La
ronda de TRiana está engalanada de una punta a la otra y en ambas aceras de los
árboles más tranquilos que se usan en jardinería y digo lo de tranquilo porque
son de los últimos en llenarse, primero de hojas y después de flores, de hecho
con los calores que ya hemos pasado y es ahora cuando comienzan a verse los
capullos blancuzcos de sus pequeñas flores.
Estos
árboles tienes grandes hojas compuestas, como la que vemos
en la fotografía, que tiene once foliolos, aunque las hay que tienen
hasta diecisiete. Los foliolos son de color blanquecinos por el envés y tienen
una pequeña capacidad de movimiento, de manera que cuando les pega fuerte el
sol se doblan hacia arriba y exponen sus caras más claras para reflejar los
rayos y no quemarse. Ligero parpadeo de foliolos, sutil guiño al astro rey, lo
mismo que hacemos cuando buscamos la sombra, que en eso de dar de lado a las
molestias de la vida, sabemos por el sur un poco.
Los
frutos del año pasado aún permanecen, aunque ya secos, en las ramas, se trata
de unas legumbres carnosas, que se estrangulan alrededor de cada
semilla y parecen como cortos rosarios.
Las
flores se disponen en panojas y son del tipo bilabiadas porque sus pétalos
se abren en dos planos, hacia arriba y hacia el frente, en su interior quedan
los estambres y el pistilo escondidos, preparados para las visitas de las
abejas.
Estos
árboles, aunque originarios de China y Corea, son llamados acacias del Japón porque
en este país se cultivan mucho. Dicen que algunas noches, de esas surrealistas
que aún se dan por TRiana, las más viejas acacias del Japón comienzan a mover
sus ramas como si bailaran por soleares y sus flores, quizás borrachas de luna
y cantes, despiden tímidamente el inconfundible aroma del adobo frito, mientras
desde el suelo tres o cuatro amigos saltan como locos para intentar coger los
botellines verdes que brotan entre los frutos.
Rafael Martín Holgado.
Pues sí, llevas razón, esa noche paseaba por allí en un Phaeton enganchado con cuatro mulas castañas pero sin el macho vara, y le dije al cochero:"Pare Vd., por favor". Me apeé con el globo que me habían regalado en una pizzería y un yogurt de lentejas que me habían dado de postre y empecé a saltar a ver si cogía un botellín, pero no, al final se enganchó el globo en las ramas y me jarté de llorar. Éste es el camino,Rafaé,y con una sonrisa saltar a ver si cogemos botellines aunque estén vacíos.
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