domingo, 31 de octubre de 2010

TRIANA EN LA LITERATURA: CAMILO JOSÉ CELA


Por las páginas de este blog irán pasando textos de escritores que dejaron alguna visión sobre Triana, desde los viajeros románticos hasta los de nuestros días. Será un sano ejercicio recordar esos escritos que tuvieron a nuestro barrio como protagonista. Hoy vamos a iniciar esta andadura ofreciendo un extracto del capítulo que Camilo José Cela le dedica en el apartado VI de su libro "Primer viaje andaluz". La edición que manejamos es la 4ª, correspondiente a 1977, de la editorial Noguer.


TRIANA, CAPITAL DEL CANTE

Al bar Altozano, donde el vagabundo ha de darse con su gentil compañía, aún no ha llegado la señorita Gracita Garrobo.
     Desde la calle del Betis, Sevilla luce dorada a la puesta del sol. Triana es barrio vivo, barrio donde los niños gozan la mugrienta y sana dicha de la libertad. En medio de la calle de la Pureza -según vagos rumores que el vagabundo preferiría tan falsos como Judas- pasaron su última noche, antes de rendir viaje en la tierra clamente de Moguer, un poeta y su musa, cada uno en su frío ataúd y los dos en el discreto y vergonzante furgón que usan los muertos para ir por la carretera.
     Un gitanito cruza -el ombligo al aire del atardecer- por delante de Santa Ana. En la iglesia de Santa Ana, que fundó el rey Sabio, esconde sus delicadezas la delicada Virgen de la Rosa, salida de la paleta y de las manos mismas que pintaron la marinera Virgen de los Navegantes.
     El vagabundo, por la calle de Pagés del Corro, se acerca a la bullidora calle de San Jacinto, columna vertebral del barrio. En el convento de San Jacinto descansan durante doce meses del trajín de una semana, las Vírgenes de la Esperanza de Triana y de la Estrella, cada una con su cofradía.
     Detrás se esconden, más allá de las calles del Ruiseñor y del Evangelista, los nombres nuevos de las calles nuevas: calles de la Virtud y del Trabajo, de la Prosperidad, de la Voluntad, de la Constancia, del Consuelo. Poca fortuna tuvo el discurridor de esta nomenclatura de pía urgencia, de este próvido manantial de vana verborrea de concejales o de altos funcionarios de las cajas de ahorros. Triana es barrio vivo -se dijo- y latidor, barrio poblado por humildes gentes que cantan para espantar el hambre y beben vino, si cae, para ver el mundo con sus buenos ojos.
     La voluntad del trianero, como la del poeta,

     se ha muerto una noche de luna
     en que era muy hermoso no pensar ni querer.
..

     El vagabundo, por admiración y respeto a la rara voluntad (que a lo mejor ni lo es) del trianero, no la toma por la hoja del rábano que se acostumbra a premiar: la terca voluntad del voluntarioso -que suele tener mucha, ¿para qué?, y no siempre buena.
     El gitano que le pega a la fragua en la trianera calle de la Cava y entre chispas de angélico revolar, ¿qué piensa de la prosperidad del comerciante, de la constancia del opositor a notarías? ¿Qué sabe del consuelo que jamás nadie -de tú a tú, que es como únicamente consuela y aprovecha- le brindó? Dícese que un poeta sevillano

     por dar al viento trabajo,
     cosía con hilo doble
     las hojas secas del árbol.

    
El vagabundo piensa que en Triana -la del hermoso callejero: María Niño, Cohetería, Chapina, Troya, del Tulipán, del Paraíso...- sobran los nombres de las virtudes menores y revisables. Y al vagabundo no deja de darle mala espina -y un turbio y convencional tufillo a la nariz- el hecho de que el bautizador se haya olvidado, a la solemne hora de estos bautismos, de la fe, de la esperanza y de la caridad, que son los nombres de las tres virtudes teologales.
     En el barrio de Triana, el alfarero se fía de la Virgen -la confianza es fe-, aunque no corra. En verso de soneto ya está cantado que todo es fácil si en la fe se fía.      En el barrio de Triana, allá 
por donde el cascabel de la esperanza acelera su ritmo, tal quería el viejo León Felipe, el tabernero espera -además de otro milagro de la primavera, como el viejo olmo seco- al parroquiano que le da de comer, a cambio de que le den de beber, y que jamás falla.
     En el barrio de Triana, el cantaor hace la caridad del cante a quien sabe que no ha de pagarle porque no puede: tan sólo porque tiene fe -la caridad es una forma de fe- en que ha de ser escuchado.


Camilo José Cela

(Recopilación: Emilio Jiménez Díaz)


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