viernes, 21 de junio de 2013

EL DEDO DE RODRIGO


San Jacinto, pase (o) de temporada


            Vaya por delante: A medida que pasa el tiempo cada vez estoy más convencido de la locura que fue peatonalizar este tramo crucial de la principal vía de Triana. No me gusta hacer masa, pero estuve en la primera manifestación que protestaba contra la dislocada idea que se sabía iba a provocar graves dilemas. San Jacinto, con o sin coche, fue siempre la calle comercial –con Castilla- y la preferente para el paseo –con Pureza y Betis-, así que si ahora se ve a todo el mundo por ahí no hay que extrañarse porque es lo que los trianeros hicieron desde la edad más temprana.

            José Luis Jiménez, sufridor en primera línea de la nueva calle San Jacinto, la llama “la calle de los veladores”. Si, y de muchas cosas más que la identifica hoy. Cosas como las bicicletas asusta-viejos, los artículos en venta –germen de mercadillo, lo que faltaba-, los coches que de pronto irrumpen, unos por tunantes, otros por despistados y otros para coger esa vía increíble que permite enlazar Alfarería con Rodrigo de Triana, Lipasam y sus “monstruos amarillos”, la pareja de motoristas... Todo esto amén de las paradas habituales de grupos que tienen aquí sosiego y recreo visual y que a veces recuerda aquella película de José Isbert, “El cochecito”. No pueden faltar los números de circo, los vendedores y músicos ambulantes, los pedigüeños organizados y por cuenta propia… todo un mundo que hace de la calle peatonal la menos indicada para un paseo.

            Pero como hay que llenar los bares, antiguos y modernos, y hacerlos rentables pues para eso está “la terraza”, si no hubiera sido imposible la apertura de tantos en ambas aceras. Y ahí tenemos los veladores rebosante de forasterío copando lo mejor del espacio quedando lo justo para que los aborígenes transiten en fila india si no quieren invadir el prohibitivo carril bici con su latente peligro. Peatonal sería si las bicicletas y los veladores hicieran mutis por el Altozano arriba, pero mientras no sea así, de peatonal, nada, un engaño que era lo que nos temíamos todos aquellos de la inútil protesta de la que huyó el delegado, dejando el barco de la Tenencia a la deriva (las elecciones lo acabarían de hundir). Y no digo nada de un alcalde que decían que vivía en Triana...

            Así que como es camino obligado, como siempre fue, la gente local pasa de un lado a otro mientras los forasteros se acomodan a las primeras de cambio en su callejero y gastronómico sitial. En invierno son los veladores de los nones los más apetecidos, en verano los de enfrente hasta que el sol se despide a la hora del café e iguala el panorama. Y todo este abigarrado ambiente, esta extraña conjunción de personal y vehículos, ha creado lo que se puede titular “el espectáculo de San Jacinto” que adquiere visos Berlanguianos cuando la capilla de la Estrella atrae a los encopetados asistentes a una boda; entonces se convierte en pase de moda femenina. Y así, todo se mezcla componiendo un vibrante y dislocado escenario al que sólo le falta la taquilla y un cartel que avise: “Aún quedan abonos para la temporada de verano.


Ángel Vela Nieto.   

1 comentario:

  1. Doy fe de cuanto dices, Ángel. Los veladores van acompañados, en verano, de un chorreón de vapor y en invierno de la catalítica, para que no falte ni un detalle. De momento, San Jacinto parece que nos protege.

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