Se llamó José María Romero Martínez y ya nadie en en barrio se acuerda de él, ni siquiera cuando preguntamos a los mayores por el “Niño Sabio de Triana”. Nació en Olivares, el año 1893, hijo de notario. Trasladada su familia a Sevilla estudia Medicina y acaba la carrera con premio extraordinario. Instala su consulta en la calle Pureza y, en seguida, se convertirá en una venerada personalidad del arrabal.
Su sensibilidad lo llevó a expresarse como escritor y poeta, colaborando en revistas y diarios de la ciudad. En 1915 se le otorga la “Flor Natural del Ateneo de Sevilla” en una de sus escasas lecturas públicas. Estuvo muy ligado a la Docta Casa, promoviendo aquella famosa reunión de jóvenes poetas de diciembre de 1927 en pro de la figura y obra de Góngora.
Fue un intelectual humanista comprometido con su tiempo, ideas que le llevaron a apoyar a la República con entusiasmo y convencimiento, y hasta ocupó cargos de responsabilidad dentro del partido Unión Republicana. Fue detenido en los convulsos días de julio del año innombrable, llevado al tristemente famoso barco-prisión de donde salió para ser fusilado por sus “perversas” ideas y “malos” ejemplos, como era ejercer de médico de la beneficencia municipal o no cobrar a los enfermos pobres pagándoles, incluso, las medicinas. Una víctima inocente más del martirologio trianero de aquellos nefastos días de ensangrentada locura.
Nadie se ha atrevido, después de la muerte del dictador, a contar todo lo que ocurrió, con nombres y apellidos, en "Triana la roja", en la Triana de los anarquistas, del obrerismo activo y soñador. Ni siquiera sabemos los nombres de los que aparecen en una de las fotografías más conocidas de la represión de los auto llamados “nacionales” tras la entrada, a sangre y fuego, de sus fuerzas militares el día 21 de julio. Me refiero a la que muestra tres cuerpos ensangrentados caídos sobre la acera y adoquines de la calle Rodrigo de Triana, tras los muros del colegio Reina Victoria.
Casos como estos hicieron que la democracia naciera ciega. Faltó un juez Garzón entonces y una “memoria histórica” más fresca y viva. ¿Acaso alguien puede pensar que no tienen razón los que aún no han podido desenterrar y dignificar a sus familiares vilmente asesinados? ¿Cómo saber ahora los nombres de esos tres desgraciados de la conocida fotografía? ¿Por qué crímenes pagaron con la muerte? Estamos seguros que por ninguno. Todo se ha hecho tarde.
En la vieja revista “Triana” resucitamos al “Polito”, joven atleta, héroe de la chiquillería y otro de los mártires del barrio; ahora recordamos, aunque sea brevemente, al “Niño Sabio” que, por serlo, además de hombre altruista y liberal, cayó en el más injusto olvido hasta que en 1992 Olivares lo homenajeara en el nombre de su flamante biblioteca.
Esto es, también, historia de nuestro barrio más que nos pese y duela. Una historia que jamás debe repetirse y, por eso, no debemos olvidarla.
Ángel Vela Nieto.