Se celebran los ciento veinticinco primeros años de existencia del colegio Cristo Rey. Cuando una institución docente llega a estas alturas del tiempo habría que hacer cuentas de alumnos, esa delicada materia a la que han dado forma para que sirva a la sociedad a la que pertenece. Ciento veinticinco años ¿cuántas generaciones de niños son...? Puede presumir Triana de disfrutar de varias escuelas con muchos cursos en sus aulas. A saber: San Jacinto, Reina Victoria, Protectorado de la Infancia, el también de monjas de la Caridad dedicado a Nuestra Señora del Rosario, el remodelado de la Dársena, en cuyas instalaciones antiguas íbamos a jugar los chiquillos del barrio; el que gobiernan los curas salesianos y el nombrado en honor de José María Izquierdo (vulgo, Procurador), donde servidor cumplió con los llamados “estudios primarios”.
El Instituto de las Hijas de Cristo Rey fue fundado un día de abril de 1886 por un catalán, don José Gras Granollers, en Granada donde ejercía como canónigo del Sacromonte. Su labor en Triana fue, primero, de intenciones absolutamente benéficas; las hermanas impartían clases gratuitas a obreras y mantenían un internado, mientras el jesuita Padre Tarín impulsaba las primeras unidades de preescolar en la calle Castilla. En 1888 se adquiere la casa por treinta mil pesetas; una casa con enjundia, pues se trata del lugar que ocupó el antiguo convento del Espíritu Santo, donde se fundara la hermandad de los Gitanos y donde tuvo cobijo la del Cristo de las Tres Caídas. A principios de la década anterior recorrí la calle Betis con micrófonos y una cámara y, claro, entramos en el colegio, visitamos sus modélicas instalaciones y hablamos con la entonces hermana superiora que nos contó esta historia.
En mis años de colegial Cristo Rey estaba entre los colegios de pago frente a los del Estado o nacionales, aquellos a los que se asistía sin uniforme, con la ropita de mamá que destrozábamos en el recreo. De las antiguas fotografías con las que ilustré el reportaje la que menos me gustó es aquella conocida en la que se ve al alumnado, formado en la puerta de la calle, saludando brazo en alto según la moda impuesta, el paso triunfal del virrey de Sevilla, el general Queipo de Llano; imagen histórica, no cabe duda.
Bien. Pues queremos aprovechar la efemérides para recordar otro centro de enseñanza que nada tiene que ver con el de Cristo Rey, me refiero al de don Francisco. Ocupaba una casa y su patio en el primer tramo de la calle, antiguo número 9 de Betis. Don Francisco Romero Íñigo y su hermana instruían, en su primera y segunda enseñanza, a la chavalería en una modalidad de escuela que estaba, por sus instalaciones, entre las populares miguillas y las clases de las nacionales. Y siendo de espacio reducido, cuántos chiquillos del barrio pasaron por las manos y sabiduría de don Francisco, un adelantado pedagogo que empleaba sus propios métodos de enseñanza. Funcionó esta fábrica de ciudadanos varones durante varias décadas, y no fue don Francisco el fundador. En 1908 estuvo regido por don José Poley y Poley y doña Humildad Gutiérrez, hasta que a finales de los años veinte llega a manos de nuestro popular personaje. Sobreviven el maestro y su escuela a la guerra incivil, desapareciendo con la jubilación del admirado educador, exhausto de niños, de responsabilidad y de trabajo.
Enhorabuena a la superiora y al director de Cristo Rey, clásica y querida escuela trianera, y loas con laureles de sabio al inolvidable don Francisco.
Ángel Vela Nieto