Puede decirse que desde 1280 la devoción a Santa Ana en Triana ha sido una continua y fervorosa tradición, y la velá de su imagen una verdadera fiesta que, dada la temperatura de julio, cuando es su onomástica, se desborda desde siempre por donde menos aprieta, la ribera del río. O sea, que estamos hablando de una manifestación muchas veces centenaria, un verdadero tesoro histórico y etnológico que hay que cuidar con mimo como Fiesta Mayor de nuestra ciudad, reconocida, además, por la Junta de Andalucía. Conviene aclarar que Santiago ha sido un añadido por exigencias del calendario; nada tiene que ver con Triana.
La ancha y profunda historia de la Velá de Santa Ana contiene capítulos muy distintos, aunque todos colmados de interés y curiosidades. Romerías a la catedral trianera desde todos los puntos de Sevilla; visita de la patrona de la ciudad, suspensiones de la fiesta (hasta de los cultos religiosos), imposiciones y control municipal, y etapas de envidiado esplendor, éstos ligados íntimamente al valor humano, al celoso empeño de ciertos y casi olvidados personajes, unos desde dentro del Ayuntamiento de Sevilla como concejales; otros desde su apego y respeto a las cosas importantes de su barrio. Y, claro, con la aparición de los periódicos, es cuando se inicia su historia moderna, la más fehaciente y detallada, gracias a los entusiastas reporteros que cada año pasaban el puente para, desde la misma vibración de sus latidos, pulsar la alegría de una comunidad vieja y sabia y, también, única. Así que desde mediados del siglo XIX, conocemos con primeros planos el devenir de esas gozosas jornadas dentro y fuera del templo.
Estas crónicas están llenas de sabor y en ellas se pueden palpar las curiosas y noticieras reglas del periodismo de calle al modo de cada época, con su justicia de verbo y sus arrebatos delirantes muchas veces amparados en un seudónimo. Conocemos detalladamente en qué consisten los cultos extraordinarios a la Abuela, quiénes han sido los párrocos, cómo se exornaba la iglesia y, lo que parece más atrayente: cómo se desarrollaba la fiesta lúdica en el río, porque en esencia -Triana es pueblo marinero- lo más divertido se desarrollaba sobre la viva lámina de agua de la gran avenida.
Cuando más ha divertido la Velá es a partir de su autoregulación ajustándose a una serie de actos y juegos. Esto ocurre desde hace aproximadamente un siglo; podríamos celebrarlo este año o el que viene. La explosión de la fiesta en la calle surge del interés de un concejal e industrial ejemplar que llegó de muchacho a Triana desde su tierra norteña, Manuel Carriedo Pérez, a quien por fin se hizo justicia recientemente con la colocación de una placa con su imagen en la misma calle donde habitó y que llevó su nombre. Él, hombre de mar, nos trajo el juego rey del espectáculo fluvial: la cucaña. De modo que justamente el año pasado se cumplió un siglo de la primera cucaña encuadrada en el programa oficial.
Luego, en los años inmediatos a la Exposición Iberoamerica, llegaron nuevos industriales locales, casi siempre ligados al gremio del barro y la cerámica como los Mensaque y Manuel Rodríguez Alonso, especialmente, que organizaban y dirigían los festejos Eran tiempos de progreso, los hornos trianeros no daban abastos a las obras que se estaban realizando en la ciudad, y ese optimismo económico se reflejaba en la fiesta más genuina. Las décadas de los diez y veinte de la pasada centuria fueron las de mayor esplendor, el repaso de los juegos terrestres y acuáticos da idea del ingenio y el corazón filial de aquellos prohombres. Pasada la guerra fueron otros los vecinos ejemplares, de todos, que son muchos, hay que enmarcar el nombre de Aurelio Murillo.
Ángel Vela Nieto