CON LENGUA PROPIA: EL HOMENAJE DEL AYUNTAMIENTO A LUIS LEÓN

Acabo de recibir una nota de Ángel Bautista, que me da cuenta de una noticia ciertamente injusta, triste y desalentadora, y no es para menos. Al entrañable Luis León, el de las "calesitas" de la Plaza San Martín de Porres, el ayuntamiento de nuestra ciudad, la de las "personas", le ha cursado orden de desalojo del espacio que ocupa con su atracción. Después de más de 50 años con sus célebres calesitas, en las que se han subido tres generaciones de trianeros, el ayuntamiento justifica el criminal hecho -porque es un auténtico atentado- diciendo que no tiene concesión administrativa, y que su terreno y los colindantes hacen falta para la creación de 15 plazas de aparcamiento. Me faltan las palabras para calificar esta sinrazón, aunque ya nos tienen acostumbrados con estas actitudes dignas de la peor de las dictaduras. Espero que Esther Gil salga de una vez de la Tenencia y haga razonar a sus compañeros de Partido. ¿Despúes de 50 años alegan que no tiene el bueno de Luis concesión? ¿Ahora se acuerdan nuestros munícipes de que se han cargado cientos de plazas de aparcamiento con la dichosa peatonalización de San Jacinto y el carril bici? ¿No se culpan de la imprevisión de hacer aparcamientos subterráneos después de tantos mandatos? ¿No hay otro lugar para esas 15 plazas?

Estamos ya comulgando con ruedas de molinos y están tensando mucho la cuerda con decisiones totalmente impopulares y lejanas a un común razonamiento. Estos señores no saben representarnos y, lo que es peor, no saben respetarnos. Y aún peor: que nadie abre la boca. El pasado 19 de noviembre, un montón de amigos y representantes de asociaciones vecinales, artísticas y políticas, le ofrecieron un entrañable homenaje a Luis León y a su mujer, Manuela, que estuvieron acompañados por sus hijos Luis y Conchi. Este homenaje se le rendía por llevar más de 50 años con sus célebres calesitas en la Plaza de San Martín de Porres. En él se dieron cita, aparte de muchos trianeros amigos, el propio Ángel Bautista en representación de la Plataforma Trianera, José González por la Asociación La Dársena, Antonio Bort Infante por la de El Turruñuelo, Alfonso Orce por la Asociación Cultural y Artística Trianera, Mario García por el Partido Popular, Paco Arcas, Ángel Vela, Ruperto, Gasán, e industriales y comerciantes del barrio. Todos le brindaron el cariño que siempre le negó la Tenencia de Alcaldía del barrio, que varias veces rechazó la propuesta de nombrarlo "Trianero Adoptivo" en los actos de la Velá. El ayuntamiento, ahora, bien que ha querido adherirse a este sincero homenaje con esa "orden de desalojo" tan injusta y dictatorial.

Espero que, en esta ocasión, Triana no se conforme, hable y se mueva. No servirá para retirar esa orden irracional, pero al menos sí valdrá, como en aquella manifestación del 19 de octubre de 2009, para que Monteseirín y su representante en el barrio, la desaparecida Esther Gil, se den cuenta de que Triana no es un barrio fácil de domesticar. Y, por supuesto, animo a nuestros blogueros, a dejar sus valiosas opiniones sobre este tema totalmente injusto.

Como estos señores ni siquiera sabrán quién es Luis León y de qué calesitas le estamos hablando, les dejo el entrañable artículo que Antonio Burgos le dedicó en el diario ABC el 25 de agosto de 2008. ¡Qué barbaridad!

Emilio Jiménez Díaz

Fotografías: José Luis Jiménez Buzón

Las calesitas del Tardón

CAE la tarde por Coca de la Piñera, por la Trocha de Castilleja. El amarillo camión de riegos y baldeos está limpiando los malos olores de pescado en la plaza de abastos del Tardón. Pasa sin alarido de sirenas una ambulancia camino del Hospital Infanta Luisa. Las palomas blancas, en este arrabal tan de la Blanca Paloma, se refrescan en la fuente. Calor antigua por la calle San Jacinto, por la esquina de Santa Cecilia, por la Ronda de Triana. Calor de trasvelá en los bloques del Tardón. Los azulejos del nombre de la plaza, San Martín de Porres, me hacen recordar a un dominico, el padre Bienvenido Arenas. Martín de Porres, Fray Escoba. El de aquella escobilla milagrosa que las trianeras llevaban en su monedero para que nunca les faltaran las perras, como un San Pancracio de bolsillo, sin perejil y pasado por Lipassam. Hasta que el padre Bienvenido Arenas llegó al convento de San Jacinto, nadie en Triana sabía quién era aquel santo mulatón dominico de la escoba. Pero el fraile de la Orden de Predicadores se subió al púlpito de los triduos y quinarios de las cofradías y luego al de los micrófonos de Radio Sevilla, y la ciudad entera se enteró de quién era el entonces Beato Martín de Porres, y al que dedicaron esta plaza, cuando El Tardón estaba como acabadito de salir del perol de la freiduría de Enrique el de los pavías.

Y en la plaza de Fray Escoba, cuando las de Lipassam le hacen la competencia, delante del ambulatorio, en la primera esquina del Barrio León, por donde estaba la cochera de los tranvías y el almacén del aceite Teresa, desde hace cincuenta años está plantado un monumento vivo de la memoria de los niños de Triana: las calesitas de León.

Son las 8 de la tarde. El tío de las calesitas le acaba de quitar a su atracción de feria las lonas que la cubren, del color calle Pureza de los capirotes de la Esperanza. Hace cincuenta años que todas las tardes enciende estas luces de colorines, les quita el polvo a los bancos de las esquinas, donde los padres ven pasar a los niños girando una y otra vez sobre la miniatura del coche de Fernando Alonso, sobre los vieneses caballos del subibaja del carrusel. Llegan los primeros niños. El uno se monta en el coche de bomberos y toca la campana. El otro, en el amarillo coche de caballos, como arrancado de una parada antigua. Suena ahora el largo silbido. Como un latido humano, empieza el chucuchucu de la maquinaria bajo del mágico círculo de los cacharritos. Las calesitas las siguen llamando en Triana. El baby le llama, con jerga de feriantes, su prodigioso dueño, este vendedor de sueños infantiles por 2 euros una vuelta y 5 el abono de tres. Su abuelo y su padre estaban ya en el negocio. Tenían volaores y calesitas en la Plaza de Anita y por el Hotel Guitarra. Su padre le compró a Navarro y a Toledo los dos cacharritos que ponían en El Prado, todo el año, delante de la estación de autobuses, donde el Puesto de los Niños y la Pila del Pato, donde ahora están los Juzgados. De allí vienen muchos de estos coches, como la amarilla manola de caballos, qué preciosidad de miniatura, o el carrusel de mecánicos alazanes que suben y bajan con risas de niños en su montura.

Los niños que se subieron a estos cacharritos cuando todo esto era casi un descampado hasta el Barrio Voluntad traen ahora a sus hijos a subirse en el autobús del ratón Mickey, en la lancha como un antiguo deslizador del Náutico de Punta Umbría. Los que fueron niños vuelven a serlo viendo otras sonrisas en los ojos de su misma sangre. Como un reloj por el que no pasara el tiempo, las calesitas del Tardón giran y giran, acompasadamente, como el tic tac del corazón de la memoria, en cuanto estas tardes de calorina y flama dan las 9 y viene la primera fresquita con la marea del río. Giran las calesitas como agujas de un reloj por el que el tiempo no pasa. El tío de los cacharritos del Tardón no lleva aquí cincuenta años. Acaba de llegar, y está en El Prado. Somos nosotros los que vamos montados en esa miniatura de coche de bomberos, tocando la campana. No vemos a estos niños de esta tarde de calor y ternura. Como en un espejo sin tiempo, nos vemos a nosotros mismos, en esa vieja y familiar fotografía amarilla guardada en la lata de carne de membrillo, que ahora toma el color de nuestro tiempo cuando con el teléfono móvil hacemos el retrato del niño, tan contento en los cacharritos.

Antonio Burgos