Más allá de la Cava, las diferencias arquitectónicas permiten diferenciar en Triana barriadas muy características, espacios propios como El Tardón, El Turruñuelo, el Barrio Voluntad… Tan de Triana son las casitas entre naranjos del Barrio León como los impersonales bloques de Los Remedios y de las nuevas rondas. Sin embargo, cuando uno camina por las ordenadas manzanas de Los Remedios, entre calles de vírgenes que no tienen cara, parece que ya hemos cruzado el puente y es que hay un imaginario brazo del río que nace en la Plaza de Cuba, que se pierde, a veces, por Salado, entre Los Maristas, que se curva hacia la calle Niebla, y desaparece bajo los bloques bajos más antiguos, una nítida frontera que se aprecia en la cara de las personas y en la forma de hablar, una borrosa línea que incluso parte el Parque de Los Príncipes en dos.
Cuando se entra al parque por la puerta principal, que se abre orgullosa a Virgen de Lujan, cómo no, a la izquierda está la rosaleda de la que sólo quedan unos curvos caminos y las pérgolas de piedra. Por las mañanas es un placer pasear por aquí, sin tener que decidir la dirección porque en este bondadoso laberinto lo difícil es perderse. Te quedas prendido a la humedad y al silencio, que a veces rompe la guitarra de un apartado grupo con litronas y humo espeso, pero en los trozos de césped de los alrededores está el pequeño y extraño dominio de unos arbolitos muy exóticos que llaman poco la atención y, sin embargo, apenas se usan en jardinería. Pertenecen a la familia de las Rutáceas, como los naranjos y los limoneros, pero con unas características muy peculiares.
Troncos muy delgados, muy tendidos hacia el césped, pero capaces de soportar todas las ramas cargadas de frutas y hojas. Más allá enormes limones achatados de gruesa corteza, de un tamaño desmesurado en comparación con los delgados tallos que lo soportan. Los alargados frutos del Kumquat, con forma de ciruela, pero de color naranja y muy ácidos, se mecen junto al naranjo espinoso, de hojas caducas, difícil se nos hace imaginar un naranjo de ramas desnudas, que muestra desafiante sus grandes y vigorosas espinas.
Pero el más abundante es el calamondín, un pequeño arbusto que se ha originado por hibridación de dos especies. Tiene grandes hojas elípticas, como las de los naranjos, y unos pequeños frutos, como mandarinas, pero que se diferencian fácilmente porque en la base presentan una graciosa depresión.
Ha llovido inesperadamente esta mañana, pero en vez de refugiarme he seguido paseando entre estos frutos ácidos, brillantes, limpios, impetuosos por sus vivos colores, chirriantes como las distorsionadas guitarras de los sesenta. Quería empaparme con las lágrimas de juventud, que aún resbalan por esa tersa piel, cargadas de locos sueños imposibles, de viajes imaginados, de sinceras palabras, que esperan escritas, para gritar la llegada de esa dulce sombra que te besa.
Rafael Martín Holgado.
Sigues siendo inspector jefe de la "poesía secreta". ¡Qué maravilla de narración! Aparte de lo que estoy aprendiendo de botánica contigo, te doy las gracias por estos textos que, como agua suave, me mojan de belleza en cada lectura.
ResponderEliminarEs verdad, resulta muy agradable pasear por el parque de los Príncipes, que tiene unas dimensiones muy "humanas", grande, sin ser mastodóntico. En cuanto a la narración de Rafael, como siempre me da sensación de que cuando escribe en este blog da rienda suelta a pensamientos y emociones que tenía guardadas por ahí, quizá envueltas en la bata blanca del laboratorio de profesor.
ResponderEliminarMe identifico plenamente con la poesía secreta, eres único para nombrar cosas y personas, pero es que me sale sin querer, soy incapaz de describir un árbol sin vestirlo un poco de adjetivos, sin subirlo a una peana barroca y sacarlo de paseo.
ResponderEliminarPues la verdad es que tienes mejores manos que La Roldana y su sobrino Duque Cornejo para tallar esa peana.
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