Un viento suave, pero juguetón se ha empeñado en barrer las calles y en algunos rincones se acumulan papeles sin importancia, las bolsas de pañuelos de quienes se han adelantado a los fríos, las tiesas hojas de los plátanos, color de otoño, y otras hojas, moradas, de las buganvillas. Es temprano, pero ya hay bastante gente en la calle, los que vienen o van a desayunar, algunas familiasque van de visita, quienes han salido un momento por el pan o el periódico y los que practican la nueva religión de los fines de semana y días de fiesta, los deportistas, con su atuendo tan característico, en bicicleta algunos por esos espcios que tanto han solicitado, corriendo los más osados, por la ruta del colesterol quienes creen que el andar matutino les fortalece el corazón y empuja venas abajo los grasientos restos de un chorizo picante, del pescaíto frito de anoche, siempre purgando por los pecados cometidos, pero la maña está divina para el paseo, antes que el demoledor sol se adueñe de todo el espacio, como siempre acabo junto al río.
TRiana debe vivir más su río, ese bicho tan temido que hace años se abalanzaba casas adentro para dejar sus fangos bajo los muebles cada dos o tres temporadas, se ha convertido en un mágico espejo, donde hoy se miran felices quienes se acercan a su verita, los pacientes pescadores, caña en mano, silencio en la boca, mirada perdida, pensamientos que se arremolinan entre los anzuelos, y los que se pasean en bote por sus aguas, fuerza de brazos contra una marea que viene de muy lejos, aún recuerdo y echo de menos los buenos momentos que pasé un verano que hice un cursillo de piragua, mirando a TRiana desde el agua, pasando por debajo del puente feliz, como el niño que aprende a montar en bicicleta, sólo quien conoce ama, sólo quien ama conserva.
Rafael Martín Holgado.
Rafael Martín Holgado.
¿Cuál es la estación que mejor inspira a los poetas? Pienso que es el otoño, y parece que contigo no se lleva mal. Así que, Rafael, aprovéchate.
ResponderEliminarEl río siempre ha tenido sus amantes apasionados y sus "habituales". El Paseo de la O se ha reformado docenas de veces, pero no sé qué ocurre que no acaba de enganchar a la gente común, siendo el lugar ideal para relajarte. Así que el padre Gualdalquivir tiene que conformarse con lo que hay. Antes, con todo lo que fastidiaba, atraía más y a lo mejor es porque, instintivamente, nos repele que ya no sea un río, sino un espejismo.
Al Guadalquivir que tenemos le falta fuerza y sus orillas siguen estando un poco olvidadas, como si fuera espacio para los fuera de la ley, jóvenes extranjeros al sol en la orilla de Sevilla y el Paseo del Arte de los sábados son una excepción. De chico jugaba todas las tardes en el paseo de la O, quizás por eso me sigue atrayendo tanto.
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