Estoy
en la cola del 40 para volver al barrio, no soy mucho de coger autobuses y la
espera se me está haciendo interminable, pero voy cargado y no puedo llegar
andando. Me acuerdo de los primeros años de facultad en los que tenía que coger
a diario el autobús, una mañana me preguntó una mujer en la parada si estaba
llegando el colorado, medio dormido como estaba, no entendí la pregunta y le
contesté que era el 5, pero ello insistió: “el colorado o el azul”, entonces me
fijé que el cartel donde venía el número tenía el fondo azul… Aquella mujer,
que llevaba el mismo moño y se vestía con el hábito del carmen, bien podría ser
mi abuela; comenzaban los ochenta y muchas personas mayores eran todavía analfabetas,
otro de los amargos frutos del franquismo.
Llega
el autobús y me monto, no conozco el recorrido y me sorprende gratamente que
llegue hasta la barriada del Carmen. Hay una parada justo en la puerta del
nuevo teatro, junto a las instalaciones deportivas del Campo del Huevo, ese espacio
que mis amigos de la zona conocían como las
montañas.
El
teatro de Viento Sur tiene las puertas abiertas, el pasado sábado sus tablas
acogieron la primera función, una comedia representada por los alumnos de
segundo curso. La sala estaba a rebosar, fundamentalmente de amigos y
familiares de los actores. No paré de reír y a la salida fue un placer charlar
con estas jóvenes promesas, felicitarles y, por qué no, compartir con ellos ese
subidón que dan los aplausos. Una de las chicas que actuaron es la autora de
este hermoso mural que adorna una de las paredes exteriores, no todo es botellona,
no señor.
De
todo aquello poco queda en esta mañana, sobre unas tablas vacías, Jorge
Cuadrelli prepara el nuevo espectáculo junto al técnico de luces y sonido, un auténtico
chico para todo (perdóname, pero no recuerdo tu nombre), deben preparar un
escenario y, como siempre, echan mano de la imaginación, principalmente, y de
los cientos de tablas y cachivaches que guardan en el almacén. En esta escuela
el teatro se aprende y se hace, nada de pamplinas, mucho trabajo y mucha
disciplina, aquí todos están dispuestos a echar una mano en lo que sea,. Por ejemplo, cuando terminó el espectáculo del otro día, Jorge fue el primero que comenzó a recoger las sillas.
Los
dejo trabajando y me escabullo hasta el almacén, donde la máquina de fotos se
crece y no para de mirar a un sitio y a otro, en aquella esquina un caballito
sonriente de cartón descansa sobre una ventana con cortinas y macetas de flores
de papel, mucha ropa, de princesa, de campesino, de alguacil, de caballero, de
viejo alcahueta, es la habitación donde duermen los personajes que los alumnos
tendrán que ir despertando, a los que prestarán su propia sangre para hacerlos
renacer, más allá, tablones y puertas, perfiles, tacos, marcos, paneles,
cajones…
Me
encanta el olor de este almacén, me recuerda a una imprenta, pero también tiene
algo de vieja panadería y de taller de costura, no soy capaz de descifrar estos
aromas, quizás sea la fragancia del teatro que lo impregna todo.
Jorge y Maite están empañados en que sean muchos los fines de semana que el teatro abra sus puertas, seguro que también son capaces de conseguirlo.
Jorge y Maite están empañados en que sean muchos los fines de semana que el teatro abra sus puertas, seguro que también son capaces de conseguirlo.
Rafael
Martín Holgado
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