Un Baile en Triana. Francisco de Paula Escribano. 1850 |
Teatro
Guadalquivir y La Perla de Triana
Como escribe don Santiago Montoto “el
teatro fue pasión de los sevillanos y, por ende, el baile era por aquellas
calendas como una escuela de arte dramático”. Uno de los teatros con baile estuvo situado en la Cava, en
el desamortizado convento de San Jacinto: “Es un espacio cuadrilongo que
contiene, además del escenario, un patio, dos palcos bajos laterales con
asientos corridos hasta 52, piso principal, palco para la presidencia y 20 para
el público. Hay también 94 asientos de galería figurando segundos palcos y
además 80 asientos para las señoras, llamado vulgarmente el gallinero. Está
previsto de vestuario, guardarropa y demás oficinas necesarias. Fue construido
en 1845 por un vecino del mismo barrio. Tiene también un mediano café y mesas
de billar que por falta de concurrencia se hubo de cerrar”. Así describe el
Teatro Guadalquivir Pascual Madoz en su entonces contemporáneo “Diccionario de
Sevilla” haciendo esta interesante consideración: “Sentiríamos que también el
teatro corriera la misma suerte por falta de la protección que debiera darse a
este establecimiento que tan buenos servicios podría prestar a la moralidad de
un barrio, en lo general compuesto de trabajadores acostumbrados a disfrutar de
las perjudiciales distracciones que les proporciona las tabernas”. Madoz pone
el dedo en la llaga: no está el trianero dispuesto a ceder ante las
modernidades del café y el billar; su espíritu posee otra finura, otros modos atávicos de sentirse bien, pero en cuanto al
gusto por los valores del teatro que pierda cuidado el ilustre
político-historiador, porque los placeres del cante y el baile los acercaría a
la ilusión de la escena. Tanto es así que el mismo año de su inauguración hubo
15 representaciones mensuales.
Pues con
todo el interés de Madoz, tenemos que escuchar al también contemporáneo
historiador sevillano Félix González de León, quien anota como fecha inaugural
el día 4 de agosto de 1844 (un año antes del señalado en el diccionario sevillano),
manteniendo una intensa actividad hasta 1847, seis años antes de su clausura.
Señalemos a este respecto que, aparte del género dramático predominante, muchas
de las obras que se representaban en este escenario eran de carácter folclórico
o costumbrista. Se interpretaban títulos que servían para adobar el programa en
los entreactos, cantables o bailables de enjundia flamenca de los que
entresacamos por lo que nos afecta la obra musical titulada “La Perla de
Triana”, interpretada el día de Santa Ana de 1849; pero ocurre que no sabemos a
cuál de las Perlas se refiere, porque
en este tiempo -luego vendrían algunas más- se representaban dos números con
este título, el primero de Sebastián Irradier, “tipo de obra: canción andaluza”
(a la que puso voz dos años antes la señora Jiménez en el Teatro Principal de
Cádiz), y la segunda se trata de un bailable que interpretó en más de una
ocasión, la pareja formada por Carlos Atané y la señora Carmen Martínez; la
autoría en este caso corresponde a Fernando G. Bedoya y José Vidal. Hubo más Perlas en los carteles folclóricos de
este tiempo que en el mismo mar… de
Sevilla, de Jerez, de Madrid, gaditana, granadina, del Guadalquivir y hasta de Barcelona. El sobrenombre de La Perla
de Triana, desde su mítico origen, persistirá adoptado por sucesivas artistas
trianeras del mismo tronco familiar.
Y sobres
esta Perla trianera, misteriosa e inspiradora, encontramos una referencia en El
Semanario Pintoresco Español en un relato del jienense José Jiménez Serrano, en
diciembre de 1844, en el que el protagonista, en una fiesta de Cruz de Mayo,
queda deslumbrado por una bailarina… “Rosa estaba hermosísima; y séase por el
efecto del entusiasmo que la animaba, o porque ella reamente dominaba la danza,
me pareció superior a la Perla, la envidiada bailarina de Triana”. ¿Existió realmente
esta Perla de Triana o es un mito creado y animado por folcloristas? Podría ser
La Perla que baila en la fiesta trianera de Estébanez Calderón. Una Perla y en
Triana… tiene casi todas las razones. Además su retrato decoraba, junto a
imágenes de compañeras míticas de la época, un conocido salón de baile sevillano
en 1862.
Interesa
decir que otra de las obras representadas en estos años en el escenario
trianero del Teatro Guadalquivir, del que seguiremos hablando hasta su cierre
definitivo en 1853, es “Don Álvaro o la fuerza del sino”, donde el arrabal
aparece también reflejado.
Ángel Vela Nieto (del libro “Triana, la otra orilla del
flamenco”).
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