domingo, 11 de noviembre de 2012

EL DEDO DE RODRIGO


TÓRTOLA VALENCIA (I)



    “Tórtola es una hermosa mujer. Es alta, delgada, de formas delicadísimas, de perfiles correctos y bien definidos, pero la nota extraordinaria de Tórtola son los ojos, sus negros y profundos ojos...”. Un tenaz reportero -ella siempre huyó de los periodistas- nos la retrata en 1912: “Suponemos que su nombre no es Tórtola Valencia. Es cierto, mi nombre es Carmen Valenzuela. Nací en Sevilla, mi madre era gitana y trianera. De chiquita me llamaron Tórtola. A los ocho años me llevan a Londres donde permanecí hasta los catorce, volviendo a España”. Son sus palabras, pero no debemos fiarnos mucho de ellas.
    Carmen Tórtola Valencia es el verdadero nombre de esta bailarina excepcional nacida el 18 de junio de 1882, en Sevilla, barrio de Triana. Fue hija del catalán Florenc Tórtola Ferrer y de la andaluza Georgina Valencia Valenzuela. Su más reciente biógrafa, María Pilar Queralt, dejó en un Maganzine, dominical del periódico El Mundo, lo siguiente: “Contradictoria, enigmática y libre, Carmen Tórtola Valencia nunca rebeló demasiados datos sobre sus orígenes y su intimidad. Se sabe que nació en el sevillano barrio de Triana. Su nacimiento está lleno de incógnitas a las que ella misma contribuyó con continuas fantasías que tan pronto la convertían en una humilde gitana, como en hija ilegítima de un sacerdote o un grande de España. De niña viajó con sus padres a Londres, posiblemente huyendo del cólera que se cernía sobre la península, y cuando éstos emigraron a México ella permaneció en la capital británica con una familia de la alta burguesía que le procuró una completa formación. Aprendió seis lenguas así como música, danza y dibujo (…). Se presentó en un musical de Londres como La Bella Valencia; era una jovencita de cara redonda y formas opulentas que no dudaba en explotar sus orígenes españoles en números falsamente folklóricos”.
    Estamos ante la figura de una bailarina sólo comparable en fama a la Pávlova y a las pocas que se podían alinear con ellas en la Europa de su tiempo,  por demás tiempo de grandes figuras de la danza. Y como este es un libro esencialmente de flamencos, asentamos que el Diario Popular de Málaga, del 22 de febrero de 1913, publicaba la despedida de Tórtola Valencia del Teatro Lara donde había cosechado un impresionante éxito. Al día siguiente actuaba en el mismo escenario La Niña de los Peines. Añadamos que un año antes y en una sesión de bailes en Madrid, Jacinto Benavente se despojó de su americana y la arrojó al suelo, animando a los demás invitados a que también lo hicieran. Después ofreció el brazo a Tórtola Valencia para que bailara con él un garrotín. Era el día de Nochebuena de 1912.
    Dijeron de ella, después de interpretar la composición “Gitana”, de Granados, que era una belleza bailando flamenco por su gracia y hermosura,  por su cuerpo y su rostro. Así que no fue por capricho snob que se convirtiera en la musa de la intelectualidad española alcanzando, como antes apuntamos, cotas altísimas de popularidad en Europa y América; su belleza y la voluptuosidad de sus danzas exóticas cautivaron al público más diverso en las primeras décadas del siglo XX. Rubén Darío, encendido admirador, la llamó “la bailarina de los pies desnudos”. Un muy selecto grupo de intelectuales compuesto por Valle Inclán, Pío Baroja, el mencionado Darío e Ignacio Zuloaga, promovieron su venida a España tras una larga ausencia. Era la idea que hiciera su presentación en los salones del Ateneo de Madrid...

Ángel Vela Nieto
(Del libro “Triana, la otra orilla del flamenco”).


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