Este santanderino nace un 3 de octubre de 1896. Cursa sus estudios de Filosofía y Letras en las universidades de Deusto, Salamanca y Madrid, siendo en ésta última donde finaliza su doctorado.
Fue catedrático de lengua y literatura en institutos de Soria, Gijón, Santander y Madrid.
En 1925 obtiene el Premio Nacional de Literatura, que comparte con Rafael Alberti, por su obra “Versos Humanos”. A través de la elaboración de dos versiones de Antología poética (“Antología de los jóvenes poetas”) dio a conocer a autores de la Generación del 27.
Junto a éstos organizaría el homenaje a Góngora, en el año que da nombre a ésta generación y celebrado en el Ateneo de Sevilla, con motivo del centenario de la muerte del poeta cordobés. Este mismo año funda la revista Carmen.
Y a partir del mismo año se conforma un cartel tauro-poético en el que los protagonistas son tres de los poetas de la que a mi parecer y al parecer de muchos ha sido sin duda la mejor generación literaria que ha dado nuestro país. Rafael Alberti, Fernando Villalón y Gerardo Diego. Esta poesía es la que lleva a Gerardo Diego a mirar la majestuosidad de La Maestranza desde el otro lado del Río, desde Triana. Aunque él es un poco más adelantado a sus compañeros Alberti y Villalón ya que el poema que hoy presentamos se escribe en 1926, escribiendo en ése mismo año su Elegía a Joselito.
Gerardo Diego realiza a lo largo de su vida trabajos como crítico literario, musical y taurino.
Cuando estalla la Guerra Civil, toma partido, a diferencia de la mayor parte de sus compañeros por el bando nacional, permaneciendo por tanto en España.
Fue miembro desde 1947 de la Real Academia Española y Premio Cervantes, junto a Jorge Luis Borges en 1979. Murió en Madrid a la edad de 90 años.
¿Podéis imaginar en qué rincón de Triana se inspiraría el poeta para escribir esta seguidilla?
TORERILLO EN TRIANA
Torerillo en Triana,
frente a Sevilla.
Cántale a la sultana
tu seguidilla.
Sultana de mis penas
y mi esperanza.
Plaza de las Arenas
de la Maestranza.
Arenas amarillas,
palcos de oro.
Quién viera a las mulillas
llevarme el toro.
Relumbrar de faroles
por mí encendidos.
Y un estallido de oles
en los tendidos.
Arenal de Sevilla,
Torre del Oro.
Azulejo a la orilla
del río moro.
Azulejo bermejo,
sol de la tarde.
No mientas, azulejo,
que soy cobarde.
Guadalquivir tan verde
de aceite antiguo.
Si el barquero me pierde
yo me santiguo.
La puente no la paso,
no la atravieso.
Envuelto en oro y raso
no se hace eso.
Ay, río de Triana,
muerto entre luces,
no embarca la chalana
los andaluces.
Ay, río de Sevilla,
quién te cruzase
sin que mi zapatilla
se me mojase.
Zapatilla escotada
para el estribo.
Media rosa estirada
y alamar vivo.
Tabaco y oro. Faja
salmón. Montera.
Tirilla verde baja
por la chorrera.
Capote de paseo.
Seda amarilla.
Prieta para el toreo
la taleguilla.
La verónica cruje.
Suenan caireles.
Que nadie la dibuje.
Fuera pinceles.
Banderillas al quiebro.
Cose el miura
el arco que le enhebro
con la cintura.
Torneados en rueda,
tres naturales.
Y una hélice de seda
con arrabales.
Me perfilo. La espada.
Los dedos mojo.
Abanico y mirada.
Clavel y antojo.
En hombros por tu orilla,
Torre del Oro.
En tu azulejo brilla
sangre de toro.
Si salgo en la Maestranza,
te bordo un manto,
Virgen de la Esperanza,
de Viernes Santo.
Adiós, torero nuevo,
Triana y Sevilla,
que a Sanlúcar me llevo
tu seguidilla.
Gerardo Diego
Sólo por este poema tendríamos que haber nombrado "Trianero Adoptivo" a Gerardo Diego, un poeta con nombre de poeta. No olvidaré que en 1975 acudí, en Cádiz (me encontraba allí), a la firma de uno de sus libros. Le acompañaba en la librería su amigo José María Pemán. Y me traje para Triana dos libros dedicados como dos tesoros...
ResponderEliminarSeguro que nuestros munícipes ni sabían quién era Gerardo Diego ni, por supuesto, que había dedicado estas seguidillas al arrabal.
ResponderEliminarGuarda esos libros como un lujo, Ángel. Sólo los locos de atar estamos cuerdos.
Querido Emilio:loco es aquel que ha perdido todo menos la razón.
ResponderEliminarCómo diría el poeta alemán, Heinrich Heine “la verdadera locura quizá no sea otra cosa que la sabiduría misma que, cansada de descubrir las vergüenzas del mundo, ha tomado la inteligente resolución de volverse loca”.
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