jueves, 6 de junio de 2013

EL DEDO DE RODRIGO

Silverio por Moreno Galván
       Y el cante se hizo pan

            Mientras se inauguraba en la sevillana calle Rosario el primer café cantante de la ciudad, el de Silverio Franconetti y Manuel Burrero, en Triana la afición flamenca se extendía por todo su hemisferio geográfico, gitano y castellano, porque propios y comunes fueron también los misteriosos orígenes. El gran Silverio es buen ejemplo de la extensión andaluza del cante en sus formas gitanas sin ser de esa raza. En Triana ya existían profesionales, modo de vida honorable, en opinión de Torcuato Pérez de Guzmán, para algunas familias herreras o de otros oficios. Anticipemos, sin embargo, que sólo una minoría de los que en Triana poseían facultades se decidieron, a lo largo del tiempo, por el profesionalismo, demasiados apegados a su gente, trabajo y quehaceres naturales y enemigos de viajes y trasnoches. Esta es, precisamente, la grandeza flamenca de Triana.

            Respecto a Silverio Franconetti y su relación con Triana, hay que decir que no sólo tuvo el gran cantaor querencia de esta orilla, sino que, además, encontró aquí el amor romántico que acaba en boda; su segunda mujer vivió y falleció en Triana. La primera se le escapó por celoso; la trianera se mantuvo enamorada y solícita sin, al parecer, ser correspondida en la misma medida. Así fue el Silverio amante, según las noticias de su intimidad. Francisco Coves, el reportero periodístico del trianero Barrio León, detalla en el semanario Estampa en 1932: “En sus dos grandes amores fue desdichado. La primera mujer se le escapó. La segunda, que aún vive muy viejecita en Triana, le fue fiel y cariñosa, pero ni esto lograba hacer que aquel hombre pasional y celoso, gozara de su dicha”.

            El cante en el arrabal tendrá, en principios, visos de intimidad racial, pero se hará, sin proponérselo, fuente para dar de beber, cerca y lejos de Santa Ana, a cantaores en formación o profesionales sevillanos o forasteros que, en su mayoría, acababan atravesando el puente con ánimo de escuchar y aprender. ¿Cuántos estudiosos coinciden en señalar a Triana como la universidad del cante…? En reuniones privadas o en espacios abiertos al público interesado, Triana no dejaba de ser un pueblo que miraba a sus adentros, aferrado a sus costumbres y a sus modos de vida, como un rito que se abría en reclamo, vencida –o convencida- por la necesidad y la fuerza de la demanda externa. Y todo ello sirve para que el sabio Juan Talega asevere más que convencido: “El cante bueno, tal y como nos ha llegado, tiene un par de siglos, y desde luego nació en Triana, esto está más claro que la luz del día. La toná, el martinete, la seguiriya y la soleá las hicieron los gitanos de la Cava trianera”.

            En 1853 se anunciaba en Madrid sesiones de música flamenca y se esperaba allí la presencia de El Planeta y de María la Borrica. Este año Juan de Dios, al que Estébanez Calderón le escuchó en Triana el polo tobalo, y su hija que era bailaora, actuaron en la capital de España.

            Y recordemos para cerrar el epígrafe a Preciosilla, “famosa en Triana por cantar la rondeña”, es la gitana del Duque de Rivas (“Don Álvaro o la fuerza del sino”) que llegaba al aguaducho del puente de barcas templando su guitarra.


Ángel Vela Nieto   (del libro “Triana, la otra orilla del flamenco”)

2 comentarios:

  1. Tema muy bien escogido, que me llega al alma, no añado más, Ángel, no es preciso.
    ¡Gracias!

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  2. Un afectuoso saludo, Mari Carmen.

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