miércoles, 4 de abril de 2012

DESDE EL MONTE PIROLO



CAÑAS Y VELAS

Yo de mayor quería ser Guadalquivir, me explico, irme a las claras del día, a favor de corriente, a Sanlúcar de Barrameda y con la marea y la brisa del lubricán volver a Sevilla. Pero no, cada día soy más Guadiana, apareciendo de cuando en cuando, cada vez más tarde, sin encontrar la manera de quedarme entre mis dos orillas y pasar debajo de mi puente. Así está el patio que, cuando he aparecido por Monte Pirolo ya habían florecido el naranjo amargo, el laurel y los nísperos y el aire estaba y está aromatizado, suave y algodonoso. Los pájaros, las avispas, las abejas y otros hemípteros le ponían y le siguen poniendo música y rumores.
Todavía no se había inventado que las brigadas de Lipasam fueran detrás de la última cofradía así que, terminada la Semana Santa, la carrera oficial estaba de cera hasta las trancas. Hablo de los años cincuenta y tantos y década de los sesenta cuando en cualquier rincón de las casas había un bodegón cuaresmal y semanasantero.

   
El Domingo de Resurrección descanso de  capillitas y cofrades y a la hora que empezaban los toros estábamos, mi pandilla y yo, en la calle Sierpes, cada uno con un jarrillolata -hecho por los lateros con las latas de leche condensada-  un raspador para la cera y cajas vacías de galletas, entonces se vendían las galletas al peso o contadas y venían en cajas grandes de lata. 
No perder de vista en la fotografía las tres bolitas negras que son  plomillos de pesca con una ranura para meter el hilo. Y la caña que fue el cetro que le pusieron entre las manos a Jesús los soldados de Pilatos en la burla de la coronación como rey junto con la corona de espinas y el manto púrpura. El Cristo de la Coronación de la Hermandad del Valle la lleva.
Por los años de este relato  los escobones eran de palma y el soporte era de caña cogido a la palma con una tomiza trenzada. La palma se gastaba pero la caña seguía en todo su esplendor y nosotros, mi pandilla y yo, la guardábamos entre las tejas del tejado que estaba justo detrás de la tapia de la azotea. Hasta el tango de Triana lo dice: “Pero mare dime tú que jecho yo/ que pa que  tú me pegue a mi que con la caña/ que la caña de lescobón, ¡ay, lerén!... ¡ay,lerén, lerén!,.. ¡ay,lerén……
En la calle Sierpes como hacía sombrita –no tiene espacios abiertos- se concentraban pandillas de los barrios  para lo mismo, coger cera para fabricar velas y alumbrar  los pasos de las Cruces de Mayo. Éstos si eran también grupos de riesgo y de los más peligrosos, por menos de un estornudo -disputar el mejor sitio- la guerrea se formaba a pedrás y latazos, incluso entre pandillas del mismo barrio, de antemano y  por si las moscas nos llenábamos de  piedras   los bolsillos. Recuerdo que en los años finales de esa nuestra maravillosa etapa   paseaban la calle dos o tres parejas de guindillas que arreglaban las disputas a guantás, a cosquis y amenazaban con el vergajo o la porra que nos iban a dar un zurriagazo en el lomo.  
El patio del Corral de San Joaquín era testigo del proceso, en los días siguientes de la recogida de la cera, de la fabricación de las  velas.
A saber.
 Con serrucho de marquetería se cortaban las cañas por encima y por debajo de los nudos, se clasificaban por tamaño y grosor y se metían en diferentes cajas. El paso siguiente era, con un cuchillo cortarlas a lo largo justo por la mitad. Ayudados por un pincel, las medias cañas, se impregnaban por la parte cóncava con aceite frito y negro que se iba a tirar, después se juntaban y se amarraban para no tener que buscar las  mitades que se correspondieran. 

Al fuego se derretía la cera. Los nudos por debajo y  las dos mitades de las cañas unidas por un cordelillo fino se sellaban  con cera medio cuajada, una vez cuajada y dura se procedía a verter la cera líquida dentro de las  cañas dispuestas. A continuación los plomillos se apretaban en la punta de un cordoncillo previamente encerado y preparado con la longitud precisa y se introducían despacio en el interior de las cañas, el plomillo hacía de contrapeso y el cordoncillo bajaba por la cera derretida manteniendo al pabilo totalmente derecho. Todo este proceso se hacía manteniendo la caña dentro del agua, una vez terminado se hundía la caña durante  un minuto después se soltaba y se dejaba en el cubo o baño.
Al día siguiente se desataban, con el cuchillo se abrían con cuidado por la línea del corte y ya teníamos las velas.


Ver aparecer las velas dentro de la media caña es super güay, según mi nieto. Eso  dice también cuando ve las torrijas morenas de verde luna.


No sé en que piensa este chavorri, pero el pensamiento lo lleva por un lado y la vista y la mano por otro y como el que no quiere la cosa, así a la remanguillé, por poco nos deja sin torrijas.
                                              
                                                        Antonio del Puente   
                                                        Semana Santa/12

4 comentarios:

  1. Genial, como siempre, Antonio. Toda una lección de historia. Y hay que ver lo feliz que se ve a tu principal alumno (mejor discípulo). Tu madre puede estar orgullosa.

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  2. Rafael M.H.5/4/12, 17:29

    Efectiamente, una hermosa clase de microhistoría con toques de pura magia y preñaita, como siemore, de aromas y sabores, y es que lo cuentas de tal manera, Antonio, que terminas con to losdeo manchao de cera y miel.
    Que estas lluvias sirvan al menos para que te sigas derramando por aquí.

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  3. jimenezjb8/4/12, 0:11

    Hay que ver lo derecha que os ha salido la vela; ni dibujada. Y las torrijas, al igual que los anteriores pestiños, tienen una pinta maravillosa.

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  4. Historias antiguas,queridos blogueros. Hoy a los niños de las Cruces de Mayo se le compran las velas que hagan falta, y las flores, nosotros las "pedíamos prestadas" de las vecinas macetas,ya se sabe lo de Mayo florido y hermoso. Eran otros pobres tiempos y no he contado que los zapatos, si eran viejos, quedaban abandonados por sus dueños, a la deriva, en ese río de cera y por no hablar de las alpargatas rotas y pegadas, más que barquillas en el río el día de la Virgen del Carmen o un día de Velá a la hora de la cucaña. Una aclaración: las torrijas son de verdad fabricadas paralelamente a las velas.

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