Hace treinta años que murió o se dejó
morir. En los sesenta todos los muchachos éramos apasionados cinéfilos... que
levante la mano la excepción. La esplendente luz de nuestras estrellas, hablo
como varón, alumbraba los rincones oscuros de las estrecheces varias, de las
muchas estrecheces, vamos. Las teníamos a ellas, y a “ella”, la preferida por
nuestros ojos, la que nos hacía soñar, la que ponía rostro a la mujer ideal.
¡Ah!, los cines de entonces, igual nos daba los de invierno que los de verano,
todos estaban hechos de suspiros, de nuestros suspiros...
A los cines trianeros llegaban las
películas con el señuelo de “estreno en Triana”, detalle que da fe de su status
geográfico y de la generosa cantidad de pantallas en franca competencia que
disfrutábamos y porque esta orilla, dentro de su innata sevillanía, siempre fue
un mundo aparte. Pues como estreno llegó la titulada “Sissi”, que fue la
presentación en el barrio de Romy Schneider, bella jovencita que aparecía en la
cartelera con aquel esplendoroso vestido estrellado, en imitación a un retrato
de la auténtica emperatriz de Austria. A don Salvador Bajuelo le dio por
traerla al telón, que no pantalla, de
su terraza de la Cava de los civiles, resultando un sentido y trascendental
acontecimiento. Vi la película varias veces en la estratégica azotea de mi
amigo Antonio Hidalgo, otro imberbe cincelado en los tebeos de “El Guerrero del
antifaz” y de “El Capitán Trueno” y, en seguida, cambiamos a Ana María y a
Sigrid por Romy; tan la hicimos nuestra que una noche, en hora de segunda
función, me fui para la apartada plaza de Chapina y ascendiendo por un palo de
teléfono arranqué una de las carteleras que estaba allí colgaba (luego me
enteré que Truffaut, de chiquillo, hacía algo parecido), y con ella en mis
brazos corrí como nunca hacia mi casa. El día siguiente lo pasé dibujándola.
Fue un flechazo, lo malo es que tenía que compartirla con Antonio. Había otras
que nos gustaban como Liz Taylor, Carol Lynley, Natalie Wood, Anne Baxter, Marilín,
claro..., pero, nada, Romy pudo con todas.
Recuerdo que -ya padre de familia- en una
de mis corrientes visitas al puesto de prensa de la barriada Santa Cecilia
donde, entre otras publicaciones, compraba reediciones de tebeos antiguos, la
vi en la portada en un “Semana”; se anunciaba su muerte... y con ella el ocaso
de nuestra juventud. La habíamos visto convertirse en una atractiva mujer y en
una extraordinaria actriz; nada tenía que ver aquella edulcorada muchachita de
las cimas del Tirol con la atractiva y atormentada Romy Schneider de “El Tren”
o de “Fantasma de amor”, por ejemplo. ¡Qué manera tan maravillosa de madurar!
Ya, Antonio, me la había dejado para mi solo; fui más obstinado en la
fascinación; lo fui desde el principio y ya hacía tiempo que me había dejado
libre el campo de la honda emoción de sus ojos, toda para mi.
Así que en 1992 quise demostrar mi
fidelidad a su memoria dedicándole un artículo en El Correo de Andalucía; “Los
ojos de una vida”, lo titulé, y fue coincidencia que se publicara justo el día
de los enamorados, y justo el día, también, que me subía en un avión para
atravesar el Charco grande; me había ganado en la empresa un viaje a México. No
pudo faltar un texto de sumisa admiración y mucho menos su rostro en nuestro libro
“Triana, un barrio de cine” y fue, sin duda, la más atractiva ilustración entre
tantas hermosas imágenes.
Imagino que, si acaso no se ha hecho aún,
la prensa y las revistas de colorines se acordarán en este año de que,
justamente, hace tres décadas de la trágica clausura del espectáculo de su
mirada cada vez más entristecida, más profunda, más temerosa y más cautivadora.
No mereció Romy tan mala suerte -repásese su biografía-. En una de las fotos de
aquella revista de 1982 aparecía Alain Delon, su pareja ideal, saliendo del
funeral, escondida su honda conmoción tras una gafas oscuras. Nunca supo el
galán francés la de envidiosos que había dejado en Triana.
Ángel
Vela Nieto
Cuando empecé a trabajar en la calle San Luis (con 14 años de edad) tenía un pequeña mesa para pegarle los sellos a las cartas. Debajo del cristal tenía tres fotos de Romy (2 en color y 1 en blanco y negro). Cuando murió noté que mi mundo infantil empezaba a evaporarse. Vi "Sissi" hasta en 9 ocasiones y estaba celoso del Francisco José de los cojo... Luego su maduración como actriz y mujer fue impresionante. Nadie la recuerda salvo los niños soñadores de los corrales de vecino. Un fuerte abrazo.
ResponderEliminarSomos del mismo "equipo sentimental", Juan Luis. El cine nos dio todo lo que necesitábamos para sobrevivir ilusionados hasta para sentir nuestros a quienes jamás vimos en tres dimensiones. Tu eras un niño, yo un adolescente. Tú tenías a Romy, entre sello y sello; yo la llevaba en mi primera cartera "de adulto". Los que vivimos los años cincuenta de niño y los sesenta de muchacho fuimos la generación más afortunada del siglo XX.
ResponderEliminarÁngel, de verdad que no sabía nada de lo tuyo, de tus sentimientos guardados, eres a veces tan callado que no compartes con nadie tus grandes ilusiones rotas, a mi tambien se me rompieron muchas, con esa edad yo solo quería ser torero y por eso, sin gustarme el cine, vi en el antiguo Coliseo diecisiete veces El Último Cuplé, con Enrique Vera, torero,de parteiner de la Sara Montiel y el novio que deja ella en la película, porque se vá a la guerra de Cuba, tambien quiso ser torero. Así que solo me queda acompañarte en el sentimiento de todo corazón.
ResponderEliminarDe modo que eres la excepción... Vosotros, los del toro, no tenéis solución. No tuviste paciencia para verla en el Avenida de verano y fuiste a verla de estreno y...¿cuántas veces? Un dineral.
ResponderEliminarLas colas del Avenida para ver a la maravillosa Sara llegaba a la calle, o sea, cubría todo el inmenso patio interior... Y por allí pululaban los locos del barrio de tus mismos sueños que salían haciendo el paseíllo del cine.
Yo, ya ves...
¡Qué belleza!. No me extraña que el cine os proporcionara tanta ilusión... o desilusión. Pues la verdad es que prefiero a Romy que a "La Prima de Riesgo".
ResponderEliminarPues te cuento Ángel,no me costó un duro. La hermana de mi bata, Carmen, vivía en el Arenal,calle Aurora, y un vecino de piso era el eterno novio de mi tia Mercedes, hermana de Carmen y de mi Bata, y además era mi padrino de bautismo, mi Chacho,y además íntimo de mi tío Rafaé, casado con Carmen, y de mi bato. Todos sabían que yo quería ser torero desde pequeño y con ese pretexto mi tío Rafaé, mi Chacho y mi bato llevaban al niño a ver una película de toros. Para no seguir con el galimatías te diré que los tres volvíamos cantando las canciones de Sara. Yo era la chuleta de la letra por aquello de la memoria de los niños. Creo que a los les gustaba hasta Rafaela Aparicio cantando la Sandunga.Antes me expresé mal en el Coliseo serían seis o siete, las demás ya de más mayor en diferentes cines y distintos años. La última en la tele en cine de barrio como un revival que me hizo llorar ACORDÁNDOME DE TODOS MIS MUERTOS.Y de otros momentos de mi vida.
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