Empieza agosto, el maravilloso agosto trianero. Por nada del mundo me iría de Triana este mes. Cuando estaba en activo, quiero decir en otras actividades más descansadas (esto de la jubilación es como ir diariamente a un gimnasio), procuraba dejar para septiembre los días de vacaciones por lo mismo, por esa apasionada atracción agosteña.
Estos primeros agostos de mi “libertad” laboral no han hecho más que aumentar mi devoción por disfrutarlo día a día. Y este verano de manera especial porque lo estoy compartiendo con quien me acompaña a todo lados: mi nietecito; dos añitos de presión sobre mi mano y dos palmos sobre el suelo para que disfrutemos de un doble plano de visión de esta Triana paradisíaca.
Me he llevado todo el año señalándole el semáforo y diciéndole que hasta que no se encienda el muñequito verde no se puede atravesar, y si está el rojo hay que esperar (mi nietecito se cruza de brazos y espera... “¡Ya abu...!”.). Hoy nos hemos colocado frente al semáforo, él bracitos cruzados y ni un coche circulando... Me ha mirado después de observar al muñequito rojo y de ver a la gente pasar tranquilamente como diciendo: “Abu, que todo el mundo atraviesa y no vienen coches...”. Y el verde apagado... Y le explico que los coches andan por las playas y que los muñequitos es como si también estuvieran de vacaciones.
Como no hay ni un parque infantil a la sombra, son todos “parques de invierno”, me libro de hacer cola para el columpio o la resbalaera, también de absurdas y entrecortadas conversaciones con otros “abus” igual de enriñonaos que yo. Lo peor es que alguno se desahogue contigo y empiece a hablarte de una hija separada que está destinada en Jerez y que les deja la criatura (o criaturas) a las siete de la mañana hasta que ella regresa; y cuando regresa es para cenar en la casa paterna; que sólo disfrutan de una hora de respiro y que caen en la cama desmayados. “Esta juventud está loca perdía”, suele lamentarse el estresado abu mientras grita a la pobre criatura a pique de batacazo...
“Mira, Ramoncito: ni un niño”, le avisé ante un parquecillo a la vista. Y pasamos de largo. Así que nos fuimos a la Ronda por la acera de la sombra, claro, y elegí dónde tomar el café de media mañana; nos conocen en todos los bares. En “El Serranito” le llaman “el torero”, porque entra y se va flechado para las dos cabezas de toros que adornan (por decirlo así) el comedor. Entramos y todo el bar para nosotros, no tengo que buscar un resquicio donde poder sentarlo. Disfrutó como siempre, echándome la azúcar en el café y donde caiga, y al fin lo degusté mientras él masticaba su galletita de regalo. Salimos dispuestos a dar uno de nuestros largos y sosegados paseos y, también por costumbre, nos paramos ante el escaparate de una tienda de electricidad donde han colocado como reclamo un gato mecánico que antes saludaba al paseante, pero que desde hace días está -como casi todo el mundo- parado. Nos asomamos y vemos al hombre -antes atareado- con cara de aburrido esperando el día quince (quince diítas y gracias), así que pudimos preguntarle qué le pasa al gatito. Ni se había fijado. Lo cogió, le cambió las pilas y a saludar. Todo el día se llevó mi nietecillo explicando en su idioma el gran suceso de la mañana.
Qué maravilla de mañanas nos espera. ¿Calor? ¿Acaso no lo hace en Chipiona o se está todo el día dentro del agua, del metro cúbico de agua que corresponde a cada bañista? Nosotros, gorrita, bar refrigerado, agua fresquita, café con sabor a gloria, los periódicos sin repelentes manchas de aceite y toda Triana de regalo. Y cuando nos cansamos, a casa a ver la tele en exclusiva a veinticuatro grados de a gusto, y a comer sin los vapores de barrigudos en movimientos de rotación sobre tu plato. Luego, la siesta y soñando con el paseo de la tarde y el cafelito correspondiente...
Con el sol ya algo cansado de fastidiar volvemos a salir... “Holaaaa, Ramoncitoooo...”. Para nosotros toda la sonrisa de la linda camarera de la nueva cafetería de la esquina. ¡Viva agosto!, ¿verdad, Ramoncito?
Ángel Vela Nieto