Dejamos a Luis Montoto, como amigo de Demófilo y colaborador de la Revista Folklore y aunque desempeñó importantes cargos, como concejal, miembro del Ateneo y secretario de la Real Academia de Buenas Letras de Sevilla, de él no queda más imagen en Sevilla que una gran avenida, allí donde bajo una cruz la cebada se transforma en elixir, más pallá del campo de los sueños, sin embargo Luis Montoto fue sobretodo un escritor, novelas, poemas, obras de teatro y muchos estudios de la ciudad avalan su condición.
Hay dos cantares eternos
Que canta la humanidad:
Uno el cantar del querer;
El otro, el del olvidar
De marzo de 1882 a febrero de 1883 se publica mensualmente la revista El Folk-lore Andaluz, en ella Luis Montoto escribe una serie dedicada a los corrales, en la que podemos descubrir las condiciones en las que vivían muchas de las familias en TRiana porque a finales del siglo XIX, uno de cada tres trianeros vive en un corral o en una casa de vecinos:
“La vida en el corral empieza a la primera luz del alba. Al cantar los gallos prisioneros en jaula de cañas, alcahaz, los vecinos se ponen en movimiento, apercibiéndose para el trabajo; porque todos los moradores del corral, salvas rarísimas excepciones, son trabajadores: albañiles, herreros, carpinteros, tejedores, zapateros, blanqueadores, carreros, etc; y lavanderas, planchadoras, costureras, que cosen de hombre y de mujer, esto es, que lo mismo pespuntean unos calzones, que ponen faralaes a una enagua…”
“Yo conozco familias compuestas de ocho o diez individuos, entre padres, hijos y otros parientes, que habitan en una sala, cuya cabida es de nueve varas de largo por cuatro y tres cuartas de ancho (mido como mide el pueblo andaluz) ¿Cómo vivís aquí- les he preguntado, sin respirar aires puros, sin tener espacio en que moveros, atropellándoos, aspirando el humo del carbón, que asfixía, respirando esta atmósfera mefítica, que envenena, iniciando a los niños en misterios cuyo esclarecimiento marchita las flores de la virginidad?
-¡Qué quiere usted!- me han contestado- vivimos aquí como Dios nos da a entender. No todos podemos pagar una casa. ¡Pues si es viviendo así y no nos alcanza el jornal!... ¿Qué como vivimos?... viviendo.”
Se quiere Luis Montoto acercar al pueblo, conocer como se desenvuelve en su vivir diario, utiliza la misma forma de medir, una vara que se corresponden a unos ochenta y tres centímetros, sin embargo es incapaz de comprender como viven todos apiñados en una habitación de poco más de veinte metros cuadrados. Pero su preocupación más grande son los niños:
“Estos, casi abandonados niños, corren y saltan de aquí para allá, sin zapatos ni medias, y cubiertos hasta cierto punto por astrosa ropilla; se burlan de los fríos del invierno y de los calores del verano; se revuelcan por los charcos en las mañanas crudas de diciembre y enero, y reciben de plano los rayos del sol en las caliginosas tardes de julio y agosto; y ¡cosa rara! Están tan sanos y colorados que da gusto verlos. Las pobres madres ¡harto hacen con atender a los que están en mantillas y a los que todavía andan a gatas, cuando no hay una vecina caritativa y desocupada que se encarga de los niños mientras la madre lava o plancha! Y cuando las madres trabajan fuera del corral, ¿se han de quedar encerrados los niños en las salas, como prisioneros en sus oscuros calabozos? “Al patio o a la calle,a volar por ahí, y dejadme el alma quieta”, dicen por la mañana las madres sus hijos; y estos, contentos como unas pascuas, comiendo un mendrugo de pan, que para ellos es una golosina, salen como bandadas de pájaros que dejan sus nidos apenas el sol alumbra, para volar por esos mundos de dios. Unos se quedan en el corral; pero los más se dispersan por calles y plazuelas, y todos pasan el día diableando. Padres hay que, cuidadosos de la educación de sus hijos, los encaminan, casi desde el momento que saltan de la cuna, por la senda del trabajo; y no faltan madres que ponen a sus hijos en la miga y se cuidan muy mucho que los mayores vayan a la escuela y no hagan rabona. Se llama miga al local donde por un o dos cuartos al día son admitidos los niños de uno y otro sexo, más que con el propósito de educarlos y despertar su inteligencia, al efecto de cuidar de ellos durante las seis o siete horas en que sus madres están aplicadas al trabajo”.
Antiguo Corral de la Encarnación
Pero todo ha cambiado tanto en cien años…, los niños dejaron de ser invisibles, esos pequeños seres que de nada servían hasta que a los pocos años comenzaban a trabajar, curiosamente han pasado de ser un estorbo para las madres a estar tan mimados y protegidos, que alimentados por su egoísmo, son capaces de maltratar a sus padres como auténticos verdugos y respaldados en sus derechos se pasan los días, ya en la veintena muchos de ellos, diableando con sus motos o coches, sus cigarritos y sus litronas, y los corrales se nos presentan como apartamentos de lujo con un patio limpio y silencioso, un pequeño paraíso verde protegido por unas cancelas siempre cerradas.
De los pocos corrales que se mantienen en pie, me quedo con uno que hay en la calle Alfarería, 32, La Cerca Hermosa, donde nos adentraremos en otro momento.
Rafael Martín Holgado.