San Jacinto, pase (o) de temporada
Vaya por
delante: A medida que pasa el tiempo cada vez estoy más convencido de la locura
que fue peatonalizar este tramo crucial de la principal vía de Triana. No me
gusta hacer masa, pero estuve en la primera manifestación que protestaba contra
la dislocada idea que se sabía iba a provocar graves dilemas. San Jacinto, con
o sin coche, fue siempre la calle comercial –con Castilla- y la preferente para
el paseo –con Pureza y Betis-, así que si ahora se ve a todo el mundo por ahí
no hay que extrañarse porque es lo que los trianeros hicieron desde la edad más
temprana.
José Luis
Jiménez, sufridor en primera línea de la nueva calle San Jacinto, la llama “la
calle de los veladores”. Si, y de muchas cosas más que la identifica hoy. Cosas
como las bicicletas asusta-viejos, los artículos en venta –germen de
mercadillo, lo que faltaba-, los coches que de pronto irrumpen, unos por
tunantes, otros por despistados y otros para coger esa vía increíble que
permite enlazar Alfarería con Rodrigo de Triana, Lipasam y sus “monstruos
amarillos”, la pareja de motoristas... Todo esto amén de las paradas habituales
de grupos que tienen aquí sosiego y recreo visual y que a veces recuerda
aquella película de José Isbert, “El cochecito”. No pueden faltar los números
de circo, los vendedores y músicos ambulantes, los pedigüeños organizados y por
cuenta propia… todo un mundo que hace de la calle peatonal la menos indicada
para un paseo.
Pero como
hay que llenar los bares, antiguos y modernos, y hacerlos rentables pues para
eso está “la terraza”, si no hubiera sido imposible la apertura de tantos en
ambas aceras. Y ahí tenemos los veladores rebosante de forasterío copando lo
mejor del espacio quedando lo justo para que los aborígenes transiten en fila
india si no quieren invadir el prohibitivo carril bici con su latente peligro.
Peatonal sería si las bicicletas y los veladores hicieran mutis por el Altozano
arriba, pero mientras no sea así, de peatonal, nada, un engaño que era lo que
nos temíamos todos aquellos de la inútil protesta de la que huyó el delegado,
dejando el barco de la Tenencia a la deriva (las elecciones lo acabarían de
hundir). Y no digo nada de un alcalde que decían que vivía en Triana...
Así que como
es camino obligado, como siempre fue, la gente local pasa de un lado a otro mientras
los forasteros se acomodan a las primeras de cambio en su callejero y
gastronómico sitial. En invierno son los veladores de los nones los más apetecidos,
en verano los de enfrente hasta que el sol se despide a la hora del café e
iguala el panorama. Y todo este abigarrado ambiente, esta extraña conjunción de
personal y vehículos, ha creado lo que se puede titular “el espectáculo de San
Jacinto” que adquiere visos Berlanguianos cuando la capilla de la Estrella
atrae a los encopetados asistentes a una boda; entonces se convierte en pase de
moda femenina. Y así, todo se mezcla componiendo un vibrante y dislocado escenario
al que sólo le falta la taquilla y un cartel que avise: “Aún quedan abonos para
la temporada de verano.
Ángel Vela Nieto.
Doy fe de cuanto dices, Ángel. Los veladores van acompañados, en verano, de un chorreón de vapor y en invierno de la catalítica, para que no falte ni un detalle. De momento, San Jacinto parece que nos protege.
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