadas “el día de la nevá”, la inolvidable jornada. Fue la prolongación gráfica y testimonial de las sensaciones de uno de los sucesos más festejados y sorprendentes de la segunda mitad del pasado siglo.

         Triana no era tierra de fotógrafos; las cámaras estaban contadas y en manos de profesionales, también escasos; de hecho no hemos visto publicada ni una imagen blanqueada de sus calles o iglesias. Todo el recuerdo quedó en la memoria de los que lo disfrutaron como chiquillo en los descampados; en nuestro caso en los llanos del Campillo adonde acudimos en día de plena libertad al encuentro con el fenómeno y entregarnos a él con tanta ahínco que no fueron pocos los que acabaron el día metidos en la cama y faltando al colegio al día siguiente por prescripción médica. Todo tiene un precio, aunque en este caso quedarse en la cama calentito mientras tiritan los camaradas en el patio del colegio cantando el “Cara el sol” -sin sol- era un dulce castigo.


Ángel Vela Nieto  

2 comentarios:

  1. Aquello, para ti, pudo ser un presagio. Lo digo por la ciudad que ahora te acoge donde la nieve debe ser compañera habitual del invierno.
    Un saludo trianero, Ildefonso.

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  2. Espero que este blog, a través de esta misteriosa red, te acerque un poco del sol de tu Barrio.

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