Apuntaba Galerín, genio del periodismo humorístico, en una de sus curiosas guías y orientando al personal, que la plaza de abastos de Triana “está situada en... la Macarena. Tiene una escalinata de piedra en la que se habrán roto los huesos más de dos mil personas. Cuando no hay una hoja de lechuga es de escarola. A la entrada se levantan dos patíbulos donde se ejecutan todas las cañas que quiere el dueño de la taberna que está abajo”. Se refería al popular Pasaje de Feliciano. Tras la jocosa referencia digamos lo que es más que sabido, que la plaza se edificó sobre el solar del famoso Castillo de la Inquisición (o de San Jorge; creo un error que se haya desechado la palabra Inquisición en el nombre del museo).
En 1882 se publica un edicto con las bases para la subasta de los terrenos a los comerciantes. Tres años después se culminan las obras de cuyo suceso daba noticia la leyenda de una lápida que el insigne historiador Félix González de León tradujo del latín y que estaba colocada sobre la puerta que daba al Altozano: “Dia 13 de marzo año del Señor 1825, y 18 del reinado del señor don Fernando Séptimo, Q.D.G., siendo Asistente de Sevilla en Comisión el Exmo. Sr. D. José Aznares Navarro del Consejo de S. M. en el estado, se abrió esta plaza para el mejor orden y comodidad en el abasto de los vecinos de Triana”. Poco años después de su puesta en servicio el mismo historiador sevillano la visita... “La plaza es cuadrada: alrededor de los cuatro ángulos tiene cajones o casillas iguales, y en el centro cuatro cuarteladas de arcos cubiertos para la venta de comestibles, y es toda de material, con sus cuatro puertas una a cada frente; las tres practicables, y la otra baja al río para surtir de agua a la plaza”.
En el transcurso del tiempo hubo de sufrir diversas reformas; una de las más importantes fue la que se le practicó en los años que precedieron a la Exposición Iberoamericana de 1929. Se levantó el edificio modernista del acceso por San Jorge, erigiéndose una cuartelada que recomponía los daños producidos por el incendio de febrero de 1925 abriéndose nuevos accesos por el Altozano.
La plaza de Triana supo conservar a través de los años el trato amigable y generosas dosis de aquella grandeza pueblerina y gremial; era un mundo vivo y vociferante donde, interinamente, se organizaban equipos de fútbol, peñas humorísticas y gastronómicas, todo en la más franca camaradería y fruto del arte natural que allí se alzaba tras los mostradores. Pero el abandono del edificio fue deteriorándolo todo. Vino el traslado “provisional”, el descubrimiento de lo que se sabía que había debajo y el proyecto de las obras cifrado en 536 millones de pesetas que, al día en que el señor Monteseirín descubrió la placa inaugural, se habían convertido en cerca de 1200 (¡qué ojos para los presupuestos!).
Y ahí están los sufridos comerciantes debatiéndose por seguir siendo útiles al nuevo barrio, dejando en cada batalla contra las grandes superficies algún puesto de baja. A ver qué se inventan para que lugar tan emblemático siga conservando la calidez familiar de lo que fue “la plaza de Triana”, al cabo lo más preciado de su oferta. Nada más hermoso que comprar al amigo y vender al amigo y sin salir de tu barrio.
Recuerdo hace muchos años, allá comienzos de los setenta,yo era muy pequeñita. Mi madre y mi abuela iban juntas a comprar a la Plaza de Abastos y a mí me encantaba acompañarlas. Entrábamos por la calle San Jorge y nos envolvía el bullicio, los olores, los colores...la Plaza era un hervidero de mujeres comprando, "Voy donde Escolástica a comprar el pescao", "A Esperanza la de las naranjas", "Al puesto de Campito a comprar fruta"...salíamos por la calle castilla a desayunar a un barecillo que se llenaba de mujeres, y oìamos a la vendedora de caracoles que allí delante estaba. La Plaza de Abasto tenía mucho de zoco árabe, allí compraron generaciones de trianeras, sí, no estaba tan escamondao y tan preparadito como ahora pero tenía vida. Ay, que pena.
ResponderEliminarEran otros tiempos, ni mejores ni peores, y era, sobre todo, otra Triana y otros trianeros. En la plaza se conocía todo el mundo y comprar era tratar con amigos, un reencuentro con ellos.
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