Triana en el misterio del flamenco podría
ser el subtítulo. Este nombre corresponde a esa Triana empañada por el tiempo y
la carencia de investigadores. Se trata de una bailaora legendaria llamada
Aurora La Cujiñi, y sobre ella leemos en el Diccionario Flamenco
de José Blas Vega y Manuel Ríos Ruiz:“Sevilla.
Siglo XIX. Bailaora. La referencia que existe de esta intérprete se debe a
Gustavo Doré, comentando en 1862 un dibujo que sobre ella hizo Cheman: Aurora,
nombre que lleva una de las bailaoras gitanas más famosas de Sevilla: Aurora La
Cujiñi, que en idioma gitano quiere decir La Rosa. Sobre su leyenda -sigue el
Diccionario-, el citado dibujo y el Café El Burrero, el escritor inglés
Cunninghame Graham, compuso su relato Aurora La Cujiñi, a Realitie
Sketech in Seville, publicado en 1898”. Es todo.
Recordemos que
cuando Davillier y Doré visitaron, aquel año de 1862, la academia de Luis
Botella, en la calle Tarifa, contemplaron varios retratos que adornaban las
paredes, eran bailaoras y entre ellas estaba La Perla (debe tratarse de
la misma de “Un baile en Triana”), La Nena y Aurora La Cujiñi. El
viajero Graham fue asiduo de las noches del Burrero, “un café cantante entre
oscuro y como una cueva”. Allí trabó amistad con un colega, Pierre Louys, autor
de la Concha Pérez de “La Femme et le Patin”, otra “Carmen” a la que en el cine
puso cuerpo una esplendorosa Brigitte Bardot.
Pero vayamos a la historia. Una noche
viendo el inglés a una bailaora en el escenario observó a un viejo gitano que
exclamaba de forma mecánica: “¡Salero...!”. Pero no estaba satisfecho con la
fiesta, así que evocaba las glorias de una antigua bailarina, muerta hacía
tiempo, llamada Aurora La Cujiñi, jurando que desde entonces no se había
visto la verdad del baile flamenco, opinión en la que coincidían otros calés.
Mas de pronto una bellísima joven emergió de la noche oscura vestida como una
gitana antigua y ejecutó un baile profundo, sensual y hechicero antes de
desaparecer. Los gitanos del Burrero sabían que era un fantasma, pero todos
aplaudieron y jalearon su baile, porque bailar era su gloria y su condena. “¡No
hay más que un Dios, no hay más que una Aurora La Cujiñi...!”, exclamaba
el viejo gitano. Apareció, bailó entre el delirio de los presentes y
desapareció en el tumulto. El entusiasmado espectador le contó al mister
la historia de La Cujiñi, una gitana maravillosa que bailó mejor que
nadie, antes de morir trágica y misteriosamente.
Graham cavila y asienta que La Cujiñi
“regresaba del trasmundo a bailar cada vez que el olor de la sangre (de las
corridas de toros) y del azahar se fraguaban en el aire”. El escritor Fernando
Iwasaki, que da fe del trianerismo de la bailaora, fue quien nos descubrió esta
historia incluida en su libro “Sevilla sin mapa”. Paréntesis editorial, 2010)
y, tras su lectura, recurrimos a él en breve intercambio de correos: “Como la
novela -nos constestó- está ambientada a fines del siglo XIX, no sería
temerario pensar que la bailaora que inspiró aquel relato fuera de Triana, pues
la Cava trianera era territorio de artistas, toreros y músicos gitanos”.
Además, añadimos nosotros, en los párrafos en inglés del texto original que
añade Iwasaki se alaban a las bailaoras gitanas de Triana. Un nombre que añadir al de Angustias Cruz,
la misma Perla de Estébanez Calderón, más aquella otra Perla de Triana
contemporánea que inspiró números bailables (y que puede ser la misma), o
Amparo de Triana, la generosa compañera del dramaturgo Joaquín Dicenta, cuya
vida podía ser argumento de una película, y tantos nombres que colman de
secreto encanto a esa Triana en el misterio del flamenco.
(del libro “Triana, la otra orilla del flamenco”)
Interesante y casi desconocido relato, Ángel. Estamos deseando tener ese nuevo libro que seguro aclarará muchos aspectos desconocidos o enterrados de la historia flamenca de nuestro barrio.
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