martes, 26 de junio de 2012

EL DEDO DE RODRIGO: JUANITO DÍAZ


    Malo cuando empezamos a no tener noticias de los amigos mayores, porque, enfermos, se han alejado buscando el calor y los cuidados de familiares en otros barrios o en otras ciudades. Malo, porque tras el prolongado silencio, la más cierta noticia que nos puede llegar de ellos es la de su muerte. Dejamos de ver a Juanito Díaz ya hace unos años y sólo sabíamos eso, que estaba al abrigo de unos familiares lejos de Triana. Y por Pepa Montes nos hemos enterado de su fallecimiento ocurrido la pasada semana. 

    Conocí a Juanito a través del poeta y rapsosa de la calle Pureza Armando Gutiérrez, él me llevó a su casa-estudio en la calle Leiria, vía que estando en el corazón de Triana pasa desapercibida. Enfrente de sus primitivas casas que ya no existen, el bueno de Juanito vivía con su madre e impartía allí, en una sala perfectamente acondicionada, sus clases de baile. Andabámos entonces, finales de los años ochenta, en la materialización de una especie de diccionario trianero y en él pretendíamos incluir -vana idea- unos apuntes biográficos de todos los artistas del barrio. Era entonces el ya veterano bailaor un celoso de su arte y de su oficio de maestro, y en lo personal un ser humano frágil en apariencia, quizás sería mejor decir exquisito, que nunca alzaba la voz por temor a molestar como a él le molestaba, sin duda, la destemplanza, lo estentóreo en cualquier forma; era, sobre todo, tan buena persona que parecía de otro mundo. Nos atendió en aquella ocasión con toda su bondad y quedamos en volver.

   Armando Gutiérrez, el inolvidable amigo, compañero en aquella revista “Triana” inmejorable de los Macías, Pacheco, Santiago, Albenca, Solís... lo llevó un día a nuestra “mesa-redacción” en el cálido rincón de Casa Cuesta. Armando lo había presentado en más de una ocasión en el escenario de sus comienzos como bailaor-bailarín, aquella sala La Manigua de la calle Betis. Juanito salía poco a la calle, todavía menos a partir de la muerte de su adorada madre, María de los Ángeles, una ferviente rociera. Pero con el cariño que le profesaba sus más aventajada discípula (de cuando Juanito se instaló en Dos Hermanas), la impar y ya mencionada Pepa Montes, a más del afecto de otros amigos, se acercó a la tertulia sabatina de El Ancla y allí sentó plaza departiendo con todos y sintiéndose querido.

    Cuando a mediados de la anterior década paseamos con una cámara de televisión por la calle Betis, lo citamos frente al edificio donde estuvo La Manigua; nos contó su experiencia de adolescente en aquella sala-escuela y los avatares de sus posteriores giras patrocinadas por Circuitos Saavedra junto a Marchena, Machín, El Pinto, La Niña de los Peines... Supimos que con su paisana de barrio, Paquita Rico, debutó en Madrid en el espectáculo “Romances de Coplas”, pero sería con Juanita Reina con la que recorrería los teatros de España participando, además, en su película “Lola la Piconera”. Formó parte después en destacados ballets antes de dirigir el suyo con Isabelita Jiménez, Carmina Rojas, Pepita Nevado, Pili Galisteo y Luci Suárez. 

    “Los artistas no tenemos edad”, repetía, coqueto, cuando alguien quería saber más de lo debido. Juanito Díaz había nacido en la Cava de los civiles y contaba que sus  bailes iniciales se los había dedicado a sus amigos cuando de niño jugaba en los jardincillos de San Jacinto y, luego, a sus inseparables del Barrio León. Entre sus maestros nombraba a Enrique El Cojo, pero su escuela fue la mencionada Manigua, primeros temblores de la mayoría de cantantes y flamencos de Triana. Desde 1984 daba clases en el regreso a su barrio, y fue en aquellos años de los ochenta, y durante las desaparecidas “Quincena de Flamenco y Música andaluza”, cuando bailó ante el público de un teatro por última vez. 

    No molestará Juanito allá donde lo haya destinado la Providencia. Es más, alegrará con su baile la paz azul de sus nuevos y eternos compañeros.

Ángel Vela Nieto.
   

2 comentarios:

  1. No lo sabía Ángel, pero esta noche rezaré por él. Lo mismo que se entregan -una nova idea magnífica- a manera de homenaje placas por la tertulia, propongo que a manera de ritual nos citemos un día en El Ancla, salgamos a la puerta , guardemos un minuto de silencio y levantemos una copa, en este caso por Juanito, y que hablemos ese día solo de él y de su arte y que tarde muchos años en repetirse pero señal que la tertulia sobrevive en contra de adversidades

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  2. A los amigos ausentes hay que recordarlos siempre para hacerlos eternos.
    Brindar por ellos es sentirlos al lado. En septiembre hablaremos de él y tomaremos una copa con Juanito. Y fíjate, Antonio, la cantidad de amigos que compartieron tertulia con nosotros y que ya sólo están en el recuerdo.

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