viernes, 18 de noviembre de 2011

DIÁLOGOS CON TRIANA: LA ESTATUA DE BELMONTE


Juan Belmonte está soñando, un toro en la Maestranza. Pero los hierros son fuertes y a una columna le amarran. Su mirada, saeta negra, lanza de triste rabia, cruza el aire, hiere el viento, y en el albero se clava.

- ¡Aunque la llevo en el pecho, qué lejos queda la plaza!

- Juan, con mis manos quisiera, moldear toros de bronce. Darles vida con mi aliento, entre jara, encina y montes. Una plaza, allá, en el cielo, de nubes malvas pintar. Y de una vara de olivo, un verde estoque afilar. Un capote de canela, con oro y plata bordar, y una muleta de Luna, en tus manos dibujar. Venga el burel a tu encuentro, desde el lejano horizonte, que hoy toreas en el cielo, y te llamas Juan Belmonte.

- ¡Yo he de escapar de este cuerpo, que me han hecho de metal! Que allí, en el Baratillo, me quieren ver torear. Como la sombra del vidrio, me haré presencia en el ruedo. Que no me quebrante el Sol, ni los verdinosos cuernos. Tornaré la lucha en arte, con pases de caramelo. Y en el fragor de la lidia, en el crisol del encuentro, me fundiré en uno solo con la carne del berrendo.

Ya vienen los molinetes y los naturales van. Ya cuando sueñe la gente, la hora de entrar a matar. Que me tienen que llevar, en hombros hasta Santa Ana, cuando al mundo yo le enseñe, cómo torea Triana.

- Si yo pudiera ¡Ay, Juan!, trasformar en hueso y carne, y en un traje de torero, esa chatarra azabache.

- Has de saber que estos hierros, que son mi pecho y mi espalda, me pesan y hasta me duelen. Me dan la vida y me matan. Pero con un martinete, se templaron en la fragua. ¡Estos hierros son mi cuerpo! Donde descansa mi alma. Donde con fuego fundieron los puntales de Triana.


                                                                                              Alberto Fernández Cachero


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