Los niños nos salvan de todo, si no fuera por ellos andaríamos en el sótano de los infiernos. Por eso duelen tanto. A los niños que no los roce siquiera el daño. Y es buena idea parar en ellos, en su contagiosa candidez, de vez en cuando cual tregua en medio de la metralla diaria. Pues si, se acabó la libertad para Ramoncito. Cumplió los tres años esos que son necesarios para llevarlo al redil. ¡Tres años!, pero que son tres años... En mis tiempos la escolaridad era obligatoria a los seis, antes algunos que podían llevar las pesetas necesarias habían estado recluidos en el antecedente de las actuales guarderías también llamadas, quizás con algo de eufemismo comercial, jardines de la infancia; ese antecedente parvulario era la miguilla, palabra absolutamente desaparecida. El abuelo de Ramoncito estuvo un año con doña Luisa (en realidad Eloisa, de lo que se enteró muchos años después) en su recogido cuarto docente de la calle San Jorge, al lado del corral de San Joaquín, cuna y fragua de nuestro compañero Antonio (Ferca). Entre el Guerrero del Antifaz, Roberto Alcázar y ella lo enseñaron a leer, así que lo primero que descifró es ese texto cerámico con el popular dicho alfarero de “Oficio noble y bizarro, entre todos el primero...” que aún luce en la fachada de Cerámica Santa Ana, loa al oficio de su padre, precisamente...
Con seis años ya se era un hombrecito, pero con tres... Nunca fui partidario de las guarderías por lo mismo; pobres criaturitas, tan pequeñas y casi se las lanza desde el coche a la hora en la que más a gusto estarían en su cuna o en su camita. Algún día Dios nos dirá que lo que estamos haciendo con los niños no es de recibo. Así que la mañana del ingreso de Ramoncito todos compungidos y, seguro, que nos llevaremos varias horas merodeando por los alrededores del colegio... Qué trago.
Y ahora, que ya tiene amistades internacionales. Su más reciente camarada es un niño rumano con el que juega en el parquecito de la barriada cuando éste les pertenece casi por completo. Mientras el padre del chiquillo se mantiene apartado, paciente y temiendo, quizás, que su presencia puede inquietar, Ramoncito y el rumanillo se entienden a la perfección. En el primer encuentro le escuché decirle: “Yo no entiendo inglé, ¿tú no sabe hablá españó...?”. Ya hasta han merendado juntos, lo que significa “el principio de una hermosa amistad...”.
Y es ahora cuando más divierte el mundo de Ramoncito. Ahora que está coleccionando su primer álbum de estampas, ahora que apunta su vena aventurera y viajera... “Abu, ¿vamo alartabú?”. Los viernes viajamos a Nervión Plaza, su primer paraíso; y todos los días afirma, seguro: “Abu, que hoy es viernes...”. Allí coge su bolsita y recolecta algunas “chuches” iluminadas de colorines que le gritan cómeme. Después compramos algunos sobres de estampas y subimos las escaleras mecánicas en busca de Gambrinus. Plácidamente sentados extiende sobre el velador y de manera cuidadosa, como en una exposición, las estampas y las “chuches”, mientras el “abu” recupera fuerzas contemplando al personal circundante en un tiempo que no parece suyo. En el autobús, a la ida y a la vuelta, el minúsculo viajero hace de guía, en una ya vieja afición, anunciando a toda voz... “¡la torre deloro! ¡La Girada! ¡El pontetriana...”.
Un día cogió una pluma blanca del suelo y, después de decirle que se le había caído a una paloma, estuvo toda la mañana empeñado en devolverle al volátil lo que era suyo... Cuando estamos sentados y observa algo interesante me levanta las gafas de sol para que yo lo vea; creerá que es imposible ver nada con ellas puestas. Este verano las hormigas le llaman mucho la atención y es capaz de llevarse media hora siguiendo un reguero. Yo le digo que antes las hormigas eran más grande y que hasta las había gigantescas, cabezonas y terribles cuando abrían las fauces en una pelea, aquellas hormigas desaparecieron como lo hicieron las negras comunes; las hormigas de Ramoncito son minúsculas, sosas, incordiantes, pero él ni siquiera teme que se les suba por los calcetines... El otro día vimos un “zapatero” y lo que para los niños de los cincuenta era una divertida cacería, diaria e inagotable, para él fue una prodigiosa aparición. Estarán donde las hormigas cabezonas y los cigarrones...
Pero Ramoncito -¡me lo temía!- lo que le atrae son los juegos del ordenador; abre el aparato, juega y lo cierra con una presteza y seguridad que dan pavor. Y de poco sirve que le ponga por delante tebeos de todas clases: los hojea, pero se ve que no es lo suyo. Así que del colegio, de la condena de los horarios y el pupitre galeote, sólo espero que se familiarice con la lectura porque si no todas mis esperanzas de vivir una nueva niñez se irán al traste.
Seguiré intentándolo: de momento le he comprado el primer tomo de la nueva edición del “Principe Valiente” (¿le he comprado o me he comprado...?).
(Que el buen dios de las palabras y el saber te acompañe, Ramoncito, y que lo disfrutemos juntos). Ángel Vela Nieto.
Sí, realmente me parece un poco prematuro lo entrar en el colegio con tres años de edad pero es interesante verlos leer tan pronto.
ResponderEliminarSupongo, Ángel, que Ramoncito asistirá al Rico Cejudo; si es así, se encontrará con Elena y algunas mañanas nos veremos y tomaremos café.
José Luis Jiménez
En los años ochenta la mujer se liberó, salió de la casa para realizar un trabajo productivo que la hiciera sentirse más persona, pero a la vuelta le esperaban las tareas del dulce hogar, valiente liberación, encima algunos cafres se quejaban, era una época de paro muy parecida a la actual, y pregonaban que la falta de trabajo estaba producida por la llegada de las mujeres al mundo laboral.
ResponderEliminarEs una pena, como bien dices, Ángel, que dios nos perdone, que se le haya quitado importancia a esa hermosa labor de criar a un hijo, pero según el mercado eso no es un trabajo productivo, por tanto, carece de valor.
Me da coraje que los jóvenes no se den cuenta del error y se empeñen en trabajar los dos para tener un coche más grande y un escondite en la playa, para comprar comida prefabricada y no perder tiempo en la cocina.
Quiénes puedan que opten por quedarse uno en casa, da igual que sea papá o mamá, los dos tienen las mismas facultades para mostrar con una mano el cariño y con la otra la educación.
Este jueves empieza mi nieto el primer día de su segundo año de guardería: aún no ha cumplido los tres años de edad. El próximo lunes lo hará mi nieta con el primer día de su primer año de guardería: acaba de cumplir los cuatro meses de edad. Mi hija no tiene ni casa en la playa ni vive instalada en la nube del feroz consumismo. Solo trabajando ella (que es Licenciada en Derecho) y su marido (que es Delineante y lleva cuatro meses trabajando sin cobrar) pueden llevar dignamente su casa. A mi, como abuelo, se me cae el alma a los pies, pero bien poco puedo hacer. Cada casa es un mundo y utilizar esquemas generalistas casi nunca es acertado. Quiera Dios que la generación de Ramoncito no tenga que pasar por lo que nosotros estamos pasando. Cordiales saludos para la irreductible y eterna Triana. Un abrazo.
ResponderEliminarTienes razón, Juan Luis, que usar esquemas generalistas no asegura el acierto, sólo pretendía poner en duda el estilo de vida de quienes anteponen el éxito personal, generalmente asociado al trabajo, al éxito familiar. De cualquier forma cada uno es libre de buscar la felicidad a su manera. La vida está hoy en día montada para que trabaje la pareja por obligación, a nosotros nos pasó lo mismo cuando nuestro hijo era pequeño, pero igual que creo en una educación y una sanidad pública, me gustaría que hubiera ayudas para que los padres puedan criar a sus hijos. Lo que pasa es que hablar de estas cosas con el paro y las necesidades que hay, quizás no sea el momento más adecuado.
EliminarPues claro, José Luis; el Rico Cejudo le dará la ocasión a Ramoncito de verse con su amiga Elena y a mi de tomar café y cambiar impresiones con un papá moderno.
ResponderEliminarMe sorprende Rafael con su punto de vista, todavía más cuando por su forma de comenzar el comentario parecía que derivaría por otro lado. No cabe duda de que la juventud ha sido apresada por el mercado consumista; se le perdió cariño a lo sencillo, lo natural... Y entre estos está disfrutar del crecimiento de los hijos. La familia se ha desquebrajado y las principales víctimas son los niños. Y ya hemos comprobado, con la llegada de su primera primavera en el Instituto, los peligros que les acechan. Naturalmente, pienso como tú, Rafael.
Y el caso de la hija del amigo Juan Luis Franco es el colmo de la sinrazón de lo que estamos lamentando. Cada casa es un mundo, claro, pero a todas les afecta malamente la situación. Y algo habría que hacer. Los niños, por lo que representan, son el gran tesoro de la vida y no lo estamos viendo así.
Y no es sorprendente que los atletas dediquen sus victorias a sus abuelos y no a sus padres. El sentido de la paternidad y maternidad están en peligro.
Escribí,Ángel, en un comentario en este blog una frase que quizás te sorprendió referida a que dejastes a tu nieto a las puertas de una ¿guardería? o ¿miguilla? como la de Dª Luisa en calle San Jorge, yo también estuve. "Y se perdió detrás de la puerta", algo así dijistes y yo comenté: "ahora empieza la doma". Nunca mejor dicho, lo he vivido en mis carnes -mi mujer también- en las de mis hijos y en las de mi nieto que está al principio de la doma y todavía le falta unos años porque la doma de los humanos es la más larga que existe en el reino animal. "Ganarás el pan con el sudor de tu frente".¿Quién lo inventaría?. Hasta los indigentes se tienen que duchar a la fuerza para que le den el rancho. Hay quién se rebela -dentro de lo que cabe y le dejan- a que le pongan el yugo, pero hay otros que lo cogen y se lo ponen ellos mismos. Al final da igual porque todos terminamos en el yugo uncidos, pero existe una pequeña diferencia que no sirve de nada, a los rebeldes le ponen el yugo y lo meten en un lazareto a pan y agua y a los que se lo colocan o facilitan que se lo coloquen le dan puestos relevantes y bien remunerados pero, eso sí, siempre a las órdenes del boyero. Que a las nuevas generaciones les cojan confesadas y en ayunas para poder comulgar con ruedas de molino y que la doma, ojalá (¡oh-Alláh!), les sirva para poder rebelarse -como puedan y las dejen- y estar pero sin estar, en el rebaño con los borregos.
ResponderEliminarSabias palabras, Antonio. Que así sea.
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