La prensa de estos días nos trae, una y otra vez, los detalles de la muerte de Marta del Castillo. Las fotografías recogen a la entrada de los Juzgados el paso de sus deudos (impresionante mirada la de sus padres siempre) y el de sus verdugos. También transitan por allí abogados, familiares, vecinos y alguna gente que, si mira dentro de su conciencia, quizá encuentre la misma negrura de sus pasamontañas. Entrar sin ser reconocido según hacen aquellos que tienen cosas que callar; entrar de frente, con los ojos firmes aunque doloridos, es lo que hacen los padres de Marta.
La prensa recuerda su último día y su último paseo aquí al lado de donde escribo, a la Iglesia del Cachorro, del que Marta era tan devota. Su imagen podría confundirse con la de tantos jóvenes como se mueven de un lado a otro del barrio, que cruzan los puentes y se encuentran con los amigos, en esa edad dorada que, con el paso del tiempo, se cubre de una neblina que únicamente deja ver los buenos momentos. El barrio de Triana, último lugar que Marta visitó antes de su sacrificio.
Meses atrás, era imposible cruzar desde el Aljarafe y mirar el río sin recordarla. Allí estaban los buceadores, los militares, las máquinas, que, sin descanso, han recorrido su fondo buscando algo. Ese algo que no ha llegado. La interrogación se ha saldado con un no y eso es lo que, quizá, otorga un punto de ansiedad a la mirada de los padres de Marta: porque ningún padre puede descansar si no sabe dónde duermen sus hijos, aunque sea este sueño largo, largo, que Marta comenzó aquel día, aquella noche, después de visitar al Cachorro de Triana.
Yo quisiera que cesara el desconsuelo de los padres de Marta. Que algo imprevisible y nuevo les devolviera su cuerpo y su descanso. Pero también quisiera que no fuera su lecho el río, porque este río tiene que ser camino gozoso, historia viva y no cementerio ingrato para un joven cuerpo inocente.
Caty León Benítez
La pena es como la televisión -también y en otra medida los demás medios-, con su pérfido sentido del espectáculo, se han "apropiado" del tristísimo caso. El de Marta y el de Mariluz están alimentando en estos días su insaciable voracidad, y lo peor es con el "regusto" que se consume.
ResponderEliminarEs una pena que esto ocurra en una sociedad como la nuestra. Me pongo en el papel de los padres de Mariluz y de Marta, en lo que estarán pasando con estos juicios paralelos, estas series televisivas que, creo, deberían estar prohibidas. Pero cuando uno vive en un país que no deja de ser un circo, suelen ocurrir estas cosas.
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