El día de la nevá
Ocurrió
el día 2 de febrero, festividad de la Candelaria, del año 1954. Sevilla
amaneció vestida de un extraño blanco algodón después de andar la noche
anterior probándose, con helada parsimonia, el traje que le prestara para la
ocasión singular cualquiera de las ciudades amigas del norte de Europa. Y
amaneció una Sevilla nórdica como si fuera una ensoñación que esfumaron los
celosos rayos del sol del día siguiente, deshaciendo el encanto como en un
cuento de hadas. Fue un regalo climatológico que los niños celebraron hasta la
extenuación, liberados por el fenómeno de las obligaciones colegiales.
Familiarizados visualmente con los juegos de nieve a través de los almanaques
de Navidad de los tebeos de humor, pudieron con estos Reyes tardíos
modelar graciosos muñecos, guerrillear a bolazos limpios, patinar sin patines y
cuanto aprendieron en las felices viñetas de Pumby, Pulgarcito, TBO
o Jaimito. Y así gozaron el día hasta que los calambres del
destemple de un enfriamiento carnal lo fueron acercando a la calidez del hogar
y a las mantas “antihielo”.
Aquel
día se agotaron los carretes fotográficos en Sevilla. Todos los aficionados se
afanaron en captar aspectos de su casa, de su calle o de cualquier monumento de
la ciudad intentando perpetuar su nórdico disfraz; al fin y al cabo febrero
tiene fama de loco y es tiempo de carnaval. Los periódicos locales dedicaron al
hecho insólito, y quizás irrepetible, páginas completas de información gráfica
pareciendo que se reflejaba una jornada de fiesta, fuera del calendario, que la
Naturaleza había otorgado por los sufrimientos que la caló hacía
soportar cada año; un presente que hizo realidad los sueños de tantos
sevillanos que jamás habían contemplado la nieve más que en barra o sobre un
idílico paisaje de cine.
Por el
suceso supimos, viendo al Cid y a su también mítico caballo revestido de
blanco, que la estatua era obra de una mujer norteamericana llamada Anna
Hyatt Hungtinton, tan buena artista como generosa, pues fue regalada
a la ciudad ilusionada de la pre Expo del 29. Y como por la glorieta del
Cid, las cámaras recorrieron palmo a palmo el parque y los lugares
históricos... Juan José Serano Gómez, el destacado fotógrafo y
reportero gráfico, expuso en los escaparates del estudio que compartía con su
hijo en la Avenida, una curiosa colección de panorámicas realizadas “el día de
la nevá”, la inolvidable jornada. Fue la prolongación gráfica y testimonial de las
sensaciones de uno de los sucesos más festejados y sorprendentes de la segunda
mitad del pasado siglo.
Triana
no era tierra de fotógrafos; las cámaras estaban contadas y en manos de
profesionales, también escasos; de hecho no hemos visto publicada ni una imagen
blanqueada de sus calles o iglesias. Todo el recuerdo quedó en la memoria de
los que lo disfrutaron como chiquillo en los descampados; en nuestro caso en
los llanos del Campillo adonde acudimos en día de plena libertad al
encuentro con el fenómeno y entregarnos a él con tanta ahínco que no fueron
pocos los que acabaron el día metidos en la cama y faltando al colegio al día
siguiente por prescripción médica. Todo tiene un precio, aunque en este caso
quedarse en la cama calentito mientras tiritan los camaradas en el patio del
colegio cantando el “Cara el sol” -sin sol- era un dulce castigo.
Ángel Vela Nieto
Aquello, para ti, pudo ser un presagio. Lo digo por la ciudad que ahora te acoge donde la nieve debe ser compañera habitual del invierno.
ResponderEliminarUn saludo trianero, Ildefonso.
Espero que este blog, a través de esta misteriosa red, te acerque un poco del sol de tu Barrio.
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