Ya han pasado los encargados de recoger la basura con el ruido y las prisas de siempre, hombres que corren para llevar y traer los contenedores hasta el camión, que de forma automática se traga los desperdicios diarios. Pero antes han estado otros rebuscando entre las bolsas, con unos pinchos reutilizados y unos carritos de niños o viejas sillas de ruedas para llevarse la chatarra, algo de ropa y un poco de comida caducada si el hambre aprieta más de la cuenta. He oído que se dedican a desvalijar coches robados de lujo, pero los veo todo el día de aquí para allá empujando lo que llevan recogido o echando un cigarrillo mientras se sientan un rato, cuando los miro pienso que no es normal que haya tanta gente que viva de los restos que dejamos, vivimos como ricos sin darnos cuenta, mientras hay quien no puede trabajar y las está pasando canutas, otros se empeñan en machacarse mil horas al día para jugar al golf un fin de semana, beberse un vino del año catapum, comprarse el coche que viaja al paraíso y cuando llegan a casa deben poner un poco la tele para que la publicidad les confirme que eso es la felicidad.
Pero esta noche sobre el suelo han quedado el zapato de cenicienta, unos juegos incompletos, cuatro lápices que no pintan, una bolsa desgarrada, los ojos de un fantasma y una manta que nadie quiere porque todavía es verano.
Fotografía: David M. Nicaise.
Texto: Rafael Martín Holgado
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