En la humildad del viejo corral, que más parece la escena de un belén murciano de Salzillo en esta imagen de Holgado, la breve y alicaída chumbera se desmorona frente a la presencia del agave que perfila la solana. El suelo ha sido doblegado por el paso del tiempo y todo nos invita a pensar en la decrepitud que acelera el descuido. Pasaron los años y pasan hoy unos gratificantes rayos de sol que, al menos, vivifican algo la sensación profunda de miseria. Pero poco más, si no es el aire, pasa por esta estancia desabrida y húmeda.
El foco de atención se posa en el coso de barro de un lebrillo que supo de las manos de cualquier alfarero del barrio, plaza de vidriada andana a la que el cenital del mediodía hace protagonista del entorno concavizando su vientre. Arca de lágrimas y penas para depositar la pobreza de años innombrables, en los que sólo un canario, a lo lejos, sobre el alféizar de la ventana, ponía un mínimo latido de alegría.
Los nudillos de nuestras madres, sangrantes sobre el viejo refregador, daban vida, si es que alguna había, a la mugre de las ancianas camisas. El tiempo se marchitaba lento en el viejo patio, mientras los latidos de León y Quiroga sonaban a lo lejos y venían difuminados desde cualquier rincón de la memoria en la voz de Marifé... Dime que me quieres, dímelo por Dios...
Fotografía: José Manuel Holgado Brenes
Texto: Emilio Jiménez Díaz
... a pesar de la imagen de José Manuel; a pesar del texto de Emilio... cuántas lágrimas derramaron nuestro viejos, gitanos y gachés, por volver al patio, a su Triana, de donde fueron desgajados con extrema crueldad.
ResponderEliminarFue injusto el éxodo que se hizo en los años 60, totalmente irreparable.
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